El vídeo transforma el taller del artista
Joan Pueyo: Anormals, 2001
El 7 de marzo se inaugura Monocanal, una exposición que, organizada por el Reina Sofía, revisa la última creación de los artistas españoles en vídeo. Para entender mejor el arte en este formato nos hemos acercado a los creadores que lo trabajan y a los motivos que han llevado a la mayoría de los artistas de los 90 a incorporar el vídeo a su obra. La noción de tiempo, el acercamiento a la realidad y las nuevas tecnologías son las razones para este cambio en el taller del artista, un taller que, en muchos casos, se reduce a una cámara y a un ordenador.
Sin ir más lejos, el Museo Reina Sofía muestra en Madrid, a partir de mañana, 43 películas de la última década (la misma exposición se inaugura, al tiempo, en el CGAC de Santiago de Compostela, el Museo Patio Herreriano de Valladolid y la Sala Díaz Cassou de Murcia). Se trata de una revisión de la última creación en vídeo, una muestra que enlaza, si pensamos en un recorrido cronológico por las obras en este formato en España, con las dos exposiciones realizadas anteriormente por el MNCARS: La imagen sublime (1987) y Señales de vídeo (1995). Son piezas realizadas por artistas de los que estamos más acostumbrados a ver expuestas sus fotografías, sus pinturas o sus esculturas. Es decir, que queda también claro con esta muestra, que ya no funciona sólo el videoartista, el creador que se dedica en exclusiva a la filmación de vídeos. Ahora el artista utiliza el vídeo como un método más, una herramienta de trabajo que, en la era digital, se ha simplificado al máximo y ha convertido el taller del artista en un ordenador y una cámara de dimensiones ridículas.
Uso no normalizado
Pero el vídeo no es un soporte nuevo, aunque es ahora cuando vive uno de sus mejores momentos, desde principios de los 80 los artistas españoles vienen incorporado la imagen y el sonido a sus obras. "En España el uso del vídeo todavía no está normalizado. Pero no hay que olvidar que la cámara de vídeo como herramienta de trabajo existe desde los años 70, aunque es en los 90, con la tecnología digital, cuando empieza el auge". Lo dice Berta Sichel, responsable del Departamento de Audiovisuales del Reina Sofía, y lo corroboran los artistas que más tiempo llevan en esto, como Txomin Badiola (Bilbao, 1957): "A pesar de que utilizo el vídeo desde 1983, entonces todavía no me sentía demasiado cómodo en el formato. Era una tecnología complicada, para editar tenía que acudir a un estudio profesional y eso ralentizaba mucho el trabajo. En mi caso, el vídeo aparece como posibilidad real en los 90, cuando la cámara y los aparatos de edición entran en el apartado de pequeño electrodoméstico. Yo no soy un videoartista y para mí es necesario que pueda utilizar la cámara con la misma naturalidad que utilizo un papel o una sierra. Ahora se ha convertido en una de las herramientas más prácticas en mi trabajo: el producto sale terminado de mi casa".
No hay duda de que la accesibilidad, la simplificación de las tecnologías y la aparición de métodos digitales son algunos de los motivos que han llevado a los creadores españoles a mezclar los formatos, a unir fotografía y vídeo, instalación y vídeo, escultura y vídeo. Porque lo que parece claro es que muy pocos se limitan al vídeo, ni siquiera los pioneros, los que provienen del mundo del cine. Es el caso de Joan Pueyo (Barcelona, 1956), que comenzó su trabajo realizando cortometrajes en 1975: "Aunque vengo del cine, en cuanto aparece el vídeo en la calle, en los años 80, me intereso por el nuevo formato. Creo que se trata del medio más democrático y más independiente. Cualquiera puede acceder a él. Desde el 85 me dedico al videoarte, abandonando quizá la narración para acercarme al universo plástico, a un medio más artístico, entrando a formar parte de mi mundo las piezas de hierro, las videoesculturas. Y esto llega probablemente de la necesidad de enmarcar el vídeo en algún sitio, en otro soporte que no sea el aparato de televisión. Yo vengo de la imagen, por lo que el dedicarme al vídeo en mi faceta plástica supongo que era casi inevitable".
La aparición del tiempo como elemento narrativo en la obra de arte es otra de las razones que esgrimen la mayoría de los artistas con los que hemos hablado, como Francisco Ruiz de Infante (Vitoria, 1966), por ejemplo, para quien las posibilidades de la utilización del tiempo son diversas; su taller es un efervescente laboratorio de ideas. "Me lancé al super 8 para hacer cine experimental. En mi trabajo plástico la noción de espacio era fundamental, mientras que en el cine o en el vídeo lo importante es el tiempo. Después de 20 años trabajando en vídeo monocanal, empecé a integrar el tiempo en mi trabajo plástico realizando videoinstalaciones, pero entonces el tiempo varía, ya no hay un principio y un final claro, porque para cada espectador la obra empieza cuando se acerca a ella. Es un bucle. Además, hace unos años que he comenzado a experimentar con otra idea: la imagen que se genera en el propio lugar de exhibición, por lo que el sentido del tiempo aquí es radicalmente distinto". La sala La Gallera de Valencia prepara una gran instalación que ocupará, en abril, todo el espacio.
El tiempo y el sonido
Para Jordi Colomer (Barcelona, 1962), cuyo último trabajo ha presentado Carles Taché en ARCO, en la sección Art Unkown, el tiempo se une a la desmaterialización de los objetos. "En mis vídeos no he abandonado los objetos y los personajes del resto de mi trabajo, pero ahora intervienen nuevos elementos: el tiempo y la desmaterialización de estos objetos. El vídeo permite contar historias, posibilita una concepción más amplia que la escultura. La participación del sonido, de los actores y del tiempo sólo se consigue con el vídeo".
