Las chicas duras de Hollywood
El cine nos ha regalado algunas mujeres inquebrantables que, cuando aparecen en pantalla, sea por su furia, su dureza o su lealtad, algo cambia.
Las chicas duras salpican la historia de esa galaxia llamada Hollywood, mucho más real que la oscura caverna donde discurren nuestras vidas, pero no se les ha prestado mucha atención o han sido difamadas injustamente, quizás porque el machismo vitupera a las mujeres cuya grandeza puede evidenciar su miseria e insignificancia.
Las chicas duras no se asustan cuando les apuntan con una pistola. En realidad, no suelen ser tan torpes que se dejen encañonar por un extraño o un falso amigo. Son ellas las que empuñan la pistola y cortan la respiración del incauto que pretendía intimidarlas. En Los sobornados (Fritz Lang, 1953), Debby (Gloria Grahame) corta las alas a Bertha Duncan (Jeanette Nolan), utilizando un revolver que escupe y maldice como un filibustero.
Después, ajusta cuentas a Vince Stone (Lee Marvin), que había arrojado café hirviendo sobre su cara para desfigurar su hermoso rostro. Debby le paga con la misma moneda, sin ignorar que su venganza le costará la vida. Con un revólver, un visón y el rostro vendado, Gloria Grahame parece una Euménide impregnada de cólera justiciera. Su personaje participa de la mezcla de desgarro, pasión y fragilidad que caracterizó su vida excesiva y desordenada, que incluyó una aventura con su hijastro adolescente.
Campanita era una chica dura, pero el idiota de Peter Pan cortejaba a Wendy, sosa y casta como un tarjeta navideña. Campanita habría hecho trizas a Garfio y al cocodrilo para salvar a Peter. En cambio, Wendy solo sabía gimotear, esperando que la rescataran. En brazos de Campanita, Peter habría conocido el amor de verdad. Campanita no era un hada común, sino un mujer apasionada cuyos besos desprendían ríos de lava. Su lengua no acariciaba. Abrasaba el esófago e incendiaba las entrañas. Por el contrario, Wendy besaba como una princesita ñoña, dejando en la boca el sabor de un vaso de leche desnatada.
Vienna (Joan Crawford) era una chica dura. En Johnny Guitar (1954), dirige un salón de juego. Enamorada de un pistolero zurdo, luce una camisa amarilla de cowboy con grandes hombreras. Nada es capaz de destruir su orgullo. Cuando le colocan una soga al cuello, afronta la perspectiva de morir con una mueca de desprecio.
Joan Crawford hizo cosas horribles: maltrató a sus hijos adoptivos, utilizó el sexo para impulsar su carrera (según Bette Davis, se acostó con todas las estrellas de la Metro Goldwyn Mayer, salvo la perrita Lassie), conspiró sin descanso contra sus rivales.
En la vida real, nunca manifestó pesar por sus pecados, pero se redimió en la pantalla con su amor hacia Johnny Logan (Sterling Hayden), al que quiso con dureza y desesperación. Crawford tenía una mandíbula de granito, más firme que la de Joel McCrea o Randolph Scott. Era tan dura que mientras agonizaba desdeñó las plegarias de su criada: "¡Maldita sea! No te atrevas a pedirle a Dios que me ayude!".
Las chicas duras son leales y protegen a sus amigos, sin inquietarse porque hayan robado un banco o cosido a tiros a un marshall con estrella de plata. En Encubridora (Fritz Lang, 1952), Marlene Dietrich se pone en la piel de Altar Kane, una mujer de mirada burlona y desafiante que oculta a forajidos en un rancho escondido llamado "Chuck-a-luck".
Una chica dura considera que la amistad está por encima la ley. Odia a los chivatos y comete perjurio para salvar a sus amigos de una larga condena, sin preocuparle que hayan asaltado un banco o descarrilado un tren. Algunas chicas duras son malas. La verdad es que no me interesan demasiado. Citaré unos cuantos ejemplos. En Que el cielo la juzgue (John M. Stahl, 1945), Gene Tierney fingía ser una chica dura y malvada, pero no era creíble. Su rostro era demasiado inocente, demasiado bello. Su mirada simulaba maldad, pero no inspiraba miedo.
Jean Simmons tampoco era convincente en Cara de ángel (Otto Preminger, 1953), con sus rasgos de maestra de escuela o de fiel esposa que calienta la comida mientras su marido se peina en el coche poco antes de entrar en casa, pues no quiere que su mujer averigüe que ha pasado la mañana en los brazos de otra.
