Scarlett O'Hara, personaje interpretado por Vivien Leigh en la película 'Lo que el viento se llevó'

Scarlett O'Hara, personaje interpretado por Vivien Leigh en la película 'Lo que el viento se llevó'

Entreclásicos

Scarlett O'Hara: una flor de otro mundo

Una crónica dialogada sobre el ficticio encuentro con el personaje de Lo que el viento se llevó en la Ciudad Eterna, "al otro lado del espejo".

30 julio, 2024 02:00

La aguda inteligencia de mi amigo Damián Sánchez Torres, médico ginecólogo y fino humanista, no le ha impedido sucumbir al virus del materialismo. De joven, cuando le impartí clases de filosofía en un instituto de las afueras de Madrid, su mente todavía no había claudicado ante el dogma de las evidencias, según el cual no existe nada más allá de la materia, el espacio y el tiempo. Su mente aún albergaba la esperanza de un mañana, capaz de trascender la muerte.

Sin embargo, los libros de medicina, las aulas, los laboratorios y los hospitales, con su perspectiva cartesiana y su necesidad de hundir los dedos en las llagas de lo real para verificar o desmentir cualquier hipótesis, han confinado su mirada entre los límites del continuo espacio-tiempo. Siento que yo no he sido ajeno a esa catástrofe, pues mis clases quizás carecieron de la elocuencia necesaria para inspirarle un concepto más poético y flexible de lo real.

En cierto sentido, Damián es una víctima más de la historia de la metafísica occidental. Nuestros sentidos únicamente nos muestran lo inmediato, pero no lo que hay más allá de esa caverna donde transcurren nuestras vidas. Sumidos en un teatro de sombras efímeras, ya no confiamos en los ojos del alma, mucho más perspicaces que las sofisticadas lentes de un microscopio.

Bertrand Russell, ese escéptico incurable que transformó la charlatanería e impertinencia de Polonio en una galaxia de sofismas, ha derrotado a Teresa de Jesús, cuya fe logró suspender incluso la insidiosa ley de la gravedad. Russell no me cae mal, con su pipa, su pelo blanco ligeramente despeinado y su ideología progresista, pero jamás podría haber realizado la hazaña de la reformadora carmelita, que se despegó del suelo sin ninguna ayuda mecánica.

Suelo polemizar a menudo con Damián, intentando rebatir sus argumentos, pero yo no manejo certezas, sino intuiciones, un recurso poco persuasivo para el que solo se atiene a los hechos. Nuestras disputas son festivas e incruentas. Jamás suscitan enfados ni resentimiento. Eso sí, Damián suele comentarme que si él tiene razón, que si solo somos carne frágil y mortal, nunca podrá disfrutar de su victoria dialéctica sobre mi esperanza de una vida inmortal.

Un triunfo pírrico siempre es un triste triunfo, pero un triunfo que ni siquiera puede compartirse constituye un fracaso

Ambos seremos polvo, olvido e insignificancia. Cuando los dos hayamos traspasado el umbral de la muerte, no podrá decirme: "Querido amigo, estabas equivocado. Nos hemos ido al carajo. Ya no somos nada". Un triunfo pírrico siempre es un triste triunfo, pero un triunfo que ni siquiera puede compartirse constituye un fracaso. Es como gritar en el espacio exterior, donde reina el vacío y no se propagan las ondas acústicas.

Si, en cambio, yo tengo razón y nos aguarda la eternidad, podré gozar de una victoria real. Damián tendrá que admitir su error y exclamar: "Caramba. Hemos cambiado un poco. Ahora tenemos un cuerpo espiritual y no físico, pero nuestro yo sigue intacto. No sé si me alegro, pues convivir con uno mismo no siempre es fácil y parece que esto va a durar indefinidamente. Quizás acabemos hasta el gorro".

Damián es un hombre bueno, pero en ocasiones se impacienta con sus condiciones de trabajo. Los médicos ya sufren las consecuencias del "precariado": incertidumbre laboral, sueldo escaso, jornadas agotadoras, poco reconocimiento social, salvo en las situaciones de emergencia, como la pandemia de covid-19.

