Más rápido que su sombra: el regreso de Lucky Luke
El cowboy solitario ha cruzado la línea del horizonte con su fiel caballo blanco y ya no está a la vista, pero no pierdo la esperanza de que vuelva algún día
Las aventuras de Lucky Luke llegaron tarde a mis manos. Creo que leí el primer álbum con doce años en casa de unos primos. Por entonces, todos los niños eran aficionados al wéstern y cualquier historia con cowboys, pieles rojas, forajidos, sheriffs, jugadores de póker y soldados de caballería cautivaba su atención de inmediato. Lucky Luke poseía todos los rasgos del héroe: coraje, altruismo, autodominio. Culto y educado, se mostraba indulgente con las flaquezas humanas y combatía el mal con un humor inteligente y levemente desencantado que parecía extraído de los ensayos de Michel de Montaigne.
No recuerdo qué álbum fue el que me reveló la existencia del héroe más rápido del Oeste, pero sí que me causó una gratísima impresión, suscitando el deseo de leer la serie completa. Por desgracia, mi madre solo me compró tres álbumes, pues su pensión de viudedad le obligaba a medir los gastos y consideró más apropiado reservar el dinero para la colección de Tintín.
La España de los setenta no era especialmente próspera. Los niños no tenían tantos juguetes como ahora. Un álbum en pasta dura era un lujo. Así que recurrí a la biblioteca de mi barrio y eso me permitió leer las aventuras del Lucky Luke, siempre acompañado por Jolly Jumper, un caballo locuaz, sarcástico y de inteligencia privilegiada.
Con Lucky Luke siempre podrías abrir la puerta de un mundo mágico donde convivían el heroísmo y el humor, la ironía y la ternura
Nunca me ha gustado leer un libro prestado, pues me gusta subrayar, escribir en los márgenes y conservarlo para volver a él más adelante. No es simple afán de posesión, sino un anhelo de comunión que tal vez resulte incomprensible para los que se resisten a establecer un vínculo sentimental con los objetos. En El lobo estepario, Hermann Hesse reivindica el apego a esas pequeñas cosas que convierten nuestra cotidianidad en una constelación saturada de emociones y recuerdos.
Un cómic es un objeto que rebosa vida. Entre sus páginas, burbujea un universo y el hecho de poder tocarlo, mirarlo, olerlo —quizás no se ha destacado con suficiente énfasis el efecto embriagador del papel— proporciona algo más que una pueril sensación de propiedad.
¿Qué significaba poseer un álbum de Lucky Luke? Saber que siempre podrías abrir la puerta de un mundo mágico donde convivían el heroísmo y el humor, la leyenda y la parodia, la ironía y la ternura. Me causa una frustración enorme que los álbumes clásicos de la serie hayan sido descatalogados en España. Hace unos años, Planeta publicó toda la colección, pero hoy en día ya no puede comprarse.
Desde esta humilde tribuna, imploro a Planeta, uno de los gigantes del mercado del libro, que vuelva reeditarlos. Imagino que si no lo hace no es por mala fe, sino porque no hay una demanda que justifique la inversión, lo cual me apena enormemente.
Hace unas semanas, acudí a una de mis tiendas favoritas: Elektra, situada en la calle San Bernardo de Madrid. Actualmente, es una de las librerías de cómics con más solera. Dividida en dos alturas, su fondo es bastante amplio y a veces puedes toparte con exquisitas rarezas, como Dios en persona, de Marc-Antoine Mathieu, que compré hace unas semanas y cuya lectura me reveló que la teología y la ciencia no son incompatibles con el humor.
A principios de los noventa, Elektra se encontraba en una calle más retirada, no muy lejos de su actual emplazamiento. Allí descubrí Akira, uno de los primeros mangas que llegaron a España. No soy un gran fan del manga, pero admiro a Osamu Tezuka, autor de Adolf, una obra maestra de la novela gráfica a la que dediqué un artículo en este blog, y quizás algún día escriba sobre Akira, la obra de Katsuhiro Ōtomo.