Por otra parte, no es de extrañar que el vídeo haya cobrado protagonismo en los últimos años, cuando la imagen lo invade absolutamente todo en nuestra sociedad: la televisión, los videojuegos, el ordenador, el cine, son referencias al alcance de cualquiera. "La imagen es el tipo de comunicación que domina nuestro imaginario -sigue Colomer-, por lo que llegar al vídeo es casi un proceso natural". "La cultura hoy es visual y eso explica el auge del formato en estos años", añade Txomin Badiola.
Alicia Martín (Madrid, 1964), con dos vídeos nuevos en su última muestra en Oliva Arauna, también necesitaba ver el paso del tiempo en sus famosas imágenes de libros: "La evolución de mi trabajo pedía el movimiento, ha sido un paso natural, nada forzado, la obra me lo pedía. También la incorporación del sonido era necesaria en el vídeo del Laberinto, por ejemplo. En mi caso había varios impedimentos porque yo no conozco la técnica, el 3D, el manejo de los programas de ordenador necesarios... Pero lo he solucionado de un modo muy sencillo: tengo a mi lado a la persona que lo conoce, me siento a su lado y le voy diciendo lo que quiero, en realidad, tampoco soy yo la que revelo mis fotografías. Creo que lo importante no es el soporte sino la idea, lo que se quiere sugerir".
Documentar acciones
El vídeo de Javier Pérez (Bilbao, 1968), presentado en su última exposición en la madrileña Salvador Díaz, ha sorprendido a crítica y público. Para el artista, que siempre ha trabajado la tridimensionalidad a pesar de haber realizado la especialidad de Audiovisuales en la Facultad de Bellas Artes, lo importante no es el lenguaje cinematográfico sino el poder documentar una acción. "El lenguaje del vídeo y del cine tiene sus características: es algo que se desarrolla en el tiempo, no se puede alargar. Lo que me interesa es poder recoger, de forma casi documental, acciones (que no performances, porque no están pensadas para que haya público), puestas en escena en las cuales casi siempre yo soy el protagonista, aunque también he trabajado con actores". Y aquí entra otro matiz, porque los métodos de realización son muchos. "Cada vídeo me permite tener una relación diferente con el medio audiovisual. No es lo mismo trabajar en equipo, con grúa, con un guión prefijado donde tiene que estar todo pensado, que trabajar en tu estudio, con dibujos o maquetas, sin tener que responder ante nadie", asegura Javier Pérez. "Yo sigo construyendo objetos para los vídeos -dice Colomer- de modo que estos se convierten en obras de arte efímeras. Mi concepción de la escultura ha cambiado, se ha acentuado la fragilidad. Lo que hago en mis vídeos está en las antípodas de la creencia tradicional de la obra de arte para la eternidad. Mis objetos tienen horas de duración. Nacen para una ficción y la cámara es lo que les permite existir". Txomin Badiola reconoce que él no ha dejado nada en el camino, "yo sólo he ido ampliando mi campo de acción. Desde mi formación de pintor he ido incorporando luego la escultura, la fotografía, la instalación y, por último, el vídeo. Nunca me he sentido a gusto en un sólo medio".
Recuperar la narración
Recuperar la idea de lo narrativo es un motivo más para la utilización de este formato. "Lo narrativo -continúa Badiola- ha sido maltratado en las últimas décadas en el arte contemporáneo. Sólo a partir de los 90 la narración ha cobrado protagonismo, primero con la fotografía (al fin y al cabo, una foto es una narración instantánea) y ahora con el vídeo". Las razones, en cualquier caso, son muchas, para Alicia Martín "el vídeo abre muchas posibilidades espaciales según se quiera la imagen en una televisión o una proyección sobre la pared del espacio expositivo"; y para Ruiz de Infante "el vídeo ha hecho que nos acerquemos a la realidad, ha logrado que el arte no hable sólo de arte, que deje de mirarse el ombligo". El hecho es que el arte ha cambiado, se mueve, otros parámetros son ahora los importantes y es primordial que, no sólo el público, sino también los "mecenas del arte", instituciones y coleccionistas, sean conscientes de ello. De ahí la importancia, como dice Sichel, de un departamento como el del Reina Sofía, dedicado al audiovisual, no sólo al vídeo, sino también al cine. "En el MoMA de Nueva York hay dos departamentos, uno para vídeo, con cuatro personas, y otro para cine, con seis. Es igual de importante que un departamento de pintura o de escultura".
Y es que los problemas aún por solucionar son muchos. No basta el interés de los artistas para que se normalice una situación. Conceptos como los de unicidad u originalidad se han quebrado con la llegada del vídeo (la fotografía ya abrió la brecha). "Las galerías se encuentran cada día con problemas a la hora, por ejemplo, de fijar los precios de un vídeo", reconoce la galerista Elba Benítez, que trabaja desde su nacimiento, a principios de los 90, con artistas que realizan vídeos. "En la asociación de galerías ArteMadrid -continúa- hemos planteado precisamente en la última reunión que hay que adoptar unos criterios comunes a los que todos nos acojamos, si no estas cosas dan pie a pensar que hay fraude y conlleva que no haya coleccionismo". Y peticiones no faltan. Para Berta Sichel lo verdaderamente necesario es una videoteca en el MNCARS, "una colección de vídeos españoles. Me llama mucha gente, investigadores, que quieren hacer un trabajo sobre el vídeo de los 70, por ejemplo, y no hay nada".