Dalí y la traición al surrealismo
El hombre invisible, 1932. Museo Dalí de San Petersburgo, Florida
La aproximación de los surrealistas ortodoxos al marxismo revolucionario no podía menos que chocar con una postura intelectual tan poco "dialéctica" como la de Dalí. Este no comprendió, aparentemente, la dimensión moral que tuvo el surrealismo.
Así que el joven Salvador Dalí salía del seno familiar con un escupitajo simbólico, y con ese mismo gesto entraba en el hogar de los surrealistas ortodoxos. Lo hacía de la mano de Gala, que tenía un buen conocimiento de lo que se cocía en aquel París convulso, plagado de facciones antagónicas y de trampas difíciles de detectar. La primera de ellas se presentó cuando Georges Bataille, que quería publicar un ensayo sobre El juego lúgubre, le pidió autorización al pintor para publicar una fotografía de aquel cuadrito. Dalí se negó, sin dar explicaciones concluyentes, tomando así partido por André Breton en el gran cisma surrealista con el que había concluido la primera fase del movimiento. No era, pues, Dalí, un mal estratega (o muy buena era su consejera), pues la facción de Bataille tenía menos "poder" y estaba destinada a una marginalidad que no parecía convenirle al ambicioso artista catalán. Pero no son pocos los estudiosos que han creído detectar una impostura en aquella toma de partido: Dalí estaba ideológicamente más próximo a Bataille que al Breton cuya causa decía abrazar, y ahí hemos de buscar, seguramente, el origen de los desencuentros entre ambos que se van a producir con posterioridad.
El caso es que la etapa que inició entonces Dalí, prolongada hasta los años cuarenta (en 1948 regresó a Port Lligat), fue la más fructífera de su carrera, y la que más conexiones presenta con las grandes corrientes internacionales del arte de su época. Dalí desarrolló una actividad frenética en muchos dominios: no sólo pintó y dibujó incansablemente sino que creó objetos surrealistas "de funcionamiento simbólico", diseñó trajes y decorados teatrales, concibió aventuras cinematográficas de variada naturaleza, dio conferencias-performances, elaboró proyectos arquitectónicos (como el pabellón El sueño de Venus (en la imagen) en la Feria Mundial de Nueva York de 1939), y publicó poemas, además de textos teóricos. Su aportación intelectual más importante, el "método paranoico-crítico", fue desarrollada en varios escritos, a partir de su artículo "El asno podrido" (1929), para culminar con el libro El mito trágico del ángelus de Millet (cuyo manuscrito, elaborado y perdido en los años treinta, no se publicó hasta los años sesenta, cuando reapareció entre los papeles de Dalí). Es éste un procedimiento para sistematizar la confusión, un modo de conocimiento irracional que tiende a imponer en la realidad fenoménica las construcciones visuales o intelectuales de la mente paranoica. De ese método derivan los cuadros con imágenes múltiples, a partir de El hombre invisible (1930), y cuyo mejor ejemplo podría ser esa otra joya del Museo Reina Sofía de Madrid que es El enigma sin fin (1938). Todo esto deriva, aparentemente, de algunas lecturas de Freud, pero es algo original, y parece ya un hecho probado que el joven psicoanalista Lacan llegó más tarde a sus propias formulaciones influido por el método de Dalí.Dalí no comprendió, aparentemente, la dimensión moral del surrealismo
Pero la suya fue una impostura genial que produjo como resultado un corpus de obras realmente original y de extraordinario interés. Dalí devoró al surrealismo, lo defecó, y llenó cuanto tocó con el excremento simbólico de su viscosa personalidad. Logró, como se había propuesto en su juventud, sembrar la "confusión" y exaltar su persona hasta el borde de lo indecible. De aquellos polvos proceden nuestros lodos, incluyendo esta metástasis cultural forunculosa de su centenario, plagada de malentendidos, como le habría gustado a un personaje como él, que nunca tuvo deseos de "descansar en paz".