A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

De la condición (in)humana

3 mayo, 2017 17:03
Gian Maria Volonté interpretó a Santos Banderas en la adaptación cinematográfica de José Luis García Sánchez

Gian Maria Volonté interpretó a Santos Banderas en la adaptación cinematográfica de José Luis García Sánchez

En la ficción literaria de Valle-Inclán, Santos Banderas, el tirano de Tierra Firme, ordena detener al coronel De la Gándara, su compadre, por andar conspirando contra él. De la Gándara huye de su burdel preferido y va a dar a la casa del doctor Rosales, un patriota ya fallecido. Santos Banderas manda detener también, por obvia complicidad, al joven hijo del doctor Rosales que, obviamente, no ha tenido nada que ver con el coronel De la Gándara. El insurrecto huye y se une a los revolucionarios, comandados por jóvenes mestizos que han conseguido unirse a los indios. Estamos en Tirano Banderas, y el dictador ordena también que se juzgue y condene a todos los que han colaborado en la huida del coronel De la Gándara, que se ha ascendido a general en cuanto se ha puesto al frente de los sublevados. El hijo del doctor Rosales está en la cárcel y lo que se comenta en las calles, y en la propia cárcel, es que los presos serán todos fusilados y sus cadáveres echados al mar como pasto para los tiburones, "hartos ya de carne humana", escribe Valle.

La viuda del doctor Rosales va a ver personalmente a Santos Banderas, en plena revolución, para pedirle libertad para su hijo, aunque sea en memoria de su padre, un gran patriota. Con muchos remilgos, salvando la inmoralidad y la ausencia de ética, Santos Banderas le da todo tipo de explicaciones. Hace alusión a la amistad personal que mantenía con el patriota fallecido. Inicia una seria de arrumacos, caricias verbales y de todo tipo, para envolver su verdadera voluntad. Finalmente le dice a la viuda lo que la viuda no quiere oír. "Yo no soy el que condena, condena la justicia de la patria y yo contra ella no puedo hacer nada", le dice Banderas a la viuda de Rosales en tono sentencioso y solemne.

En la ficción, el hijo de Rosales se escapa de la muerte porque el general De la Gándara y sus insurrectos entran en el Palacio Presidencial para tomar preso a Banderas. El tirano sabe lo que le espera y se enfrenta solo a su compadre con gritos de desavenencia. Zacarías, un indio que ha perdido a su mujer, lo que ha ocasionado a su vez la muerte de su único hijo, le dispara desde la puerta del Palacio y el Tirano Banderas cae muerto. La película que dirigió García Sánchez, con guión suyo y de Rafael Azcona, es bastante fiel a la novela de Valle y un gran ejercicio artístico.

Muchos años más tarde, cuando ya habían formado en La Habana el pelotón de fusilamiento contra el general Ochoa y el coronel del G2 Tony de la Guardia, condenados a muerte por un tribunal revolucionario, Ileana de la Guardia, la hija del coronel, le pide a García Márquez, amigo cercano de Fidel Castro, que le diga al dictador que perdone a su padre y a Ochoa, y les conmute la muerte por cadena perpetua. El dictador se ha visto acorralado por la DEA, que lo acusa de estar al tanto y ordenar el juego de Ochoa y De la Guardia con el traficante de drogas colombiano Pablo Escobar. Se trata de vender droga para pagar el ejército cubano que lucha en Angola. Pero ya todo ese episodio pasó, porque, al llegar a La Habana, Fidel Castro imagina como buen paranoico que su general Ochoa, el más laureado de todo el glorioso ejército revolucionario cubano, es un conspirador que se ha subido a la parra y quiera acabar con el castrismo. Lo manda detener, lo hace juzgar, lo condena a muerte y, finalmente, hace cumplir la sentencia. Pero un día antes de ese último episodio atroz, Ileana de la Guardia y su marido, hijo de Masetti, fundador de Prensa Latina, ven a García Márquez y le piden que se mueva para salvar a los dos jefes militares caídos en desgracia.

Consta que García Márquez se mueve con sigilo, astucia y osadía, y finalmente consigue, en un momento final de una larga noche de conversación, hablar en privado con Castro y pedirle que conmute la muerte de Ochoa y Tony de la Guardia por cadena perpetua, como ha hecho con el hermano gemelo de Tony, el general Patricio de la Guardia, condenado a prisión eternamente (por treinta años: toda una eternidad). Castro pone cara de asombro cuando García Márquez le pide que salve la vida de sus amigos. "Pero si yo no puedo hacer nada", le dice Castro a García Márquez en medio de la noche, "los ha condenado la Revolución, no yo". Y ahí se acaba esa historia en la que se reconoce el carácter inhumano del ser humano, esa condición asesina a la que se refería André Malraux en su novela La condición humana. Ficción y realidad unidas en la condición (in)humana de un ser, el ser humano, que confirma su maldad (el hombre es un lobo para el hombre) cada vez que quiere y puede.

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