Image: Manuel Ocampo

Image: Manuel Ocampo

Exposiciones

Manuel Ocampo

29 abril, 2004 02:00

Sin título, 2004

Tomás March. Aparisi y Guijarro, 7. Valencia. Hasta el 25 de mayo. De 5.500 a 18.000 euros

Bajo el concluyente título Moral stories: fuck the third world ("Historias morales: que se joda el tercer mundo") Manuel Ocampo expone una variopinta serie de obras a través de las cuales el espectador puede entrever el complejo universo de imágenes que vienen poblando su pintura desde los inicios de la pasada década. Aireado por las traídas y llevadas componendas que a lo largo de los años noventa -y al hilo de la corrección política à la mode-, acabaron engullendo a tantos llamados a ser artistas en la grand buffe del arte de la periferia, el trabajo de Ocampo no hizo sino provocar ácidas indigestiones en los delicados estómagos de un arte à la carte.

Desde su Filipinas natal, Manuel Ocampo (Quezon City, 1965) ofrecía todos los méritos para ser estimado como un enfant terrible. No obstante, Ocampo ha sabido mantenerse a salvo de los caprichosos vaivenes que movieron el arte, de modo que, si bien parecía abocado a cargar con el sambenito del artista políticamente correcto del arte de los noventa, pronto logró romper con los estereotipos, convirtiendo su pintura en un fecundo territorio en el que confluyen muy diversos encuentros. Echando mano de ciertas estrategias apropiacionistas, enarboladas por la posmodernidad en los ochenta, Ocampo da cita en sus lienzos a imágenes de todo tipo, que no hacen sino recomponer, sin aparente orden ni concierto, un puzzle en el que todo acaba encajando y cobrando un sentido desconcertante. Sin embargo, si bien en su pintura se pueden observar guiños y reojos, citas y remedos propios de la mejor pintura de los ochenta, no se puede ver en ella ni las pretensiones eruditas ni el cinismo que la caracterizaron, sino más bien una astuta forma de manierismo que escapa a cualquier encasillamiento. El arte de Ocampo consiste más en una pintura de pinturas que en una pintura de pintores. Sus citas y comentarios no son más que señuelos para el pensamiento; un modo de oxigenar la contaminación que define nuestros fundamentos culturales.