LéaLa otra vez
El festival LéaLa de Los Ángeles es un proyecto real de resurrección y resistencia del español en el corazón de California
La aventura comenzó hace unos años desde la FIL de Guadalajara, México. Había un potencial extraordinario en la ciudad de Los Ángeles y los rectores de la FIL se atrevieron a abrir un hueco en el vacío e inventaron una feria del libro en español en el corazón de California, un territorio intercultural donde la frontera entre costumbres, lenguas y nacionalidades formaba todos los días un escenario dramático y lleno de expectativas, a pesar de las crueldades evidentes de los administradores. Después de algunos años de lucha, la experiencia de la FIL de Los Ángeles decayó y el proyecto y su realidad quedó ahí, en suspenso, esperando mejores días para volver a clavar una pica en California. Al fin y al cabo, esa geografía antes fue española y mexicana y las voces de la lengua española quedaron durante siglos en el aire hasta que volvió a oír hablar en español en las calles de todo el estado. Hubo un tiempo mejor, hasta hace muy poco, donde los bachilleres norteamericanos y los hijos de los emigrantes tenían como disciplinas de estudio obligatorias las dos lenguas a la vez, el inglés y el español. Por ley. Y por ley se eliminó esa ley que hubiera hecho bilingües a todos los habitantes de California, fueran o no emigrantes. Se obligaba a los hijos de los emigrantes a estudiar inglés y a los norteamericanos a estudiar español. Una riqueza cultural y económica imponente, además de una gran integración pacífica. Hace poco se acabó, pues, la gloria y renació la humillación: hablar español se hizo más difícil, a pesar de los esfuerzos de políticos hijos de emigrantes y ya nacidos norteamericanos, como Antonio Villarraygosa, durante ocho años alcalde de Los Ángeles, luchador por los derechos humanos de los emigrantes, con quien estuve departiendo en la habitación de descanso de la LéaLa, un festival literario en español que, surgido del esfuerzo mexicano de la FIL de Guadalajara, encabezado por Raúl Padilla y Marisol Sultz, ha regresado a Los Ángeles este año con un corazón renovado y con las expectativas del eco pasado en ristre. Por eso, Léala fue mucho más que un festival, fue un acto de resistencia evidente, y Lydia Cacho, con su valentía de siempre, criticó con una dureza inusitada las políticas de inmigración del actual gobierno mexicano, del que se esperaba todo lo contrario de cuánto está siendo: sumiso ante las peticiones del Mono Blanco de la Casa Blanca que vocifera como King Kong en la película de ese mismo nombre.
De modo que Léala es un proyecto real de resurrección y resistencia del español, un festival, un sitio en el que escritores de todas las nacionalidades inmigrantes en California vienen a cruzar una vez sus ideales sincréticos y mestizos hablando siempre en español, desde Alberto Ruy Sánchez hasta las novelistas Mónica Lavín y Giovanna Pollarolo, rodeados de poetas y escritores, y profesores y académicos hablando en español: una exaltada apoteosis de la lengua española en California, donde el Instituto Cervantes estudia en estos instantes abrir una más de sus muy buenas oficinas. Sería un acierto, y una atención necesaria para que el español no decaiga como lengua doméstica, de uso diario en los lugares públicos de todo el Estado de California.
Hablé en la mesa de la Cátedra Vargas Llosa, titulada El mar que nos une. El LéaLa estuvo dedicado al efecto, concepto y tragedia de la frontera, y a la frontera como metáfora. Emergentes y clásicos nos unimos en una oración que contenía todas las metáforas de la palabra y el término en español, desde el dolor a la esperanza, desde la tragedia al cielo, desde infierno del desierto a la crueldad terrible de la "migra", incontenible y eficaz. No es la guerra, pero lo parece. De modo que hablé, junto a tres escritores más, Mayra Montero y Rodrigo Blanco entre ellos, de esa metáfora que vive en el título del mar que nos une, porque lo que nos unía a todos era la lengua, el mar inmenso de la lengua española cabalgando sobre Léala otra vez, a la velocidad de la luz, en una nueva vida que la ciudad de Los Ángeles agradece con una gran bienvenida y acogida a los invitados. Vale la pena seguir invirtiendo fuerza, esperanza, financiación, cultura y regocijo, en este festival al que asistieron diariamente más de trescientas personas, interesadas como están en mantenerse hablando en español, mostrando su voluntad de integración aprendiendo inglés para que nadie pise más sus derechos, los derechos a los que todos los seres humanos tenemos derecho, sin lugar a duda. Exigencia, pues, educación, educación, educación; lengua y literaturas de lengua española como celebración, origen, resistencia, puesta en marcha en la bandera de la memoria histórica. O sea, según todas las trazas, y a pesar de los pesares el retrato del futuro del inmigrante latinoamericano en Estados Unidos, gran laboratorio para continuar en la lucha contra los reaccionarios de todos los colores.