Damián desechó la posibilidad de ser ginecólogo en un centro privado al que solo acudían famosas. El sueldo era excelente, pero le advirtieron que debería no podría desconectar el teléfono de noche, pues algunas clientas podrían llamar a las tres de la madrugada para relatarle sus problemas con Hacienda, el servicio doméstico o las revistas del corazón, siempre dispuestas a inventarse chismes. Damián rechazó la oferta y está satisfecho de contribuir con su trabajo a disminuir la carga de dolor que aflige al mundo.

No creo que sea necesario esperar a la eternidad para demostrar las falacias del materialismo. En este mundo ya hay signos o incluso vivencias que nos revelan la verdadera naturaleza del tiempo, el espacio y la materia, los tres parámetros que ha utilizado la razón para tejer las paredes de nuestro cautiverio epistemológico. Hay una cuarta pared que no advertimos y que representa una apertura infinita. En realidad, no es una pared, sino una puerta que se abre excepcionalmente.

Teresa de Jesús y Juan de la Cruz cruzaron ese umbral y yo, por causas que desconozco, pues carezco de los méritos de los grandes místicos, también logré traspasarlo hace unos meses. Desdichadas circunstancias que prefiero omitir, me obligaron a pasar con mi mujer dos semanas en un hospital. Alojados en una habitación con un enorme ventanal y un pequeño televisor suspendido del techo, nuestra principal fuente de satisfacción consistía en ver las películas clásicas que emitían unas pocas cadenas.

Necesitamos nacer, vivir y morir para adquirir una identidad. Es el precio de ser alguien

Una mañana soleada de diciembre proyectaron Lo que el viento se llevó y las imágenes de Scarlett O’Hara paseando por los jardines de Los Doce Robles, corriendo por las calles de Atlanta o reconstruyendo Tara mitigaron nuestro abatimiento, mostrándonos que la ficción no era una mera forma de entretenimiento, sino una poderosa lección de vida.

La reconstrucción de Tara, devastada por la guerra, me hizo pensar en la resurrección. De un modo u otro, todo vuelve a la vida. Al invierno sigue la primavera. A la noche, con su oscuridad impenetrable, la claridad cegadora del sol. La arcilla roja de Tara recobra su capacidad de generar nuevas cosechas de algodón. La vida es la melodía triunfante del universo… pero si la semilla no muere, no da fruto. Necesitamos nacer, vivir y morir para adquirir una identidad. Es el precio de ser alguien, de tener un nombre y una historia.

Tras finalizar la película, salí un momento al pasillo y comencé a pasear con tristeza. Es imposible experimentar alegría en un hospital, pues el dolor se percibe a cada instante. Se abre una puerta y aparece un rostro fatigado. Se dobla una esquina y aparece un cuerpo que se mueve con dificultad, como si avanzara por un mar de dunas. Los visitantes hablan en voz baja, con el semblante ensombrecido, y sus miradas rebosan melancolía. Todo es lento y doloroso.

Cabizbajo y algo desanimado, llegué hasta el final de un pasillo y me encontré con unas escaleras. Subí un tramo y, de repente, una sombra pasó a mi lado, superándome sin esfuerzo. Era una mujer con un vestido blanco de otra época y una pamela amarilla. Las flores verdes y los volantes del vestido disiparon mis dudas sobre su identidad. Se trataba de Scarlett O’Hara. Sostenía la falda con ambas manos para no pisar el vestido y parecía contrariada. Superaba los escalones a gran velocidad, casi como si no pisara el suelo.

Vivien Leigh (Scarlett O'Hara) y Hattie McDaniel (Mammy) en 'Lo que el viento se llevó' (1939)

Vivien Leigh (Scarlett O'Hara) y Hattie McDaniel (Mammy) en 'Lo que el viento se llevó' (1939)

-¿Scarlett? -murmuré, emocionado.