En Revista de Libros, analicé hace pocos años las ensoñaciones del gourmet solitario creado por Jirō Taniguchi y Masayuki Kusumi. Y acabo de leer Venecia, una obra bellísima de Taniguchi, con unas viñetas exquisitas que reproducen la legendaria ciudad, derrochando sensibilidad e inteligencia. El manga japonés alterna la poesía y el vértigo, la quietud y el movimiento, el crisantemo y la espada. Sus fórmulas más comerciales conviven con historias de extraordinaria delicadeza.
Desde que descubrí Akira en Elektra vuelvo al establecimiento cada cierto tiempo. Casi siempre de forma discreta, anónima. Compro un poco de todo, pero mi gran pasión es el wéstern. El cómic especializado en ese género sigue publicándose. Por desgracia, las nuevas generaciones no se sienten demasiado atraídas por unas aventuras con unos valores que se consideran caducos.
Un creador debe ser fiel a sus señas de identidad, sin dejarse influir por las modas
En mi última visita a Elektra, hablé por primera vez con Alberto Simón Calonge, el propietario. Me confesó que también era un apasionado del wéstern y me hizo varias recomendaciones. Entre ellas, Texas cowboys, una obra del guionista Lewis Trondheim y el dibujante Matthieu Bonhomme. Se han publicado dos entregas, pero la segunda ya está descatalogada.
Texas cowboys es una historia de aprendizaje. El joven periodista Harvey Drinkwater deja Boston para escribir una serie de reportajes sobre un pequeño pueblo del Salvaje Oeste donde imperan la violencia y la corrupción. Bonhomme cultiva unos dibujos elegantes que eluden las piruetas barrocas sin renunciar a las atmósferas intensas y matizadas.
La trama exhibe un crudo realismo: cowboys inadaptados, forajidos con una personalidad compleja (extraordinario Sam Bass, asaltante de bancos), mujeres traumatizadas por horribles experiencias (escalofriante la historia de Betsy), nativos que intentan conservar sus tradiciones en medio de la escasez y la precariedad, agentes de la ley que aprovechan el cargo para enriquecerse, jugadores de póker de gatillo fácil, buscavidas de toda laya.
Incluso hay una incursión en el terreno de lo fantástico, donde hablan los vivos y los muertos. Ingenuo y torpe, Drinkwater se convertirá en un cínico, pero preservando ciertos valores elementales. Texas cowboys acredita la vitalidad del wéstern, un género que se resiste a morir, quizás porque los cowboys no son simples trabajadores, sino seres errantes con una perspectiva trágica de la vida. Su filosofía existencial apenas difiere del desencanto de los héroes de la nouvelle vague.
Pregunté a Alberto Simón por Lucky Luke y me confirmó que los álbumes se hallaban descatalogados. Eso sí, de vez en cuando aparece un nuevo título, pues la serie ha continuado con otros guionistas y dibujantes. Salvo que me equivoque —aclaro que no soy un erudito del cómic—, la última entrega ha sido Un cowboy entre algodones, del guionista Jul y el dibujante Achdé.
Se trata de una historia sobre la segregación racial, donde el compromiso por la igualdad coexiste con el humor, lo cual es muy saludable, pues a las buenas causas no les sienta bien la solemnidad. A diferencia de los herederos de Hergé, que han prohibido mezquinamente cualquier fantasía sobre los personajes de Tintín, los propietarios de los derechos de autor de Lucky Luke consintieron a Matthieu Bonhomme que compusiera dos deliciosas secuelas.
La primera se titula El hombre que mató a Lucky Luke. Bonhomme nos lleva por paisajes lluviosos, noches espectrales, interiores con una luz tenue y amarillenta, montañas exuberantes. En las primeras páginas, nos topamos con Lucky Luke tumbado en la calle con la espalda agujereada. Esa imagen nos mantendrá en vilo todo el álbum hasta descubrir qué ha sucedido realmente.
