'Dopesick' aborda las causas de la liberalización de los opiáceos en Estados Unidos

'Dopesick' aborda las causas de la liberalización de los opiáceos en Estados Unidos

En plan serie

'Dopesick': nación yonqui

La serie de Danny Strong confecciona un mosaico que pretende abordar las causas y las consecuencias de la liberalización de los opiáceos en Estados Unidos

14 enero, 2022 02:04

Los estragos causados por la libre comercialización de derivados sintéticos del opio como la oxicodona -se estima que, en Estados Unidos, han causado más de 500.000 muertes en las últimas dos décadas- han sido objeto de análisis de documentales televisivos como la espeluznante miniserie El crimen del siglo (Alex Gibney, 2021), disponible en HBO Max. La llamada crisis de los opioides también se ha constituido como argumento fundamental para el desarrollo de tramas en distintos shows policiacos, siendo el mejor ejemplo la quinta temporada de Bosch (Eric Overmeyer, 2014-2021) a su vez inspirada en el libro Las dos caras de la verdad de Michael Connelly (el vigésimo segundo volumen de la saga). El cine también ha sacado partido de lo que ya es, indudablemente, una cuestión de estado. Títulos recientes como Cuatro días (Rodrigo García, 2020) o Crisis (Nicholas Jarecki, 2021) vienen a refrendar esta tendencia.

Sin embargo, para hablar de Dopesick: historia de una adicción (Danny Strong, 2021) quizá sea mejor echar mano de una determinada subsección de los llamados dramas legales, aquella en la que un voluntarioso y noble grupo de abogados (o un quijotesco y solitario letrado), espoleado por su afán de justicia, entabla una incesante lucha contra una corporación asquerosamente rica cuyos dividendos proceden bien de arrasar la salud de las personas, bien de cargarse el planeta poniendo al mercado como excusa. Podríamos citar como antecedentes más inmediatos Acción civil (Steven Zaillan, 1998), Erin Brockovich (Steven Soderbergh, 2000), Tierra prometida (Gus Van Sant, 2013) o Aguas oscuras (Todd Haynes, 2019) para entender en qué tradición se inscribe esta miniserie producida para Hulu que en nuestro país se puede ver a través de Disney Plus (su último episodio se emitió el 22 de diciembre del pasado año). 

Ahora bien, la teleficción creada por Danny Strong (sí, también es ese actor en el que ustedes están pensando: el Jonathan Levinson de Buffy, el Danny Siegel de Mad Men, el Todd Krakow de Billions) no nos habla sólo sobre un arduo proceso judicial, sino que se dedica, más bien, a confeccionar un mosaico que pretende abordar las causas -y las consecuencias- de la liberalización de los opiáceos en Estados Unidos. A partir del material contenido en Dopesick: Dealers, Doctors, and the Drug Company that Addicted America, el libro de Beth Macy en el que se ha inspirado Strong, se construye una ficción basada en hechos reales sustentada en dos pilares maestros: la dramatización de unos sucesos que abarcan casi una década (de 1996 a 2005) desde la óptica de distintos personajes, abrazando un diseño coral que trata de capturar el problema en toda su complejidad.

Seis son las perspectivas que vehiculan el relato. La del doctor Samuel Finnix (Michael Keaton), un médico de pueblo que atiende a la pequeña comunidad residente en la ficticia Finch Creek, localidad minera situada al pie de los Apalaches, en el estado de Virginia. La de Betsy Mallum (Kaitlyn Dever), joven lesbiana de familia religiosa que trabaja en las minas del pueblo y que empieza a consumir oxicodona tras sufrir un accidente laboral. La de Rick Mountcastle (Peter Sarsgaard), el fiscal que abre el proceso legal contra Purdue Pharma, la compañía que patentó y comercializó OxyContin. La de Bridget Meyer (Rosario Dawson), agente de la DEA (la agencia antidroga estadounidense) que persigue los mismos fines que Mountcastle pero empleando otros medios. La de Richard Sackler (Michael Stuhlbarg), aspirante al trono empresarial de una de las familias más ricas de Estados Unidos, propietaria de Purdue Pharma, e impulsor del citado analgésico y de su virulenta expansión. Y la de Billy Cutler (Will Poulter), un comercial de la farmacéutica que se dedica a hacer proselitismo del nuevo opioide y a recomendar sus bondades a médicos como el doctor Finnix para que se lo receten a pacientes como Betsy Mallum. 