Creo que no me oyó, pues continuó subiendo las escaleras. Sin decirle nada más, decidí seguirla. Subimos tres o cuatro plantas y llegamos a una puerta, que Scarlett empujó con decisión. Desapareció de mi vista y, sin dudarlo, traspasé la misma puerta que ella había abierto con tanta determinación. Un fogonazo carmesí me aturdió, obligándome a cerrar los ojos. Cuando al fin pude abrirlos, descubrí que no me hallaba en la azotea del hospital, sino en una mansión de estilo neoclásico con un vasto jardín salpicado de magnolios. Scarlett O’Hara caminaba por uno de sus senderos, con gesto malhumorada. Tímidamente, me dirigí a ella:

-¿Qué le sucede? Parece enfadada.

-Lo estoy -contestó, mirándome con sus ojos verdes, dos llameantes piedras preciosas-. He sido una tonta. Me enamoré de Ashley Wilkes y tardé años en descubrir que únicamente era un espejismo. Me inventé a una persona que no existía. Pensé que nunca me enamoraría de Rhett Butler, pero al final caí en sus redes. Entiendo que me dejara. Nuestro matrimonio fue un desastre. Sin embargo, podríamos haber sido felices si me hubiera dado una última oportunidad. Ahora he aprendido que se está muy bien sola. Los hombres se parecen a los moscardones. Solo incordian.
No sin cierto embarazo, le hice otra pregunta:

-¿Dónde estamos? ¿Acaso hemos muerto?

-No diga tonterías. La muerte no existe. Simplemente, estamos al otro lado del espejo. Usted aún no debería estar aquí, pero alguien lo ha convocado y ha decidido que yo le acompañe.

-¿Me quedaré aquí definitivamente?

-No creo. Puede considerarse un privilegiado. Pocas personas gozan del privilegio de conocer este lugar antes de tiempo. Al parecer, tiene usted un amigo muy testarudo que necesita ampliar su mente. Miré, allí está, caminando con cara de asombro.

Damián avanzaba por un sendero con su bata blanca y un fonendoscopio colgado del cuello. Sus ojos manifestaban un estupor infinito. Cuando nos vio, su perplejidad creció, convirtiéndose en incredulidad:

-Debo estar sufriendo un brote psicótico -murmuró, apesadumbrado-. Quizás provocado por el exceso de trabajo.

-No diga bobadas -exclamó Scarlett O’Hara, que ya no llevaba el traje blanco de volantes y flores verdes, sino una sencillo vestido estampado con tres botones desabrochados-. No está loco. Simplemente, ha cruzado un umbral cuya existencia desconocía. Me recuerda usted al doctor Meade. Un buen hombre, responsable, abnegado y trabajador, pero con una mente escéptica. Los científicos no saben soñar. No atribuyen importancia a la imaginación. Para ellos, la realidad empieza y acaba en un bisturí, pero se equivocan. La biología solo es una habitación mal ventilada. Si abres las ventanas, descubres que hay muchas más cosas. Usted se ha pasado la vida en esa habitación enrarecida y ahora está descubriendo que existe vida más allá de sus muros.

Damián se acercó a Scarlett y le tocó el hombro con prudencia, como si quisiera comprobar que era un ser real.

-¿Qué hace? ¿Piensa que soy un fantasma?

-No lo sé.

-Pues toque y verá que soy real.

Después de finalizar su exploración, Damián se aproximó a mí y apretó mi brazo para convencerse de que yo tampoco era un fantasma.

-Yo también estoy sorprendido -dije-, pero te aseguro que esto no es un sueño ni una alucinación. ¿Nunca has pensado que eso que llamamos realidad solo es una construcción de nuestra mente? Ciertamente, no creamos las cosas, pero nuestra imagen del mundo es una interpretación, no un hecho objetivo.

-Sí, puede ser. No he olvidado lo que aprendí de Kant en tus clases. Nuestra concepción de la realidad no es un dato de experiencia, sino el fruto de las leyes del conocimiento creadas por el entendimiento humano.

-¿No entiendes lo que significa eso? La ciencia afirma que nuestra mente solo es un conjunto de reacciones químicas e interacciones sinápticas, pero ¿puede explicar de ese modo la nostalgia, la esperanza, la fantasía? ¿Puede medirse y pesarse el amor, como si solo fuera un fenómeno material?