Aunque el título evoca un wéstern tardío de Ford, El hombre que mató a Liberty Valance, estrenado en 1962, la trama está salpicada de referencias a Pasión de los fuertes (My Darling Clementine), una película de 1946. Los hermanos Bone son una versión de los hermanos Clanton, con un padre tan brutal y violento como Ike. Doc Wednesday es un homenaje a John Henry “Doc” Holliday, un dandi alcoholizado y tuberculoso. Bonhomme ironiza sobre el eterno cigarrillo que colgaba de los labios de Lucky Luke.
Se ha dicho que Luke era inexpresivo, pero yo creo que es un estoico no exento de ironía
Durante todo el álbum, el cowboy intenta fumar. Se le ha acabado el tabaco y el azar malogrará todos sus intentos de liarse un pitillo. A veces es un golpe de viento; otras, la lluvia o un río. La falta de nicotina afecta al pulso del cowboy, poniendo en peligro su vida, pues le impide desenfundar a la velocidad habitual. Morris reemplazó el cigarrillo de Lucky Luke por una pajita para introducirse en el mercado estadounidense. Ese cambio apenas afectó a las ventas, lo cual insinúa que un creador debe ser fiel a sus señas de identidad, sin dejarse influir por las modas.
Bonhomme explica el origen de la pajita. En realidad, es una hierbecilla que brotó en la tumba de Doc Wednesday. Doc sacrificó su vida para salvar a Lucky Luke, suplantando su personalidad. Siempre parco en palabras, Luke manifestará su gratitud con un sencillo gesto que los demás confunden con debilidad, pues son muchos los que sostienen que ya no es el mismo desde que abandonó el tabaco.
En Se busca Lucky Luke, Matthieu Bonhomme explora la dimensión romántica del personaje. Al igual que en el álbum anterior, abundan los homenajes al cine. La historia de tres hermanas que llevan su ganado a un pueblo llamado Liberty parece una síntesis de Río Rojo (Howard Hawks, 1948) y Caravana de mujeres (William A. Wellman, 1951). Brad Defer, un pistolero que quiere vengarse de Lucky Luke, tiene la misma apariencia que Wilson, el pistolero interpretado por Jack Palance en Raíces profundas (Shane, George Stevens, 1953).
Liberty, el pueblo minero abandonado, se parece extraordinariamente al pueblo de The Outlaw Josey Wales (Clint Eastwood, 1976). El desenlace reincide otra vez en Shane, reproduciendo la escena en que Joey, el hijo de los Starrett, suplica al pistolero que no se marche, diciéndole a gritos que todos le quieren. Eso sí, en esta ocasión no es un niño el que expresa su dolor por la partida del héroe, sino una jovencita enamorada. Los dos álbumes de Matthieu Bonhomme desprenden melancolía y decadencia. Es el mismo clima del wéstern crepuscular, donde una nueva época con leyes, instituciones y modernos medios de locomoción no cesa de erosionar las costumbres y valores del Salvaje Oeste.
La nostalgia nos mantiene en contacto con nuestros recuerdos y nos ayuda a corregir el presente, preparando un futuro más humano
Esa atmósfera propicia la nostalgia de los álbumes clásicos de Lucky Luke, firmados por Morris y Goscinny, sin que eso reste mérito al trabajo de Bonhomme. Se ha dicho que Luke era inexpresivo, pero yo creo que es un estoico no exento de ironía. Sobrelleva con humor la torpeza de Ran Tan Plan, el perro más estúpido del mundo, y siempre que detiene a los Dalton desliza algún comentario sarcástico. Sus golpes de ingenio son discretos pero incisivos.
Si tuviera que escoger un álbum, sería El pie tierno, una comedia deliciosa. Narra la historia de Waldo Badmington, un aristócrata inglés que hereda un rancho en el Salvaje Oeste. Sus modales refinados y su imperturbabilidad británica propiciarán infinidad de situaciones cómicas. Su mayordomo Jaspers, escrupuloso y algo estirado, acentuará el choque entre la Vieja Europa y el Nuevo Mundo.
