Image: Jean-Michel Basquiat

Image: Jean-Michel Basquiat

Arte

Jean-Michel Basquiat

Fundación Beyeler, Basilea. Del 9 de mayo al 5 de septiembre

22 junio, 2010 02:00

Jean-Michel Basquiat: Riding with the Death, 1988

La de Basquiat en la Fundación Beyeler es una exposición de pintura torrencial, el homenaje a un artista que el próximo mes de diciembre habría cumplido 50 años.

Jean-Michel Basquiat pertenece a esa tipología de artistas ya míticos cuyas vidas tienen tanta fuerza como sus propias obras. La suya duró poco, veintiocho años, pero fue tal su intensidad y tan furioso su ritmo de trabajo, que el legado que dejó tras de sí se nos revela ahora, con la perspectiva del tiempo, asombrosamente extenso. La exposición que han comisariado Dieter Burckhardt y Samuel Keller, director de la fundación, ofrece la posibilidad de contemplar con detenimiento y sosiego una obra que de medida y sosegada no tenía nada. La contención habitual de las salas del edificio de Renzo Piano se ve ahora violentada por la trepidante vitalidad de unas pinturas poderosas y vibrantes. Pintura torrencial.

Basquiat nació en el barrio neoyorquino de Brooklyn en 1960, hijo de padre haitiano y madre portorriqueña. La situación económica de sus padres no era mala pero sí lo era su relación, que acabó en separación, lo que afectó claramente en la vida del joven Jean-Michel. Pronto se introdujo en el ambiente subcultural de los barrios de la ciudad. Regentó la calle y descubrió las drogas. Fue un gamberro con inquietudes intelectuales reales. A un tiempo tocaba el sintetizador y el clarinete en bandas de músicas callejeras y buscaba los cuadros de los pintores del expresionismo abstracto americano. Las obras de Cy Twombly o Franz Kline son prefiguradoras de los grafismos posteriores del joven Basquiat.

Con 16 años, Basquiat empezó a realizar graffitis sobre los muros de Manhattan bajo el pseudónimo SAMO. Vendió postales y camisetas que le hicieron conocido en la ciudad hasta el punto de participar en una exposición en el P.S.1 titulada New York/New Wave en la que estaban artistas como Keith Haring, que se convertiría, más adelante, en buen amigo suyo, o Robert Mapplethorpe. Ya a finales de los setenta parecía tener claro cuál sería la iconografía que utilizaría pues en sus postales y camisetas ya aparecen signos relacionados con los deportes americanos, el consumismo, la violencia o la identidad cultural. Algunas de estas camisetas pueden verse en la exposición. Por entonces, Basquiat ya se hallaba inmerso en un ritmo de producción frenético. Sus pinturas comenzaron a llamar la atención de la comunidad artística, sorprendida por su manera de utilizar los soportes, muy personal. Presentaba sus pinturas sobre telas sin bastidor que colgaba directamente del muro. En otras piezas incluía maderas o plásticos, aunque a partir de los primeros años de la década de los ochenta se centró en los lienzos. En 1982 participó en la Documenta de Kassel, una cita en la que la nueva pintura neoexpresionista parecía imponerse como estilo dominante. Ese mismo año realizó uno de los cuadros más importantes de su carrera, con tan solo 22 años, el famoso Boy and Dog in a Johnnypump, uno de los hitos de la década y de la pintura neoexpresionista americana. Es un cuadro que revela las influencias de los abstractos americanos. Sus figuras remiten a De Kooning, el sistema de manchas lo vincula con Franz Kline y el drippping con Jackson Pollock...

Pero lo que rara vez faltaba era el texto. Baquiat introducía leyendas que unas veces ofrecían pistas sobre las inquietudes sociopolíticas del artista y otras, sencillamente, trasladaban al espectador el lenguaje de la calle, en ocasiones altanero y casi siempre irreverente. También de 1982 es uno de los mejores lienzos de la exposición, Untitled (Boxer), un cuadro que tuvo gran notoriedad en 2008 por el alto precio alcanzado en una subasta. Es un cuadro que representa un boxeador negro imponiéndose a uno blanco en un momento en que el debate racial tenía grandes repercusiones en el contexto del mundo del arte estadounidense.

Los cuadros de la última época revelan una nueva dirección en la pintura de Basquiat que solo puede ser calificada como paradójica. Y es que, por un lado, el artista parece mostrarse más contenido en sus composiciones, con figuras que flotan en fondos neutros, calmos, y, por otro, pinta al mismo tiempo grandes cuadros caracterizados por un enorme caos formal, un horror vacui de gran intensidad cromática. De 1988, el año en que murió, destaca un cuadro soberbio, prefigurador de lo que acontecería poco después, Riding with Death, en el que un personaje (¿el propio artista?) cabalga alegremente sobre la muerte.