En sus pretensiones expansivas, Strong y su equipo de guionistas se esfuerzan por dotar de empaque a todas y cada una de estas perspectivas, de manera que cada uno de estos seis personajes está rodeado de un pequeño grupo de roles satélite cuya función no es otra que la de dar color a sus respectivos mundos (aunque esos colores sean cenicientos, apagados). En esa mirada caleidoscópica, completista, hay una búsqueda permanente de equilibrio que no siempre se consigue, principalmente porque los hiperconstruidos arcos dramáticos de los caracteres principales hacen de la mayoría de sus acompañantes estereotipos utilitarios. Los desplazamientos psicológicos y morales por los que atraviesan el doctor Finnix -con ese vía crucis canónico de auge, caída y redención-, Betsy (y su tragedia íntima y anónima) o el fiscal Mountcastle (un David que corre el riesgo de convertirse en Sísifo), no encuentran una respuesta idéntica en el elenco de secundarios, algunos acuñados con el marchamo del tópico (el marido de Bridget o la compañera/amante de Billy) y otros muy débilmente elaborados (la familia Sackler al completo).

Esos desajustes también afectan al diseño de Richard Sackler, algo así como el hermano taimado de Ernst Stavro Blofeld y Charles Foster Kane, desprovisto de matices, tan escorado hacia la impiedad que por momentos resulta una caricatura. A este respecto, cabe mencionar que no ayudan la dirección de actores, por más que Stuhlbarg esté en su salsa, ni la sobrecargada presentación de la familia, rodeada de arte y envuelta en música operística (too much). Con todo, lo peor es cuando los guionistas intentan inocularle unos miligramos de humanidad al billonario con esa llamada a una expareja tan fuera de lugar como Djokovic en un centro de salud. 

Si la combinación de tantos puntos de vista ya anticipa una narrativa alambicada, la arriesgada determinación que asume Danny Strong al intercalar constantemente distintos tiempos cronológicos dentro de los márgenes que ocupa su historia (con un par de excursos a 1962 y 2019/20) la transforma en un huracán cuyo seguimiento puede resultar dificultoso. Ahora bien, aquí lo que habría que valorar es si esos continuos saltos temporales justifican la demolición de la linealidad, de la ordenación lógica del relato (esto es, la que imita a la vida).

Para quien esto firma, esta estructura discontinua y espasmódica sacrifica (relativamente) la claridad para crear una rítmica sustentada en la tensión -los cambios obligan a estar alerta… como están todos los protagonistas- y, aún más importante, para dibujar una suerte de loop con la causalidad como base, una manera sutil de poner en forma la existencia de unos patrones que se repiten, una y otra vez, a todos los niveles: causas y efectos de las adicciones, farmacéuticas saliéndose de rositas, trabas burocráticas, etc. En cada episodio se machaca esa idea de bucle, también a nivel emocional, como si después de cada proceso de rehabilitación tuviese que llegar, por fuerza, una recaída (hay repetidos viajes de ida y vuelta de la esperanza a la desazón). 

La serie contiene seis perspectivas que vehiculan el relato

La serie contiene seis perspectivas que vehiculan el relato

A Dopesick no puede negársele ni su exhaustividad expositiva ni su solidez didáctica. Sus ocho horas de duración le permiten no dejarse nada en el tintero, detallar los pormenores de la investigación, señalar las fallas sistémicas, las corruptelas y los conflictos de intereses que, indefectiblemente, surgen cuando la dictadura del beneficio toma el control de la sanidad. En definitiva, todos los males a los que apunta esta miniserie responden a un modelo de organización subyugado por el capital. Aquí el dinero compra voluntades, garantiza acuerdos, silencia grupos de presión, contrata abogados estrella, convence a médicos, vendedores y consejos de administración. Aquí solo importa que el Ebitda crezca de un año a otro y que al final del ejercicio los accionistas puedan repartirse las ganancias, que para eso han invertido en la empresa. Son números, es el mercado, ¿qué más da que tu producto haya provocado 75,673 en apenas doce meses? ¿Acaso alguien te obliga a consumirlo? 