Al final de la historia, Jaspers deja su trabajo de mayordomo para probar suerte como buscador de oro. Al despedirse, prescinde de los formalismos y se dirige a su antiguo señor por su nombre de pila. Se cumple la exigencia fundamental de una buena ficción: los personajes, lejos de permanecer inmutables, han cambiado. El espíritu democrático ha vencido sobre los prejuicios clasistas.
La tristeza que me produjo saber que los álbumes de Lucky Luke se hallaban descatalogados se atenuó cuando Alberto Simón me regaló un ejemplar de Welcome to Springville, un cómic del guionista Giancarlo Berardi y el dibujante Renzo Calegari. Es la primera entrega de la colección Laramie, concebida para rescatar cómics del Oeste que desde hacía tiempo resultaban inaccesibles.
Alberto Simón es el editor y prologuista y ha escogido un diseño con un timbre inequívocamente nostálgico. Los tonos sepias y el tipo de letra de la portada, que evoca el típico cartel colgado sobre la puerta del saloon, centro de gravedad de los pueblos del Oeste, nos sumergen desde el primer instante en la mitología de un tiempo legendario. El dibujo de Berardi es vigoroso y explota los contrastes, logrando una enorme expresividad al jugar con la luz y las sombras.
Springville es un pueblo pequeño. A pesar de su nombre, que transmite optimismo, alberga historias trufadas de mentiras y secretos. La soledad y el desengaño se pasean por la localidad. Los páramos parecen un fiel reflejo de la desolación que circula por las almas. Un viejo sheriff no puede jubilarse del todo porque un rico ganadero intenta imponer sus intereses a base de amenazas. Un doctor que vive solo acoge a una madre soltera.
No lo hace para aprovecharse de ella, sino porque siente lástima de su desamparo y porque necesita alguien con quien hablar. Un barman se reencuentra con el pasado que había enterrado cuando un cazador de recompensas aparece en el pueblo. Un trampero y un kiowa se resisten a cambiar. Prefieren vagabundear por las praderas y no echar raíces en la ciudad, donde no podrían disfrutar de la ilimitada libertad de una existencia sin compromisos ni obligaciones.
Welcome to Springville homenajea La diligencia (Stagecoach, John Ford, 1939) fabulando sobre el pasado de Hatfield, el jugador interpretado por John Carradine. Y lo hace con talento, evidenciando que la obra ha desechado los tópicos para crear personalidades complejas y creíbles. Lejos de planteamientos maniqueos, se muestra la ambigüedad del ser humano y la ambivalencia de los afectos.
Calegari nos regala unas imágenes espléndidas de jinetes cabalgando bajo la lluvia y unas hermosas guardas que recrean el interior de un saloon, con cowboys bebiendo whisky en la barra o jugando a las cartas. Celebro haber descubierto Welcome to Springville y saber que solo es el comienzo de un hermoso ejercicio de recuperación de clásicos perdidos u olvidados. Ojalá hubiera más editores dispuestos a rescatar el pasado.
No creo que Planeta reedite la colección completa de Lucky Luke. Al menos a corto plazo. Es una gran empresa y no se mueve por cuestiones emocionales. Sin embargo, le diría que la nostalgia es una iniciativa muy necesaria, aunque no proporcione mucho dinero. Nos mantiene en contacto con nuestros recuerdos y nos ayuda a corregir el presente, preparando un futuro más humano.
Estoy convencido que no le sentará bien al porvenir la ausencia de Lucky Luke, un solitario que podría aliviar la melancolía de muchos adultos y deslumbrar a muchos jóvenes. El cowboy solitario ha cruzado la línea del horizonte con su fiel caballo blanco y ya no está a la vista, pero no pierdo la esperanza de que vuelva algún día. Si es con su cigarrillo en la boca, mejor que con esa pajita tan insulsa.