-¡Qué pesados son ustedes! -protestó Scarlett, que había vuelto a cambiar de indumentaria, exhibiendo un traje de terciopelo verde y un sombrero del mismo color-. Todo es más sencillo. La verdad y la belleza son lo único auténticamente real. Y están en la Imaginación, no en el Mundo de los sentidos. Para ser sabio, hay que mirar hacia dentro, no hacia fuera. Ahora estamos en la Ciudad Eterna, donde todo está en movimiento, cambiando y transformándose sin tregua.

-¿Esa es la razón de que haya cambiado de vestido varias veces desde que la vi por primera vez? -pregunté tímidamente.

-Claro.

-Damián, amigo mío, Scarlett solo está corroborando las teorías de William Blake. El tiempo lineal es una ilusión. En la Imaginación, verdadera y genuina realidad, reinan la simultaneidad, las transformaciones y la coexistencia de planos. Sería absurdo intentar reflejar esa creatividad inagotable mediante sistemas conceptuales.

Vivien Leigh interpreta a Scarlett O'Hara en 'Lo que el viento se llevó'

Vivien Leigh interpreta a Scarlett O'Hara en 'Lo que el viento se llevó'

Observando a Scarlett O’Hara, que ahora llevaba un vestido rojo de color burdeos, recordé las enseñanzas de William Blake, según el cual el mundo sensible no es algo objetivo y autónomo. La existencia no acontece en el tiempo y el espacio, sino en el fructífero seno de la Imaginación. El hombre no es una realidad histórica y biológica, sino un espíritu inconmensurable que participa en la Imaginación divina, universal y eterna. La vida de la Imaginación no es eterna por su duración, sino porque desborda el marco del espacio y el tiempo.

El triunfo de la razón físico-matemática ha borrado este hecho arrojando al ser humano al callejón de las evidencias empíricas, un camino hacia ninguna parte que obvia o escarnece nuestra sed de infinito. Influido por Jakob Böhme, William Blake sostiene que la Naturaleza es la manifestación visible de la Imaginación divina. Todo lo que vemos, incluido el imperceptible aleteo de una mosca en el crepúsculo del estío o el frágil pétalo de una flor, procede del despliegue infinito de Dios.

El materialismo ha hundido a Europa en un "sueño mortífero" sin espacio para lo espiritual. Eso explica la decadencia de los pueblos

El hombre representa un espejo de lo sobrenatural y, por eso, sus visiones, lejos de ser pura subjetividad o mera producción onírica, son más reales que la materia, pues recrean la actividad creadora de la Imaginación divina. Blake se consideraba un patriota de la Imaginación en tanto realidad eterna y espiritual. La Imaginación, y no la materia, es la realidad primordial. El materialismo ha hundido a Europa en un "sueño mortífero" sin espacio para lo espiritual. Eso explica la decadencia de los pueblos, sumidos en un materialismo destructivo.

La única alternativa para contrarrestar este declive consiste en vivir según la Imaginación. La razón solo abarca aspectos de la realidad; no es capaz de captar su indestructible e intrínseca unidad. En cambio, la Imaginación contiene todo lo real; es inmortal, eterna, inagotable y no hay nada más allá de ella. El mundo material es una región de melancolía, ya que soporta la desgracia de haber sido escindido del suelo divino. Lo real, aunque parezca estar fuera, se halla dentro de la Imaginación.

El mundo material solo es "un petrificado caos abominable", "un mundo vasto de obstrucción maciza", "una horrenda vacuidad sin fondo". El poder de la Imaginación es puramente espiritual; es independiente de nuestro organismo físico y lo sobrevive. Si nos apegamos a nuestro cuerpo mortal nunca llegaremos a conocer y comprender la inmortalidad. Si desterramos la Imaginación, "la facultad que experimenta", ya no veremos espacios inconmensurables, sino "una Tierra pequeña y oscura".

En el mundo de fuera, el que está más allá de la Imaginación, las criaturas se convierten en cosas sin vida ni significado y los seres humanos no son una excepción. "La Cosas Mentales son Reales por sí mismas", sostiene Blake. Hablamos de la Materia y de lo Corpóreo como la única y definitiva realidad, pero "¿dónde está la Existencia Fuera de la Mente o del Pensamiento?". El materialismo ha convertido al hombre occidental en el esclavo de una sombra.

