Olga Novo escucha las voces de la diosa campesina
Intentar esbozar cuatro generalidades sobre las peculiaridades de la hodierna poesía en gallego sería demasiado injusto con la galaxia de voces muy personales que escriben actualmente en ese latín. Pereza y prejuicios son una mezcla venenosa que tiene un efecto pernicioso: fuera de Galicia es casi imposible conseguir los libros allí editados, y casi nada de lo que allí se hace logra cruzar una frontera que a estas alturas no debería ni de tener ese nombre. A menudo, los autores de otras lenguas peninsulares que conocen los lectores en castellano ni siquiera son los más personales, los más originales, los más hondos, sino sólo aquellos que se parecen más a la que sea la moda del momento en la literatura en español. Una muestra más de un desinterés perenne que se conforma con cumplir algunas cuotas. Sólo eso puede explicar, por ejemplo, el éxito de según que poetas catalanes más deudores e imitadores de lo que se llamó "poesía de la experiencia" que sus propios promotores, antes que el de poetas singulares y hondas: pienso ahora en la gran Gemma Gorga, sin duda una de las mejores poetas escribiendo ahora mismo en cualquiera de nuestros latines.
La vagancia: leer en gallego no debería ser un obstáculo insalvable para ningún lector culto, sino más bien un gusto para la curiosidad el oído, y la oportunidad de descubrir una poesía que, teniendo, desde luego, algunos vasos comunicantes con la de las otras lenguas de la península (sin olvidar el muy cercano portugués) está llena de nombres que aportan un acento propio, una visión del mundo única y reveladora: la mirada es única, pero la vida que descubren es la de todos nosotros.
Uno de esos nombres esenciales es Olga Novo (Vilarmao, A Pobra do Brollón, 1975) que acaba, como quien dice, de dar a la imprenta su nuevo libro de poemas, Cráter (Toxosoutos; puede comprarse a través de la página web de la editorial).
Cuando el poeta portugués Eugénio de Andrade se asomaba al balcón de su casa en el Passeio Alegre de Oporto sentía, mezclado con el olor del río y el mar, el del estiércol de los campos cercanos. Por eso afirmaba: "Lo mejor de Portugal aún huele a establo", sin ningún deje de menosprecio. Eso es aplicable a parte de la nueva poesía gallega, pero probablemente nadie como Olga Novo hace virtud de ese sentimiento de la tierra, que en su caso adquiere tintes telúricos. Escribía en un poema de Nós nus, su libro de 1997:
nótaseche que desde a primeira infancia xogas co olor das glicinas,
que viches medrar con asombro o carballo ó pé da casa,
que vivides das vacas, aínda nóta-lo agre olor do leite callado cando escribes poemas
para o home que amas.
Lo telúrico entra en su mirada del único modo posible, a través del cuerpo, haciéndose uno con la tierra, como revela otro poema de ese mismo libro esencial:
con miña pel podes facer enxertos nas mazairas.
algunhas conservan estirados os nomes que gravei a navalladas
tódalas tardes ó volver da escola.
acostumada a tirar por un poema como por un becerro cando se lle ven as patas,
cando xa non se está en idade de medrar
toda maduración require un desgarro de tendóns [...]
Con los libros, la mirada de Olga Novo se ha ido ampliando, matizando y enriqueciendo, aunque siempre con ese eje campesino que el crítico puede señalar a modo de descripción, pero que en la escritura de Novo no tiene nada de pretendido pintoresquismo, sino de sincera meditación sobre un modo de vida propio acechado del mismo modo que pudiera hacerlo otro poeta más citadino. Cierto que eso da a su poesía un encanto añadido, al menos a ojos de algunos lectores (entre los que me encuentro); pero sería muy injusto poner ahí el único acento. Una poesía, sí, emparentada con, pongamos, John Berger en lo que tiene de defensa de un modo de vida más apegado a las cosas esenciales; una poesía deudora del surrealismo en sus formas (los detractores tal vez echen en falta una mayor variedad formal que no se entregue casi sin variación al desarrollo de unas cuantas imágenes; los defensores que eso es lo que le otorga su voz única); una poesía de narración mítica de las cosas comunes, de una sexualidad natural (por eso sexualidad y no sensualidad). En el poema que abre Cráter, titulado "Simca 1200 azul celeste" la autora narra su nacimiento en ese vehículo:
O meu xenoma é unha rede de estradas secundarias
que incomunican a montaña ó val.
O día que eu nacín non había ningún gran sinal
xeaba
e a herba deixábase rumiar no estómago do frío.
Todo durmía o seu ser tranquilo.
Algún astro morría tres mil anos antes
pero a ti nin sequera che doeu o ventre
para dar unha luz en movemento
naquel auto humilde do veciño
fugaz coma unha estrela a trinta quilómetros por hora
máis fermoso
cá Victoria de Samotracia.
Entre poema y poema, la "Deusa campesiña" lanza sus advertencias: "Sucumbirá o poder ó peso da levedade da cinsa que vos soterra". La memoria de la familia, ("Danza da bisavoa descalza"), de los mitos de la infancia que sobreviven en la edad adulta ("Lobo"), personas, árboles, "A idea da Beleza", el antiguo corazón del cíclope... Es más fácil dar una idea del "ambiente" de este libro que resumir todas las venas y trazas de que está compuesto. Rico, hondo, intenso, Cráter es uno de los mejores libros de poemas publicados en las Españas en los últimos meses. Aunque crean que no entienden gallego, hagan la prueba: descubrirán que no sólo lo entienden, sino que, de pronto, se entienden mejor a sí mismos.