Carlos Irijalba, tierra, traducción y tiempo
El término inglés “endotic”, antónimo de “exótico”, que no tiene traducción al castellano, nos permite crear un primer paisaje mental de la exposición de Carlos Irijalba (Pamplona, 1979) en la galería Moisés Pérez de Albéniz: no es un territorio ajeno, sino que pertenece al ámbito de lo cotidiano. Tierra, agua, roca, metal, hueso y espuma forman una versión del más sutil de los cotidianos. Sin embargo, existe un estado de extrañamiento.
Desde hace diez años, Irijalba repiensa nuestro entorno eliminando la categoría de “nuestro”, en una tentativa de evitar la visión hegemónica de la condición humana. Mira sin jerarquías y realiza una reflexión sobre la materia -en términos de dimensión, escala y estructura- en una búsqueda desde lo pre-humano y hacia lo post-humano. El mundo existe y el hombre es sólo uno más de sus componentes. Su rastro está presente -inevitablemente existimos en la era del Antropoceno- pero a la vez nos remite a otro tiempo mayor y más profundo, en un sentido geológico, genético y sistémico, que reverbera dentro y fuera del ser humano. Es la reflexión sobre esta dimensión temporal el rastro que atraviesa esta exposición.
Irijalba mira sin jerarquías y realiza una reflexión sobre la dimensión, la escala y la estructura de la materia
La muestra reúne una selección de sus últimos proyectos de larga investigación junto a nuevas obras surgidas de una práctica más inmediata. Existen estos tiempos del hacer del artista, pero también nos relata diferentes temporalidades en cada obra: la instantaneidad, en el video Sin título (2018) del agua sucia sobre el asfalto o en las impresiones sobre metal de los residuos del agua en la serie Gowanus (2018); el tiempo industrial de los artefactos derivados de la producción automotriz en las prótesis de espuma metálica de Muscle memory (2016-2018), y en la amalgama de tubos de escape de Strange stranger (2018); las fotografías Pahoehoe (2018), lava suave en hawaiano, traen el tiempo de la presión geológica de las acumulaciones de magma; y finalmente FFWD (2016-2018) nos proyecta a un tiempo que está por acontecer y es aún inaprensible, a través de la simulación de los detritos que habrá dentro de 32.000 años sobre la pasarela de observación de la cueva de Chauvet (Francia), único vestigio humano después de las pinturas rupestres.
La fineza formal no está sólo en las imágenes sino también en la configuración de la exposición. Los tubos, los estratos de lava, la pasarela sobre el suelo y los moldes en una plataforma a media altura que corta visualmente el espacio para la proyección crean una línea horizontal. Es un gesto más del artista para reflexionar sobre el tiempo. Predomina el plano temporal, donde un todo más amplio ocurre simultáneamente y a diferentes ritmos, en contraposición al hito vertical que marca el momento del yo en el ahora.
En cada pieza, Irijalba se enfrenta al reto de hacer notar la energía que subyace en estos tiempos, y que pone en relación los sistemas -la naturaleza, los cuerpos pero también las estructuras socio-económicas- que en ellos se desarrollan, más allá de la propia obra y del mundo del arte. La energía que él encuentra en Beuys, y que también me hace pensar en Gustav Metzger y su arte autodestructivo o en Fischlli & Weiss y su reacción en cadena en The Way Things Go. Pura fuerza.