Arte

Arman o el universo del objeto

31 enero, 2001 01:00

Fundación "la Caixa". San Juan, 108. Barcelona. Hasta el 1 de abril

Arman significa una ritualización de la destrucción, una estética de la negación. Más aún, existe en él una dimensión sádica, primaria e impulsiva, sin ningún refinamiento

¿Quién es Arman? Ante la dificultad de responder, digamos, como explicación provisional, que Arman (Niza, 1928) se sitúa en la tradición del objeto iniciada con las vanguardias históricas. Más allá de etiquetas, Arman es el universo del objeto.

Una de las series más significativas de Arman son las denominadas Acumulaciones de principios de los 60. éstas consisten en apelotonamientos de objetos de un mismo tipo (chapas, manos de muñecas, etc.) que de manera espontánea, articulan formalmente una estructura de ritmos. Nuestro artista no manipula los materiales; se limita a acumularlos y a exhibirlos en contenedores. Pero véase una intencionalidad estética: Arman presenta estas series colgadas en la pared como si fueran pinturas y él mismo define estas composiciones de objetos repetidos como un compromiso entre la figuración y la abstracción.

Con el paso del tiempo, Arman incorpora la idea de destrucción. En efecto, el mismo Arman clasificará su obra como colères y coupés; en un caso se trata de romper y en el otro de cortar objetos; cuyos fragmentos se recomponen luego desde criterios estéticos. La misma pulsión destructiva se completa incluso con otros procedimientos como el fuego. Pero interesa señalar que entre las primeras acumulaciones y estos últimos trabajos mencionados existe una relación de continuidad: acumular es una especie de asesinato del objeto, porque significa anular su individualidad. La multiplicación de un objeto es el símbolo de su disolución y descomposición, una manifestación inconsciente de algo muy negativo.

El trabajo de Arman con el objeto remite al collage, al dadaísmo -en particular a Schwitters-, a la noción de azar surrealista, a la voluntad de disolver la frontera entre arte y vida... Y siempre que se habla del arte objetual se alude a la socorrida interpretación de Duchamp que a falta de una ocurrencia mejor, lo explica todo. Pero en el caso de Arman hay algo más. Arman significa una ritualización de la destrucción, una estética de la negación. Más aún, existe una dimensión sádica, primaria e impulsiva, sin ningún refinamiento que se expresa en esta complacencia en el desgaste, el desecho, el absurdo, en definitiva en la anulación del objeto. Decimos sadismo, pero también culpabilidad, que es el reverso de todo gesto sádico. Porque la recomposición a que somete los objetos en un segundo momento tiene un carácter de restitución o compensación similar a aquellos exvotos u ofrendas religiosas en que se implora el perdón o que se ofrecen en señal de un beneficio recibido. El objeto, para Arman, es la expresión de un fantasma; lo que persigue es un fantasma oculto tras los objetos entre la voluntad de liberación y la culpabilidad.

Cierto es que no todo Arman se agota en las acumulaciones y en la destrucción; en su arte objetual existe también una dimensión lúdica, irónica, de construcción -no sólo destructiva-, pictórica... especialmente en el último tramo de su producción. Pero todas estas manifestaciones son expresiones de otros muchos fantasmas que habitan los objetos, porque los objetos poseen una alma y el trabajo del artista consiste en revelarla. El objeto de Arman es un objeto simbólico; al fin y al cabo el alma de los objetos es la nuestra propia.