El industrioso despliegue dramático al que se entregan Strong y los suyos, y la valiente estructura de una serie que prefiere explicar a sorprender (no teme ser previsible, llegando incluso a avanzar desenlaces que causarían mayor efecto situados en otros puntos de la narración), está en consonancia con una apuesta visual tan sobria como convencional que, en ocasiones, parece un muestrario de oportunidades perdidas. Los dos primeros episodios están dirigidos por un veterano como Barry Levinson, al que su probado oficio (la descripción ambiental de Finch Creek es impecable) no le impide dejarse arrastrar por ciertas inercias contemporáneas.

Hay una secuencia en el segundo episodio (‘Breakthrough Pain’) perfecta para explicar esto. El doctor Finnix acude a una convención de Purdue Pharma como oyente y termina subido a un escenario contando la experiencia de sus pacientes con el OxyContin, muy satisfactoria en las primeras fases. Billy, que es el visitador que le abastece, ejerce como entrevistador y, en un punto determinado, deriva la charla hacia lo personal, induciendo al médico a que hable de la muerte de su mujer, causada por un cáncer, y de cómo los fármacos elaborados por Purdue anteriores a la oxicodona la ayudaron a aliviar el dolor en sus últimos días. Hasta ese momento, la charla ha sido registrada empleando planos/contraplanos con la cámara situada en los laterales, con los cuerpos de los personajes por detrás del objetivo (lo llamaremos emplazamiento 1).

Cuando Finnix corrobora que el medicamento que le administró a su mujer funcionó y traza el paralelismo con el nuevo OxyContin, Levinson cambia la posición de la cámara (emplazamiento 2) y toma la cara del doctor desde detrás del cuerpo de Billy, como si quisiera señalar que Finnix ha pasado a formar parte del ejército de los Sackler (cosa que, efectivamente, sucede). Es una decisión tan coherente como sutil, y Levinson mantiene esa planificación hasta que el doctor termina de hablar sobre ese tema. De ahí se corta a un plano del público aplaudiendo, se pasa a una toma general de la sala y a un plano medio de Amber (Phillipa Soo), a la que la estrategia de Billy le ha encendido el interés (y la libido).

Después vienen otros tres planos, también sin diálogo: uno de Billy tomado desde el emplazamiento 1 y dos consecutivos de Finnix desde el emplazamiento 2, el último (foto 2) con un cambio de iluminación que ilustra su viaje al lado oscuro. Sin embargo, para la segunda parte de su speech, Levinson vuelve a las tomas iniciales y, por más que la decisión de capturar el rostro de Finnix en claroscuro para ofrecernos sus dos caras (el buen doctor que se convertirá en adicto) sea del todo coherente, esa indecisión en la planificación anula el poder de toda la secuencia, sobre todo porque el médico refuerza su discurso en favor de la droga -otra cosa hubiera sido que cambiara de tema, como parece deducirse al inicio de su exposición- y porque Levinson intercala planos de los emplazamientos 1 y 2 con lo que la fuerza de ese gesto, sencillo pero poderoso, queda muy mermada. Una vez más, la búsqueda de ritmo mediante el montaje sincopado (que la gente no se nos aburra, por Dios) prima sobre la lógica dramática.

