Arte

"Nunca me he dedicado a ganar dinero"

Norberto Dotor, alma de Fúcares

31 octubre, 1999 02:00

Norberto Dotor es el director de Fúcares, la única galería de arte contemporáneo de Almagro. Acaba de cumplir 25 años al frente de la sala y se prepara para celebrar, el próximo 6 de noviembre, un cuarto de siglo acercando las más arriesgadas propuestas al centro de La Mancha. Lo va a festejar por todo lo alto: conciertos-acciones, una gran cena y la inauguración de la exposición de fotografía "Inside-Outside". Hijo de comerciantes, Dotor asegura saber vender como nadie, aunque no es el dinero lo que más le ha interesado. "Elijo a los artistas a golpe de corazón", dice.

Le encanta visitar casi a diario el estudio de algún artista y pasar las horas en la galería, en una de las dos sedes de Fúcares, en Madrid o en Almagro. Como si tuviera prisa, Norberto Dotor (Almagro, 1948) entra a su despacho de Conde de Xiquena, donde se estableció a su llegada a Madrid, en 1987. Con una mirada rápida supervisa la situación de la sala: Enrique Tejerizo, su más cercano colaborador en la capital, desmonta una exposición. Los cuadros de la siguiente muestra esperan su turno apoyados en las paredes. En el aire se puede sentir ese ambiente de tránsito, de cambio de un artista a otro, de unas obras a otras. De viaje corto, pero intenso.

-¿Cómo se metió en esto?
-Siempre me interesó el arte, de joven incluso llegué a pintar. Todo empezó tras una visita al Museo de Arte Abstracto de Cuenca. Pero entonces no tenía claro lo que quería. Los primeros años fueron de tanteo, exponía lo que podía, lo que había por la zona. La primera muestra la dediqué a una artista naïf. Tenía mucho encanto, pero poco que ver con lo que quería. Es ahora cuando se está cumpliendo lo que me planteé al principio. Creo que por fin tengo una galería.

-¿Por qué Almagro?
-Es mi casa y me encanta. Hace 25 años era un pueblecito de provincias maravilloso, un poco cerrado, eso sí. Y por qué no abrir allí una galería de arte contemporáneo.

-No sería fácil apartarse del localismo, de los artistas de la zona, y abrirse a pintores de toda España.
-La transición se produjo gracias a Juana Mordó, ella me dio el empujón definitivo. Supongo que al verme tan joven y tan empeñado en formar una galería le gusté. Me brindó su amistad y su experiencia. Fue una época estupenda.

Programas imposibles

-Por su galería han pasado un montón de artistas, muchas veces jóvenes, recién llegados, aunque no siempre se han mantenido fieles.
-Eso me pasa porque nunca me he dedicado a ganar dinero, me he volcado más en tener una buena galería descuidando la dimensión comercial. No me interesan las modas. Soy consciente de que he hecho temporadas con programas imposibles: propuestas interesantes por su frescura pero no desde el punto de vista comercial.

-¿Es difícil hacer que el mercado se fije en los artistas noveles?
-Es carísimo y muy arriesgado. Hay que ser calculador, tener mucho ojo y ser un poco adivino.

-Pero a usted le va el riesgo...
-Bueno, me estoy haciendo mayor... Ahora procuro mirar las cosas de otra manera. Llega un momento en que las desilusiones y frustraciones empiezan a pesar, sobre todo cuando se ha intentado sacar adelante a un artista y, de la noche a la mañana, el pez gordo se lo lleva, y no por su interés artístico sino por el comercial. Me decepciona muchísimo. A pesar de todo, sigo interesado por las nuevas apuestas.

-Esos jóvenes por los que ha hecho lo imposible cuando nadie creía en ellos, ¿se lo han agradecido?
-Hay de todo. Muchos no me quieren volver a ver (risas).

-El ahora reconocidísimo Miquel Barceló fue, en su día, una de sus arriesgadas propuestas.
-Conocí a Barceló en una galería de Barcelona en la que dudaban de sus obras. Compré unos papeles muy interesantes por una miseria. Era un desconocido que me conquistó desde el principio. Fue una relación enriquecedora y supuso el reconocimiento público de la sala.

-¿Qué labor deberían desempeñar las instituciones frente al arte nuevo?
-En España hay un grave problema no resuelto: los centros públicos y los museos no tienen un programa que enriquezca el debate permanente que debiera existir en el arte. No muestran demasiado interés por lo nuevo. No vale decir "lo expondremos cuando esté más establecido", porque ¿quién lo establece? Además, deberían mirar más hacia lo que se está haciendo fuera.

-Hablando de arte extranjero, esta faceta también ha sido importante para Fúcares. ¿Cuándo empezó a exponer obras de fuera de España?
-A principios de los ochenta, en Fúcares ya había colectivas con obras desde Warhol a Mapplethorpe o Baselitz. Muchas exposiciones las he montado con el propósito de informar. Me sentía obligado a ofrecer la información que las instituciones no daban, aunque no siempre esta labor ha sido reconocida.

-Ha dicho alguna vez que, de sus galerías, la sucursal es la de Madrid.
-Tengo una debilidad especial por Almagro, quizá porque me ha costado más esfuerzo mantener aquello. Las propuestas allí resultan menos comprendidas por el medio en el que se desarrollan. Me gustaría pasar más tiempo en mi tierra y en la galería, donde también trabaja mi hermana Paloma.

-¿Qué diferencia a los compradores de Almagro de los de Madrid?
-La gente que compra en Almagro lo hace con un entusiasmo especial y, a veces, con esfuerzo. Las operaciones más importantes económicamente son las de instituciones y allí apenas existen. En Madrid, el coleccionista es más profesional.

Momento de confusión

-Después de 25 años en una galería, ¿hacia donde diría usted que se encamina el mercado?
-Ahora mismo la oferta es muy ecléctica, se nota que estamos acabando un siglo. Es fácil hacer que algo parezca arte cuando no lo es. Sobra información y falta corazón. Vivimos un momento de confusión: la oferta es muy grande y la especulación también. Hay demasiado inversor y el arte no es la Bolsa.

-¿Y Fúcares, hacia dónde va?
-La galería va a cambiar, me estoy planteando otra forma de llevarla. Quizá debería mirar más a otra generación o hacia un arte más internacional, todavía no lo sé. Pero yo también quiero pasarlo bien económicamente. En este negocio, se hacen más ricos los que menos galeristas son o los que tienen artistas muy establecidos. Yo no debería tener una galería. Me encantaría dirigir un pequeño centro de arte contemporáneo en mi tierra.

-¿Qué es lo mejor de su profesión?
-Ser galerista te da la oportunidad de ver el mundo de otra manera, a través de las creaciones artísticas. He hecho buenos amigos y he conocido gente estupenda, pero, sobre todo, he aprendido a leer el código del arte. Eso es lo más positivo de esta profesión, que es en realidad una vocación.

-¿Quién le ha faltado en estos años?
-Muchos. Me hubiera encantado montar individuales de Miguel ángel Campano y de Ferrán García Sevilla. Con Campano voy a tener el gusto de cerrar la temporada en Almagro.

Un sueño más que Dotor va a ver cumplido, ése y el de poder celebrar los 25 años de su galería manchega, que no es poco.