‘Telemarketers’, la serie documental que (casi) nadie ha visto y que no deberías perderte
La producción de HBO es una odisea pírrica, una lucha quijotesca frente a un sistema podrido encabezada por dos idealistas vacunados contra el cinismo
Las listas que resumen lo mejor del año tienen sus ventajas y sus inconvenientes. Cuando se limitan a jerarquizar títulos abandonando toda contextualización no son más que un inane ejercicio de name dropping. Si en lugar de enlistar en función de las filias de cada cual se busca trazar una aproximación que organice ese canon minúsculo, que rastree tendencias y que, más que enumerar, permita dibujar iluminadoras asociaciones, la cosa cambia.
Y cambia sobre todo porque, a los que las leemos, nos guía en nuestra labor de prospección, nos dirige hacia lugares que habíamos pasado por alto y nos ofrece la posibilidad de acercarnos a producciones que, en función del argumentario que acompañe la selección y de las series (libros, películas o discos) y temas con los que se hermane puede despertar del letargo al gusanillo de nuestro interés.
Sirva este preámbulo como puerta de entrada a mi tardío acercamiento a Telemarketers (Sam Lipman-Stern, Adam Bhala Lough, 2023), una breve miniserie documental de HBO que se estrenó allá por el mes de agosto y que aquí recibió el nombre de ‘La gran estafa de los teleoperadores’. Llegué a ella a través de una de esas listas que en las próximas semanas aparecerá en un medio nacional, conformada por las elecciones de un puñado de críticos.
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Cuando leí el título -Telemarketers- y vi la alta posición que ocupaba le dije al coordinador del asunto, medio en broma medio en serio, pues no había oído hablar de ella, que no se inventase títulos para demostrar que sabía más que los lectores. Fue entonces cuando las cosas se pusieron en su sitio, habida cuenta de que todavía no he tenido acceso al artículo que acompañará al listado en cuestión.
Después de perjurarme que existía, le reproché que esa serie no la habían visto más de tres personas, a lo que me contestó: “sí, los hermanos Safdie y yo. Patrick J. Pespas es el personaje del año”.
Bastó tan escueta descripción -y mi confianza en su criterio- y la comprobación de que no solo los Safdie estaban detrás del proyecto, sino también Danny McBride, Jody Hill y David Gordon Green, para que tardase menos en ponerle los ojos encima que Howard Ratner (Adam Sandler) en meterse en un follón.
Pero ¿qué es Telemarketers? Pues es una odisea pírrica, una lucha quijotesca frente a un sistema podrido encabezada por dos idealistas vacunados contra el cinismo que quieren acabar con una corrupción tolerada y asumida por aquellos que podrían combatirla.
Sam Lipman-Stern (codirector de la serie) y Patrick J. Pespas (estrella absoluta de la función) son dos extrabajadores de Civic Devolepement Group (CDG), un centro de teleoperadores que se dedicaba a recaudar fondos para diferentes organizaciones policiales.
En una nave amueblada por un interiorista de chabolas con gusto por el minimalismo, un puñado de inadaptados -buena parte de ellos exconvictos, drogadictos o tipos que no encontrarían trabajo en ningún otro lugar- llamaba a ciudadanos honorables pidiéndoles dinero a cambio de insignias que después lucirían en sus humildes utilitarios y que les otorgaban el honroso título de colaboradores de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado.
Esos fondos iban dirigidos, supuestamente, a los sindicatos policiales que, a su vez, se encargaban de distribuirlos entre los agentes que habían sufrido accidentes, padecían bajas de larga duración o tenían que enfrentarse a problemas de algún tipo.
Durante esa primera etapa en CDG, Sam empezó a grabar videos de lo que hacían sus compañeros en horario laboral y a colgarlos en YouTube, algo así como si los de Jackass se hubieran infiltrado en las oficinas centrales de Aliexpress.
Cuando, más tarde, tanto él como Pat, su compañero de correrías, averiguaron que de las ingentes cantidades de pasta que ellos recaudaban usando técnicas de dudosa legitimidad -estrategias que fueron empeorando hasta el punto de hacerse pasar por oficiales de policía- apenas un 10 por ciento llegaba al cliente final (o sea, a la poli), empezaron a mosquearse.
Es decir, sus jefes, que les pagaban sueldos ridículos -para eso contrataban personal socialmente marginado- se estaban forrando. Para más información busquen los nombres de David Keezer y Scott Pasch.
Aunque el fraude de CDG fue destapado y sus responsables condenados a pagar una multa, poco tiempo después el negocio volvió a abrir con otro nombre para seguir generando enormes beneficios. En ese punto, y habida cuenta del material registrado (unas 200 horas), Sam y Pat se impusieron como tarea hacer pública una estafa milmillonaria. Y así, arrastrados en parte por la culpa, en parte por su sentido de la responsabilidad, se embarcaron en una cruzada pseudoperiodística que ha durado ¡20 años!
Las tres partes de este descacharrante documental resumen en apenas tres horas dos décadas de batallas contra un sistema infranqueable, puesto que frente a ese robo a gran escala el gobierno no tiene apenas margen de maniobra (las donaciones son legales en Estados Unidos) y los principales damnificados, las entidades policiales, se congratulan de recibir el 10% de un montón de millones.
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Por el momento, sus máximos responsables no han tomado medidas al respecto -al contrario, contrataron directamente a compañías como CDG para que el grifo del
dinero no parase de manar- y a las autoridades institucionales les apetece tanto litigar con los sindicatos policiales como a Donald Trump retirarse de la carrera presidencial.
En cualquier caso, aquí lo interesante pasa por los modos, por observar cómo la anarquía misma del proceso de investigación se apodera de este documental bruto cuya despreocupación estética no solo encuentra eco en la personalidad de Pespas, sino que permite un acercamiento humanista a su estrambótica figura. Es tan importante descubrir el escándalo como el estudio del personaje porque pese a la derrota final, pese al desencanto generalizado, la dignidad termina brillando como un diente de oro en un estercolero.
En el fondo, Telemarketers es como ver al Harry Dunne (Jeff Daniels) de Dos tontos muy tontos (Peter & Bobby Farrelly, 1994) imitando a Michael Moore (al que se cita constantemente) para terminar parodiando ese modelo de documental performativo y evidenciar que hay directores que, al contrario que Sam y Pat, no se sabe si están más preocupados por abordar en profundidad los grandes temas que tratan o por autopromocionarse.
Entre el found footage macarra, las entrevistas extemporáneas conducidas por un patoso Pespas, la tierna voz en off de Lipman-Stern, la profesionalización del rodaje a medida que la película se va construyendo con la llegada de Adam Bhala Lough (primo de Sam y, este sí, director profesional) o el vibrante montaje (¿habrán intervenido los Safdie?), uno se queda prendado de esta docuserie cuya relevancia toca reivindicar, principalmente porque tanto su discurso como sus desmañadas formas vienen a contrarrestar todo un corpus de ficciones de estética límpida y adocenada que refuerzan la doctrina neocapitalista y que van de Air (Ben Affleck, 2023) a Super Pumped (Brian Koppelman, David Levien, 2022), de Blackberry (Matt
Johnson, 2022) o Tetris (Jon S. Baird, 2023) a WeCrashed (Drew Crevello, Lee Eisenberg, 2022).
Háganse un favor y véanla.