Bach el alicatador
Miguel Ituarte, el pianista vasco, dio el otro día un bonito recital (óigase aquí) en la Fundación Juan March a base de preludios y fugas, ocho de El clave bien temperado de Bach, y doce de autores rusos: Shostakovich, Kapustin y Shchedrin. “Barroco soviético”, lo tituló con tino Miguel Ángel Marín, director de música de la Fundación, que ha ideado un estimulante ciclo en torno a la monumental obra de Bach.
No puedo oír piezas de El clave bien temperado sin volver a ver nítidamente, con los ojos de la memoria, las páginas del artículo que dedicó Martin Gardner en Scientific American a M. C. Escher y su obsesión por teselar el plano, mayormente a base de reptiles o pájaros, pero también con otros seres. Ángeles y demonios en el caso que reproduzco aquí. Gardner fue uno de los descubridores de Escher, ya en los primeros sesenta. Luego llegó la explosión de este asombroso artista. Pero la conexión Bach/Escher que me llena la mente cada vez que oigo esta música no nace del tocho de Hofstadter Gödel, Escher, Bach, de 1979, sino del interés de Gardner por esos diseños exhaustivos, y sobre todo, por la claridad de la visión de Luis Gago en su opúsculo Bach, de 1995, en Alianza Cien. No es casi nada, un librito de 90 páginas de tamaño bolsillo de camisa, pero contiene un retrato certero del Bach más trascendente. Que no es el religioso, ni el espiritual, sino el especulador, el explorador/creador que va descubriendo, creando al andar, con ánimo exhaustivo (voilà el parentesco con Escher) el universo de la expresión musical: la complejidad acústica del teclado de afinación tradicional, frente a la potente simplicidad del teclado de temperamento igual, que permite viajar por las tonalidades, incluso por las más lejanas, sin naufragios. Veinticuatro preludios y fugas, ni uno menos, uno por tonalidad, e insatisfecho aún su espíritu explorador, Bach repite la hazaña. Segundo libro. Otros veinticuatro. Como explica bien Gago, la de Bach no es una trascendencia de otra vida ni de otro mundo. Su más allá es de aquí, es el inmenso universo de la creatividad humana, que él recorre y cartografía con tenacidad. Gardner encuentra este mismo ánimo trascendente en Escher. Lo que Hofstadter ve en Gödel es más bien la imposibilidad de la trascendencia, el final infeliz de toda esta epopeya: la exhaustividad no es posible, no puede existir una manera a la vez completa y coherente de ver las cosas.
“Teselar” y “teselación” son latinajos que nos vienen del inglés y de la jerga matemática. Significan pavimentación y pavimentar, pero no con lechada de asfalto o de cemento, ni con adoquines uniformes, sino a la romana, con mosaicos de piezas desiguales. Una tesela no es más que una pieza de mosaico. La gracia está, una vez más, en su carácter exhaustivo, en cómo las teselas rellenan el plano completamente, en toda su infinitud geométrica, y sin dejar nada en medio, sin la “huella”, que reserva el solador entre loseta y loseta. Gaudí, otro trascendedor, este sí del más allá, vio la potencia del trencadís, el mosaico abstracto, siglo XX. Su fascinación por la cerámica rota fascinó a su vez a a Joan Guinjoan, que tituló “Trencadís”, una estupenda pieza de orquesta. Luego vino Calatrava. Y también están los maestros de Machu Picchu. Ignoro si sus aspiraciones eran trascendentes en algún sentido.
¿Bach el teselador? ¿Bach el alicatador? Rellenando el lienzo de pared sostenido a sostenido, bemol a bemol.