La columna de aire por Abel Hernández

Desde Chancha Via Circuito: ¿Exploración interclasista o gentrificación pop?

30 septiembre, 2014 12:29

En esta ocasión la idea era disertar sobre Amansara, el esperado tercer disco de Chancha Via Circuito que acaba de publicarse, y sobre cómo ese proyecto del productor argentino Pedro Canale condensa buena parte del ciclón, tropical o no, que vive ese sector de la música popular latinoamericana que tiende a ser incluido dentro de la elástica concavidad del Global Bass. Me refiero a esa creación sonora principalmente sudamericana (con Argentina, Colombia y Perú a la cabeza, aunque no sólo) que, desde hace una década y en especial en los últimos cuatro o cinco años, vuelve su atención hacia viejas músicas populares y folklores propios mayormente olvidados por el mainstream. La misma que en especial se ha girado hacia el ya venerable y tan ramificado género de la cumbia. Por supuesto, desde sus inicios en el Caribe colombiano, el de por sí sincrético género de la cumbia ha dado lugar a variantes a lo largo y ancho de Latinoamérica y con los años ha ido siendo mezclada e infusionada dentro del rock y el pop de tintes electrónicos. Pero también es fácil ver que su última versión digital ha superado y asimilado esas fases anteriores para llegar a una destilación que se impregna tanto de la sofisticación estética y experimentación sonora del momento actual (ya saben, música de alcance psicodélico muy procesada textural y rítmicamente) como de diversas crudezas antiguas que tienden a resaltar el primitivismo y atavismo. Dicho así, bastante deprisa.

De hecho, la intención con este post más bien era, a partir de lo que suena en Amansara, tratar de dilucidar si en 2014 esa clase de música está en lo que parece un momento de transición hacia otro lado. Y ahí andábamos, dándole vueltas a si es así y qué significa tal mutación dentro del tablero de juego de esa tectónica de placas musical tan embriagadora como cambiante, y, mientras, pasando horas, días, cada vez más inmersos ya no sólo en el nuevo disco de Chancha, ni en recordar el resto de su discografía, ni siquiera en el catálogo de sellos como ZZK,  Terror Negro o Folclore o en las cumbias villeras de Damas Gratis y los arrebatos mistéricos del entorno plurinacional de Pakapi Records, sino más allá incluso en las amazonias de Los Mirlos, Juaneco y su Combo, Los Wembler's de Iquitos, las elevaciones de José Larralde, Atahualpa Yupanqui o Mercedes Sosa o las profundidades mapuches o del loncome de Neuquén… Pero entonces, charlando con un amigo músico, salió el tema y entre sonrisas saltaron expresiones algo descreídas del tipo “cumbia de revista de tendencias”. Para eso están los amigos músicos, para echarle una mano a uno, cómo no. Como las manos que quieren limpiarse y agitan el lecho del río, aquella conversación volvió la cosa más turbia y condujo el interés por Chancha y el movimiento musical en que puede encuadrarse hacia interesantes preguntas más generales y perentorias.

Parece claro que la pelea sobre la autenticidad y el engaño de la industria está en el centro de los debates de la música popular posterior a los sistemas de grabación como una especie de guerra civil permanente que divide en facciones a los interesados. Es una antigua batalla tras otra que se asienta sobre los conceptos de clase dominante (que transforma la expresión musical en plusvalía a partir del producto musical), asimilación o consumo por un amplio sector de la sociedad, y colonización o vampirismo cultural de unas minorías de los inventos de otras minorías. Un barro pastoso tan resbaladizo como apropiado para luchar hasta quedar exhaustos sin que se levante un claro vencedor.

Ante el fenómeno de la recuperación híper-sofisticada y globalista del folklore y lo popular parece hasta sano recelar hasta encontrarnos con las mismas preguntas: ¿de dónde viene esto y a dónde va esta música o este arte, cualquiera que sea? ¿Viene de arriba o viene de abajo? ¿Va hacia arriba o va hacia abajo? ¿A qué señores sirve?

Es complejo y siempre hay debate pero lo primero que viene a la cabeza en estos casos es el pasado. Y, a poco que uno lo piensa, las pruebas de migración o viaje exploratorio interclasista de la música pop en el pasado resultan tan abundantes como pasmosas. El tango o el jazz eran músicas marginales brotadas de solares bastardos en andurriales sociales de baja estofa (en realidad híbridos de músicas en muchos casos todavía más marginales) que de hecho no fueron aceptadas por sus correspondientes clases burguesas hasta que no cosecharon admiración por parte de las élites culturales de otros países (en esos dos casos, en especial de las parisinas). Pero fue esa aceptación lo que provocó indirectamente el desarrollo musical y la popularización de ambos géneros.

Parece imposible no vincular el desarrollo del rock’n’roll a la manipulación y convergencia de determinados géneros pre-existentes para, una vez 'adecentados' para los oídos de los bien pensantes y vueltos aprovechables por el show bussiness, ofrecérselos a un amplísimo y nuevo sector social: el de los adolescentes con ocio y capacidad adquisitiva. Con la música Disco, los procesos de afirmación por parte de un sector de las élites culturales reunidas con minorías étnicas o de género fueron simultáneos a los de negación por parte de un segmento de las clases populares blancas y rockeras (véase el movimiento Disco Sucks y la Disco Demolition Night), etc. Desde este punto de vista, quizá podría darse un repaso al revival folk anglosajón (en especial el de las urbes estadounidenses) de los años 50 y 60, del Blues Boom británico, la internacionalización del reggae jamaicano, al caso del afrobeat creado por Fela Kuti y a otros varios. No parece fácil afirmar que ninguna de esas aventuras de traducción o traslación social debilitaran la música original o su versión aumentada sino más bien lo contrario, lo cual quizá convenga tener en mente a la hora de juzgar cualquier nueva variante musical que parezca hacer emerger, tan sospechosamente como se quiera, de lo castizo y popular.