En cambio, Jane Greer sí pone los pelos de punta en Retorno al pasado (Jacques Tourneur, 1947). Su dureza estremece al mismísimo Robert Mitchum. Mitchum no es cualquier cosa. En La noche del cazador y El cabo del miedo suscita violentos escalofríos en el espíritu más templado. En Perdición (Billy Wilder, 1944), Barbara Stanwyck no resulta menos terrorífica que Greer.
El atractivo de un corazón noble
Las chicas duras y malvadas poseen un atractivo menor que las chicas duras de buen corazón, como Margo Chaning, la veterana actriz interpretada por Bette Davis en Eva al desnudo (Joseph L. Mankiewicz, 1950). Eva, su rival, carece de su poder de seducción. El bien, aunque algunos aventuren lo contrario, siempre es más atractivo que el mal. Exige un compromiso más firme, una determinación más clara y un coraje que están ausentes en el mal, donde prevalecen la inconstancia, el oportunismo y la cobardía.
Una chica dura pelea con la fiereza de Mike Tyson, mordiendo la oreja de su oponente hasta llevarse un trozo de carne y escupirlo como el hueso de una aceituna. Las chicas duras suelen comer pipas y puedes seguir su rastro por las cáscaras que dejan el césped y los bancos de los parques. Por supuesto, no les preocupa que esté prohibido pisar el césped. Las chicas duras plantan el trasero donde les apetece. Prefieren sentarse en el suelo y no en una silla, salvo que le den la vuelta a la silla para apoyar los brazos en el respaldo y encararse con el insolente que ha afeado su desprecio por las normas y los convencionalismos.
Las chicas muy duras mastican tabaco y se rompen los nudillos en combates de boxeo. No tienen miedo a subir al ring y notar cómo cruje el tabique nasal. No se asustan al notar que su nariz se ha convertido en un surtidor de sangre. Simplemente, se van al rincón y le piden a su entrenador que se la enderece para que el árbitro no pare la pelea.
Cuando reanudan el combate, machacan al adversario sin piedad. No les gusta ganar por nocaut porque quieren demostrar que saben encajar golpes y propinarlos. Maggie Fitzgerald (Hillary Swan, Million dollar baby, 2004) es una chica muy dura. No concede tregua al rival, pero pelea con limpieza. Por eso la llaman Mo Cuishle (en gaélico, "mi amor, mi sangre").
Una chica dura ayuda a morir a sus seres queridos, como Marina la Tuerta (Maribel Verdú) en La buena estrella (1987), que recurre a una escopeta de caza y, entre lágrimas, dispara contra Dani (Jordi Mollà), postrado en el lecho por el SIDA. Dani se lo pide y le dice que ha sido la única mujer a la que ha querido de verdad. Marina no le ama menos, pero también quiere a Rafa y se acuesta con los dos. Una chica dura tiene el corazón tan grande que puede amar a dos hombres a la vez, sin engañar a ninguno. Si son listos, ambos se sentirán felices de ser sus amantes.
Las chicas duras son grandes madres. Harían cualquier cosa por sus hijos o por cualquier niño, hasta enfrentarse con la reina de Aliens, manejando una vieja ametralladora Browning M1917, que muchos hombres no podrían ni sostener.
Las chicas duras se divierten sacando los colores a los hombres tímidos. No les gustan los chulos ni los matones. Siempre estarán en el lado salvaje de la vida, pero nunca descuidan a su familia. Piensan como Vito Corleone: "Un hombre que no se preocupa de su familia no es un hombre". Una chica dura no es un hombre. No necesita serlo, pues es más dura que cualquier hombre.
Audrey Hepburn fue una chica dura en Robin y Marian (Richard Lester, 1976). Se suicidó con su amado Robin Hood (Sean Connery) y mientras se le escapaba la vida de las manos, aún tuvo tiempo de decir: "Te amo más que a los niños, más que a los campos que planté con mis manos, más que a la plegaria de la mañana, más que a la paz, más que a la alegría, más que al amor, más que a la vida entera. Te amo más que a Dios".
Solo el que ha sido amado por una chica dura conoce el amor de verdad. Mientras agonizaba, Robin disparó una flecha para señalar el lugar donde deseaba que les enterraran juntos. No apuntó hacia ningún sitio. Dejó que eligiera el destino. Las chicas duras son más grandes que el destino y más grandes que la muerte. Siempre he creído que Dios es una chica dura.