'Dopesick' prefiere explicar a sorprender

'Dopesick' prefiere explicar a sorprender

Hay mayor pulcritud formal en los episodios dirigidos por el propio Danny Strong, que se ha reservado para sí el cierre de su miniserie. Pongamos un par de ejemplos para verlo mejor. En ‘The People vs. Purdue Pharma’ (1.08) para mostrar cómo Richard Sackler se convierte en el presidente de la compañía en la sombra, Strong filma el falso traspaso de poderes desde el exterior del despacho, oscureciendo la figura de Sackler quien, sabiendo que llegan tiempos de pleitos, se aparta de la primera línea para cederle esa posición otrora de privilegio y ahora de máximo riesgo, a uno de sus fieles subalternos que será el encargado de recibir los golpes de la administración mientras él sigue manejando los hilos alejado de los focos (foto 3). La secuencia, además, juega muy bien con las escalas: a medida que Sackler avanza en su argumentación, Strong va acortando el tamaño de los planos y acercándose a sus personajes, hasta que, en el momento en el que Sackler lanza su proposición ‘entra’ en el despacho para reforzar esa determinación -lo hace ahí y solo ahí, cuando Sackler pronuncia un “i’m gonna step down as a president”- para luego regresar al exterior y rubricar ese oscuro intercambio.

Hay mayor pulcritud formal en los episodios dirigidos por el propio Danny Strong

Hay mayor pulcritud formal en los episodios dirigidos por el propio Danny Strong

El otro ejemplo pasaría por el buen uso del reencuadre, como demuestra la secuencia en la que un agente de la policía comunica a los Mallum la muerte de Betsy (1.07) y Strong encajona el rostro del padre entre el techo del primer piso y la barandilla de la escalera y después a la madre en el marco de la puerta (fotos 4 y 5): como posteriormente se verá en el capítulo final, los Mallum ni han conseguido ni conseguirán superar la trágica pérdida de su hija (“nada de lo que nadie diga cambiará las cosas o nos hará sentir otra cosa” le espeta el padre de Betsy a un apenado y culposo doctor Finnix). 

A la serie no se le puede negar ni su exhaustividad expositiva ni su solidez didáctica

A la serie no se le puede negar ni su exhaustividad expositiva ni su solidez didáctica

Otra muestra del buen hacer de Strong se encuentra en la secuencia en la que el fiscal John L. Brownlee (Jack McDormann) recibe la llamada de un superior invitándole a cerrar un acuerdo con Purdue Pharma por el cual la firma acepta delitos menores para algunos de sus ejecutivos y el abono de una cuantiosa indemnización, puesto que de iniciarse el juicio puede encontrar una oposición de carácter político que dé al traste con cualquier tipo de condena. Strong rueda esta pequeña derrota -en Dopesick no hay triunfo alguno, solo el premio de los males menores- con el fiscal entrando en su despacho para quedar aprisionado por el marco de la puerta, símbolo del funcionamiento de un sistema que no deja escapar a nadie: incluso el acusador más atrevido tiene las manos atadas (como se ve en la foto 6, está ‘pillado’). 

Ahora bien, si hablamos de preferencias, uno se queda con el cuarto episodio (‘Pseudo-Addicton’) dirigido por Michael Cuesta. ¿Por qué? Pues porque el interior de una dramaturgia ya de por sí enrevesada, acumula una pequeña pero significativa elipsis que nos sitúa frente a un nuevo paradigma, subiendo la apuesta de la serie y modificando -siempre de manera justificada- la conducta de personajes clave. Y por la elocuente utilización del ‘Like Spinning Plates’ de Radiohead.

En 'Dopesick' no hay triunfo alguno, solo el premio de los males menores

En 'Dopesick' no hay triunfo alguno, solo el premio de los males menores

Por cierto, el culebrón Purdue Pharma está lejos de terminar. El acuerdo refrendado en septiembre de 2021 por el juez Robert Drain que especificaba que los Sackler firmarían la disolución de la farmacéutica y pagarían 4.500 millones de dólares a cambio de inmunidad ante eventuales querellas fue anulado en diciembre por una juez federal. Dicho de otro modo, Danny Strong ¿nos hacemos una segunda temporada? Solo pongo una condición: tiene que salir Michael ‘Golden Globe Winner’ Keaton. 

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