Pedagogía cinematográfica
Ahí van dos valoraciones de sendas películas, muy distintas, que se estrenan hoy.
1. Sólo es el principio. "Libertad significa hacer lo que quieres pero no cualquier cosa", dice uno de los niños protagonistas de este interesante documental. Sin duda, el éxito de aquel Ser y tener (2002) ha propiciado que llegue a nuestras pantallas una película atípica en la cartelera que refleja, con minuciosidad, las charlas filosóficas que tienen un grupo de niños de entre 3 y 4 años en las que reflexionan sobre temas tales como el amor, la muerte, la libertad o la amistad. Viendo este trabajo de los franceses Jean-Pierre Pozzi y Pierre Barougier, que aciertan con un montaje con ritmo que evita los subrayados, uno no solo disfruta de esa extraña sabiduría de la que son capaces los niños, también propone un modelo de educación basado en el diálogo, el debate y la reflexión personal capaz de entusiasmar. A ratos, Sólo es el principio, parece material educativo puro y duro pero los cinéfilos curiosos harán bien en escuchar a estos niños. Ambientada en una barriada de París donde se juntan todas las razas, en tiempos como los actuales en los que la educación está en tela de juicio, este documental también nos recuerda la enorme importancia de proporcionar a los más pequeños una enseñanza de calidad. La frase de un ministro de educación de Sarkozy, en cuanto que las maestras infantiles no es necesario que tengan título universitario para "cambiar pañales y vigilar la siesta" supone un atentado al puro civismo.
2. Shangai. Es significativo que esta película, producida por los célebres hermanos Weinstein, no se haya estrenado en Estados Unidos dos años después de su producción. El motivo es sencillo, la película es bastante mala. Ambientada en ese Shangai mitológico de los años 40, recordemos El embrujo de Shangai de Trueba, sin ir más lejos, quiere recuperar el sabor añejo de ese cine clásico americano con mujeres fatales, sombreros a lo Humphrey Bogart, humo, un poco de vicio y pasiones descontroladas en escenarios turbulentos. El referente obvio es Casablanca, y Shangai se queda a años luz por resultar previsible, convencional y sobre todo, muy aburrida. Explica las andanzas de un espía estadounidense (John Cusack) que se hace pasar por periodista y visita la ciudad para investigar el crimen de su mejor amigo. A partir de aquí comienza una investigación sin el menor interés, absurdamente embrollada, en la que, como es preceptivo, los pequeños asuntos del corazón se solapan con la Historia con mayúsculas. En plena ocupación japonesa, queda claro una vez más que los nipones fueron unos criminales en toda regla cuando invadieron China. Ya lo contó, mucho mejor, Ciudad de vida y muerte.