Pero fue cuando mi colega, tras titubear, acabó metiendo ese término de 'gentrificación' en el pack de sutiles por-si-las-moscas, cuando algo resonó con la fuerza y vibración de un gong en mis opacados pensamientos. Era un buen asunto con el que comparar. El fenómeno de especulación inmobiliaria y control socio-político de la llamada gentrificación urbanística, tan pegado además a la novedad de los productos culturales, nos advierte del peligro de confundirnos a la hora de asimilar una propuesta que, como la cumbia digital y todas sus nuevas variantes o vías de escape, parece haber superado el origen vinculado al pueblo llano para asentarse entre la élite cultural e informada, esa inteliguentsia del capitalismo global.

La gentrificación urbanística consiste esencialmente en transformar el perfil socio-económico de un barrio que expulsa a su población original de clases populares/obreras (gracias, como bien es sabido, a una administración gubernamental cómplice que suele proceder usando estrategias de presión cuasi mafiosas mediante desinversión en servicios públicos y depauperación de tal zona para provocar la marcha), para sustituirla por otra clase de población, más pudiente y consumista, más vistosa y pujante en el orden social, a menudo parte incardinada en esa misma inteliguentsia de la que hablábamos en el párrafo anterior. Esa elitización, por tanto, actúa claramente de arriba abajo, de manera calculada y sutil y por suplantación de lo que estaba en el centro por otro centro nuevo que se queda con la cáscara privilegiada del anterior.

¿Estamos ante un fenómeno, digamos, equiparable (aunque sea como metáfora) en lo musical? En cuanto al parecido con el centro de una ciudad, lo que nos encontramos en el entorno de Chancha Via Circuito y toda esa otra música contemporánea de inmersión folclorista consiste en el aprovechamiento y reinvención de dos legados: uno más foráneo aunque desde hace mucho ya global, como es el de las músicas electrónicas más o menos de baile, más o menos experimentales y del pop alternativo de vanguardia; otro más autóctono y antiguo aunque sólo engañosamente local y tradicional. O sea que lo que aquí tenemos es el encuentro entre una música periférica (experimental, digital y, a menudo, de baile) que sigue desplegándose en el extrarradio del sistema cultural, que suma a su propuesta otra música periférica olvidada por las élites culturales aunque con gran vigencia en estratos populares autóctonos (como es el caso de la cumbia villera argentina o de cierta technokumbia, por ejemplo). Se trata, por tanto, de una mecha que prende fuera de los barrios céntricos culturales, alrededor y alejada de éstos y que lo que provoca es una expansión del volumen en el extrarradio y que personas que no conocían ciertos arrabales los visiten con gran curiosidad. No parece haber suplantación de un centro, ni explotación de unos recursos ajenos, ni expulsión, ni cáscara sin sustancia.

Tampoco parece existir una intención especulativa por detrás, un primer motor en la sombra que mueve a ingenuos hipsters y demás burgueses modernos hacia una barriada histórica y castiza ahora blanqueada. Desde la distancia, en los actos de sellos, salas, festivales, blogs o webzines que han promovido durante una década la difusión de esta emergente escena panamericana no aparecen grandes intereses más allá de su pasión por la misma, por más que luego, como tantas cosas, pueda acabar siendo absorbida por toda clase de canales de comunicación y para toda clase de fines.

Vaya, que lo que se ve cuando las aguas se calman de nuevo no tiene mucho que ver con gentrificación o cualquier otro movimiento de especulación cultural. El nuevo panorama digital folklórico latinoamericano busca diferencia, verdad, profundidad y cierto misterio que reside en lo antiguo y en lo más arraigado en la tierra. Por más que en su reivindicación de lo pretérito pueda faltar una parte del arraigo profundo de los viejos pueblos o de sus quejas históricas, se plantea una relación horizontal, similar a la de cualquier género o subgénero musical que trata de conectarse con su propio pasado como pueblo. En sus artífices se percibe similar curiosidad y amor por esas dos corrientes del extrarradio, tanto por las esencias folk como por las posibilidades de la experimentación con la manipulación digital, lo textural y el baile. Pero sin duda lo que más entusiasma de todo ello no es tanto lo que tiene de visita a lo auténtico sino lo que tiene de invención: es decir, todas las conclusiones precipitadas y muchos de los caminos erróneos a los que da lugar como cultura viva y viaje interclasista. Todo lo cual no quita para que, como ocurrió con el tango, el jazz, el rock’n’roll y todos los demás géneros, las puestas al día de lo extrarradial y marginal, puedan dar lugar en cierto momento a una asimilación por parte de la cultura burguesa y a un aprovechamiento de la industria. Eso no lo haría más que otro vástago más de lo que llamamos música Pop.

Cerramos ya este post aquí, con el vídeo de Coplita, primero de los singles con que se adelantó Amansara de Chancha Via Circuito y una filigrana artesana místico-musical donde Pedro Canale cuenta con la colaboración de la (pasmosa) cantante, folklorista y educadora popularargentina Mirian García, así como con los dibujos y animación de Paula Prego, habitual colaboradora gráfica. En la próxima entrada prestaremos atención a ese álbum e intentaremos desplegar un pequeño dossier sobre lo que está pasando en un movimiento tan interesante para la música popular contemporánea, para que, querido lector, si quiere, pueda acercarse a ello y juzgarlo.

 

J. M. G. Le Clézio. Foto: Daniel Mordzinski

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