El actor y guionista Greg Davies en 'The Cleaner'

El actor y guionista Greg Davies en 'The Cleaner'

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'The Cleaner': la soledad de un limpiador de escenas del crimen

Todos los personajes de esta descacharrante 'sitcom' británica tienen un rasgo en común: están terriblemente solos

13 agosto, 2022 00:40

Si, en sus múltiples adaptaciones, Drácula nos hizo aprender que la sangre era la vida, su versión grijander nos enseñó que también podía ser la risa. Con un sentido del humor diametralmente opuesto al de Brácula (Álvaro Saénz de Heredia, 1997), en The Cleaner la hemoglobina desparramada por suelos y paredes, en contra de la voluntad de sus poseedores, cumple con esa función humorística, si bien también, y sobre todo, se articula como un pretexto para acuñar un retablo sobre la soledad dividido en seis partes de apenas 30 minutos de duración cada una.

El actor y guionista británico Greg Davies reformula el original alemán creado por Mizzy Meier en 2014, que quien esto escribe no ha visto, y regresa a esta historia fragmentada de un limpiador de escenas del crimen caracterizado por una dudosa habilidad para pronunciar las frases menos oportunas en los momentos más inadecuados.

En cada capítulo se topará con una suerte de antagonista —normalmente el titular de la casa en la que se ha producido el asesinato— con el que mantendrá un pequeño duelo conversacional tejido de hilarantes réplicas y contrarréplicas casi siempre basadas en equívocos o en el fehaciente talento del protagonista para entender las cosas en el sentido contrario al de la intención de su interlocutor.

Así pues, en esta sitcom minimalista —cada capitulo se desarrolla en un escenario con dos personajes y un par de roles recurrentes que encarnan los policías que acuden al lugar de los hechos— el limpiador Paul ‘Wicky’ Wickstead (Greg Davies) se cruzará con una viuda hecha a sí misma (le asesta 38 puñaladas a su marido para convertirlo en ex), y con un escritor atosigado por una fecha de entrega que tiene difícil cumplir y que, además, acaba de perder a su abuela tras una repentina explosión en el salón de su casa.

También se encontrará con una vecina en silla de ruedas a la que Paul no puede dejar de ofender bien por su condición de persona con discapacidad, bien por su veganismo; con una vieja dama de la aristocracia en cuyo caserón ha muerto un asaltante que intentaba robarle algunas de sus posesiones más preciadas; con un influencer obsesionado con la década de los 80 y con una expareja que ha alquilado una casa para sus vacaciones en la que se ha producido un desafortunado incidente.

Todos ellos, con Wicky a la cabeza, tienen un rasgo en común: están terriblemente solos. Desde la viuda que decide buscarse una nueva vida por la vía rápida, hasta el rey de los social media que solicita la aceptación constante y que colecciona recuerdos de un tiempo del que tiene un conocimiento apenas superfluo.

La mayoría de ellos viven solos o han perdido a sus parejas o solo están rodeados de gente a la que le procuran algún beneficio. Toda esta galería de solitarios está dotada de la singularidad necesaria como para hacerlos inolvidables, también porque Davies sabe inocularles el grado de excentricidad justa para hacérnoslos atractivos: la secuencia de Helena Bonham Carter en el baño (capítulo 1), el jugueteo con todos los clichés que rodean al mundo de la creación (capítulo 2), el reverso de las novelas de crimen y misterio a lo Agatha Christie con una antagonista que bien podría ser una perversa Miss Marple (capítulo 4) o la inversión de todos los tópicos que rodean a las personas con discapacidad (y al humor que sobre ellas puede o no puede hacerse, como se observa en el capítulo 3).

Ese vínculo que la serie establece entre las soledades de sus protagonistas y la muerte, omnipresente en cada escenario, puede verse como una oda al carpe diem y al replanteamiento de unas rutinas vitales que quizá nos hayan conducido a cierto estancamiento.

No hay mejor representante de esa triste inercia que el propio Paul, alguien al que se nos describe a partir de su trabajo, que insiste en prestigiar su profesión aduciendo que no es un simple limpiador y cuya vida oscila entre su jornada laboral y sus visitas a un pub en el que bebe pintas con una cuadrilla de amigos a los que solo conoceremos de oídas, pero cuyas costumbres solo pueden ser calificadas de estrafalarias o estúpidas.

El capítulo final, que Movistar Plus emitirá el próximo 29 de agosto, es el que mejor resume la situación existencial de Wicky, no solo por su argumento, que también, sino por una imagen que funciona a la perfección como síntesis de la propuesta de Davies, guioista y actor principal del show.

Si prestan atención a la imagen inferior, observarán un curioso trabajo con el reencuadre; en primer lugar porque cuando asocien ese fotograma con el desenlace del capítulo en el que Paul se encuentra con una exnovia verán que se hallan ante una metáfora de ese estancamiento vital al que antes aludíamos; pero también, y en segunda instancia, porque desde la realización, Tom Marshall indica que esa varadura es, a su vez, ridícula.

Ahí es fundamental el juego con los tamaños y con el físico de Davies, un tipo corpulento y gordinflón al que el marco de la puerta y el albornoz se le quedan pequeños, tanto como su propia vida, aunque él sea incapaz de darse cuenta de ello.

De hecho, si se compara este episodio final con el primero, en el que la viuda que acaba dejar el cuerpo de su esposo como un steak tartar le tienta para que emprendan un viaje juntos y rompan con sus respectivas monotonías, uno percibe que Paul no ha evolucionado, que si en el capítulo piloto se niega la posibilidad de cambiar haciendo que la policía detenga a la asesina, en el último cree que su futuro pasa por reconstruir una relación que ni siquiera en el pasado funcionó.

Por lo demás, y sabiendo que en este verano tórrido es más probable que prefieran refrescarse en una piscina a leer, les diré que The Cleaner cumple como comedia —su causticidad es descacharrante y la velocidad de algunos de sus diálogos, en especial los del segundo episodio (El escritor), la dotan de un ritmo adictivo— y como creación televisiva de irreprochable factura.

La serie incorpora claros guiños estéticos a Breaking Bad en no pocos momentos (esos tiros de cámara imposibles, la propia indumentaria de Paul, el empleo de la banda sonora), una serie que, no lo olvidemos, nos hablaba de un señor con cáncer que decidía tomar decisiones drásticas en virtud de lo que se le venía encima. A diferencia de Walter White, Paul Wickstead todavía no es consciente de que la vida te puede hacer pupita y dejarte hecho un fistro cuando menos te lo esperas.

Rasmus Nilausen, 'Landscape with Screen and History'

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