Image: Vidrio de Moser y Val Saint Lambert

Image: Vidrio de Moser y Val Saint Lambert

Arte

Vidrio de Moser y Val Saint Lambert

7 junio, 2000 02:00

Pieza de cristal de Bohemia de lka firma checa Moser

Museo del Vidrio. Real Fábrica de Cristales de La Granja. Paseo del Pocillo, 1. La Granja, Segovia. Hasta el 27 de agosto y el 15 de octubre

La muestra permite comprobar que, a lo largo de un amplio período, junto a las creaciones más convencionales destinadas al adorno se van infiltrando elementos vanguardistas

La Fundación Centro Nacional del Vidrio, en La Granja, es una institución que probablemente no tiene la difusión que merece. Los antiguos espacios de la Real Fábrica de Cristales, el Museo del Vidrio, los Talleres y las exposiciones temporales constituyen un conjunto verdaderamente singular en nuestro país. Más allá del comentario de las dos magníficas exposiciones, estas líneas querrían animar al lector a visitarla.

De la fábrica belga de Val Saint-Lambert y la checa Moser han salido, desde hace más de un siglo, algunas de las piezas de cristal más bellas del mundo. Para cualquier persona interesada en las artes decorativas representará un auténtico placer contemplar una colección como ésta. Personalmente, siempre me ha llamado la atención cómo se relaciona la evolución del gusto común con la evolución artística. En este sentido, una muestra de estas características permite comprobar que, a lo largo de un amplio período, junto a las creaciones más convencionales destinadas al adorno se van infiltrando elementos vanguardistas. Más interesante aún es el hecho de que, en un caso como el de estas manufacturas, las innovaciones artísticas no operan con libertad absoluta: han de atenerse a las posibilidades técnicas de una artesanía que, como la del vidrio soplado y tallado, es muy precisa y exigente. Y aún más: han de plasmarse en objetos eminentemente funcionales. Momentos especialmente felices fueron aquellos en que el art nouveau y el art déco plantearon introducir sus propuestas estéticas en el mobiliario, la decoración y la arquitectura. En Bélgica se dio un florecimiento del que quedan magníficos testimonios arquitectónicos, pero no lo son menos los jarrones y vasos que aquí podemos contemplar, realizados en la década de 1910 por Roman Gevaert, director de Val Saint-Lambert y su esposa Jeanne Tixhon, profesora de artes decorativas. Decoraciones modernistas, superficiales y curvilíneas, o rotundamente geométricas en las piezas déco, realizadas siempre en un colorido ciertamente inusual: violeta, pistacho, "aurora". Val Saint-Lambert mereció numerosos galardones en las exposiciones universales de 1925, 1930 y 1935. Se muestran también creaciones posteriores, que llegan prácticamente hasta nuestros días. El trabajo del veneciano Antonio Bon, entre 1950 y 1990, supone la introducción de una estética deudora de Murano que aunque muy vistosa no parece tan conseguida.

Si el cristal de Bohemia es una de las referencias tradicionalmente más importantes en este ámbito, puede imaginarse el interés de la otra muestra, que presenta una amplísima colección de piezas procedentes de una de sus fábricas más importantes, la fundada a principios del siglo XIX por el grabador Ludwig Moser. Su especialidad ha sido siempre el vidrio grabado y de ello podemos contemplar ejemplos de un virtuosismo agotador: escenas de El Bosco, Brueghel o Doré trasladadas a la acerada transparencia de una lámina. Sin embargo, las creaciones más logradas son aquellas que investigan en las propias posibilidades del material, es decir, las que trabajan con el color y la forma. A lo largo de sus casi dos siglos de existencia los Moser han incorporado magistralmente todo tipo de técnicas, jugando en ello un papel fundamental la dirección de Leo Moser que solicitó, ya en la década de los sesenta, la colaboración de artistas y estudiantes procedentes de la Academia de Artes y Oficios de Praga. De la factoría Moser han salido, pues, vajillas para todas las realezas del mundo, como puede verse en esta exposición. También, sucesivamente, obras con sabor chino, egipcio, hindú o japonés, como correspondía al gusto del cambio de siglo entre el XIX y el XX. Posteriormente, obras inspiradas en la Secession vienesa, el surrealismo o la geometría y ya, de estos últimos años, piezas verdaderamente soberbias, auténticas obras de arte que recuerdan a los juegos de luz de Flavin o Turrell. Todo un lujo, sin duda. Pero no sólo poseerlas, también contemplarlas. Como dije al principio, vale la pena el viaje.