Mientras evocaba las teorías de William Blake, Damián pidió permiso a Scarlett para auscultarla.

-Si se empeña… -respondió ella con resignación- Adelante. Utilice su aparato.

Damián auscultó el pecho de Scarlett, afinando el oído al máximo. Cuando finalizó la exploración, admitió que había escuchado latidos.

-Son diferentes de todo lo que había oído hasta ahora. Parecen una melodía. Me recuerdan a las Variaciones Goldberg. Admito que estoy desconcertado. Quizás esa Imaginación de la que hablas sea la verdadera realidad, y la realidad, su manifestación visible.

-Si quieren comprender el mundo, lean más poesía -afirmó Scarlett, abriendo una sombrilla y haciéndola girar con gesto triunfante-. La belleza es la llave de la comprensión. En el otro lado, yo era un poco frívola, especialmente de joven, pero aquí, en la Ciudad Eterna, he adquirido el hábito de leer y, de vez en cuando, veo una buena película. No me gusta el cine que se hace ahora. La saga de Misión Imposible me parece una soberana tontería. Prefiero ver comedias como Arsénico por compasión o la versión de mi vida que hizo David O. Selznick, utilizando el Technicolor. En fin. Les dejo. Aquí no hay tiempo, pero quiero decirle cuatro cosas a Victor Young. Fue muy grosero conmigo mientras dirigía Lo que el viento se llevó.

Vivien Leigh fotografiada por Roloff Beny en 1958.

Vivien Leigh fotografiada por Roloff Beny en 1958.

Scarlett O’Hara se alejó con la ligereza de una golondrina que sobrevuela un río en calma. Un cielo crepuscular desprendía un delicado reflejo carmesí y la tierra, esponjosa y suave, parecía pan recién horneado. Aunque sentí la tentación de quedarme en aquel lugar, mi mujer me esperaba en su habitación y necesitaba mi ayuda. Damián y yo caminamos hacia la puerta de salida y la traspasamos con cierto pesar, pero con la esperanza de volver a esa Ciudad Eterna donde lo bueno, bello y verdadero nunca se desvanecían.

-¿Cómo llegaste hasta aquí? -pregunté a Damián.

-Vi a Scarlett pasar delante de mi despacho y, asombrado, no pude reprimir el impulso de seguirla. Comenzó a subir las escaleras del hospital y abrió la puerta de la azotea. Yo hice lo mismo y aparecí en este lugar.

-Creo que nuestro encuentro es fruto del entrelazamiento cuántico. Einstein ya habló que dos partículas en el mismo estado cuántico pueden interactuar entre sí, a pesar de estar separadas espacialmente. Es un fenómeno similar a la teletransportación. Eso sí, cuando crucemos la puerta, volveremos a separarnos. Cada uno volverá al lugar en el que se encontraba.

-Quizás todo ha sido un sueño -especuló Damián, acariciando su fonendoscopio- y, simplemente, nos despertaremos en nuestras camas.

-En unos instantes lo averiguaremos.

Abrimos la puerta al unísono, pero inmediatamente nos separamos, regresando a nuestros respectivos puntos de origen.

Cuando Piedad, mi mujer, me vio entrar en la habitación, me preguntó dónde había estado:

-Con Scarlett O’Hara, paseando por Tara.

Mi mujer no cuestionó mi relato. Sus ojos azules adquirieron una expresión soñadora y comentó:

-Ojalá la eternidad fuera así.

-Es así. Puedo garantizártelo.

Esa noche, mientras conciliábamos el sueño simultáneamente, casi como si fuéramos una sola persona, mi mujer y yo comprendimos que Scarlett O’Hara no era un personaje de ficción, sino una de esas flores de otro mundo que a veces irrumpen en nuestra triste rutina, revelándonos que la vida, lejos de ser un soplo efímero, posee un aliento inextinguible.

'Collage' de Rubén Vique

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