Mr. Robot, transformar es perturbar
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De todas las analogías ciertamente transparentes que puedan establecerse con respecto a Mr. Robot, la serie de la cadena USA sobre un hacker dispuesto a poner el mundo patas arriba, quizá la menos obvia es la que más profundas conexiones sugiere. Me refiero a Iluminada, la serie de Mike White y Laura Dern que se canceló al final de la segunda temporada, y sobre la que he escrito en varias ocasiones.
El audiovisual del siglo XXI anda ocupado en encontrar formas de representar los criptogramas digitales, las conexiones virtuales que han formado un nuevo, invisible orden que opera en todos los órdenes posibles. La materia de la que está hecha el mundo, su sustancia, es intangible. No es materia. ¿Cómo representar eso en la pantalla? Como ese orden es además inescrutable para la mayoría de los mortales, los hackers, expertos informáticos, nerds y geeks son retratados como los nuevos héroes, y a veces como los últimos villanos: figuras en todo caso que operan por encima del bien y del mal. Del cine ha surgido la ramificación del cyberthriller –Blackhat de Michael Mann o la interesante producción alemana Who Am I, que plasma gráficamente el espacio virtual de los hackers en un vagón de metro en movimiento–, pero la pequeña pantalla ha volcado mayor empeño en la tarea.
En la actual temporada de Homeland, un hacker en un negocio de ciberporno roba documentos secretos del servidor de la CIA y se convierte en un líder activista globalizado; la serie Person of Interest lleva varios años fabulando en torno a la cibervigilancia, emparejando a un exagente de la CIA con un geek excéntrico y billonario para desenmascarar grandes conspiraciones –una idea con la que también basculaba la serie que previsualizó el ataque a las Torres Gemelas, The Lone Gunmen–; en el regreso de Jack Bauer con 24. Live Another Day, el héroe prófugo se enfrentaba al ciberterrorismo junto a una Chloe O’Brien convertida en hacktivista bajo las órdenes de una especie de Julian Asange, y, aunque los ejemplos son numerosos, destaquemos también que el último spinoff de la franquicia tecnofantástica por excelencia lo dice todo: CSI: Cyber. La puesta en escena de lo virtual, y el enmarañamiento narrativo que se deriva del empleo de un argot poblado de tecnicismos en esencia incomprensibles (como tampoco comprendemos las nociones básicas del lenguaje de Internet), representa un doble desafío al que, desde luego, la teleficción no le ha dado la espalda.
Mr. Robot es la última en sumarse y de momento la más interesante de todas ellas. Lleva todo ello a un nivel más profundo, y aunque no sea del todo convincente, su espíritu de atrevimiento para representar la virtualidad y descifrar los criptogramas virtuales es valioso al menos en cuanto hace evidente, y lo utiliza en su favor, lo irrepresentable y lo indescifrable. Si empleamos una terminología de contrasentidos es porque precisamente en esa tensión –centrifugada de paradojas y ambivalencias, incluso trampas narrativas– es en la que se desenvuelve el drama creado por Sam Esmail, que pica de muchos lados –desde The Matrix a La red social– para acabar articulando un discurso inteligente y carismático. Un discurso que a la larga está determinado por el punto de vista de la historia, contada a través de la perturbada psique de su protagonista, el hacker Elliot Alderson (Rami Malek). Retratado casi como un alienígena, con la intensa, extraviada mirada de un joven que ha quemado sus retinas frente a un monitor, su nombre bien puede ser un tributo a la criatura spielbergiana extraterrestre, que refuerza la sudadera con capucha en la que siempre va ataviado.
Tanto la personalidad como el comportamiento de Elliot, trabajador en una empresa de seguridad cibernética, sugieren esas profundas conexiones con Iluminada, que narraba el quijotesco empeño de Amy como agente de transformación social exponiendo las infames prácticas de la multinacional que la había degradado profesional y personalmente. Si Iluminada era una comedia bipolar y antisistema, Mr. Robot es un cyberthriller antisistema y bipolar. Sus dos protagonistas, por más alejados que estén entre sí, comparten dos cosas esenciales: su actitud justiciera y su perturbación psicótica. Ambas series, que funcionan como fábulas sociales de transformación del status quo, dan la misma importancia a los gestos revolucionarios (ambos son insiders del sistema con las herramientas para transformarlo) y a los mecanismos psicológicos que los generan, como si ambos conceptos fueran inseparables: transformar es perturbar.
El arranque del piloto de Mr. Robot coloca en el punto de mira a los enemigos morales del relato: “Hay un grupo poderoso de personas ahí afuera que secretamente domina el mundo. Hablo de tipos de los que nadie sabe nada. Tipos que son invisibles. El top 1% del top 1%. Tipos que juegan a ser Dios sin permiso”. Y Elliot confiesa a su terapeuta que “todos nuestros héroes son falsificaciones” (empezando por Steve Jobs), que “el mundo en sí mismo es un chiste”, que “estamos adormilados” y que “somos unos cobardes”. Lo que tanto Iluminada como Mr. Robot hacen es colocar en el centro de su historia a dos tipos que han decidido despertar, dejar de fingir y armarse de valentía. Dos tipos, en todo caso, cuya percepción del mundo está completamente fracturada, y por ello precisamente son las herramientas ideales para canalizar la revuelta. Solo cuando la sociedad sea capaz de operar en un estado natural de esquizofrenia es cuando podrá alterar la situación.
Lo que realmente hace interesante a Mr. Robot, como también a Iluminada, es la vertiente psicológica de sus retratos de la sociedad contemporánea. El héroe es necesariamente un ser quijotesco, una criatura que apenas logra mantener en orden su vida y traslada su propio caos interior al resto del mundo. Las estructuras caóticos son, de hecho, su hábitat natural. En rigor no es La red social la película de Fincher con la que debamos establecer paralelismos, sino con El club de la lucha y su estrategia narrativa para justificar la revolución (incluso el terrorismo, aunque sea cibernético) con la demencia. Ese paraguas, esa coartada moral, nos invita a reflexionar sobre la pulsión transformadora que mueve a ambas series –Iluminada desde el encendido optimismo y Mr. Robot desde el retrato más bien nihilista– y, también, sobre si cualquier gesto de transformación está abocado a visitar los abismos de nuestra psicosis colectiva.