Rima interna por Martín López-Vega

El malentendido Ashbery

28 mayo, 2012 02:00

Dana Gioia, uno de los poetas que ha escrito de forma más cabal sobre poesía contemporánea norteamericana y sus alrededores (es autor del ensayo “Can Poetry Matter?”, un lúcido análisis del lugar que ocupa el poeta en el mundo contemporáneo que tuvo una gran repercusión en el mundillo de allá) opina de John Ashbery que es “un maravilloso poeta menor, pero un molesto poeta mayor”, a su entender, por dos razones: según él, resulta agradable al oído pero no resulta “memorable”; y eso es porque “Ashbery es un poeta discursivo sin asunto”, y si algunos críticos como Helen Vendler han sido capaces de ver alguno en su poesía es por su predisposición favorable.

El caso es que no es extraño escuchar argumentos similares acerca de la poesía de John Ashbery. Cuando entrevisto a poetas suelo preguntarles qué opinan de su poesía. “Ashbery escribe muy bien, pero muchos de sus poemas son irremediablemente oscuros. Le admiro, pero tengo ese problema. Incluso hay lectores que le adoran y la mayor parte del tiempo no tienen ni idea de lo que habla más que en términos generales. Puedo vivir ambiguamente, peor no durante muchos poemas”, me dijo Charles Simic. A propósito del lituano Tomas Venclova, Adam Zagajewski me dijo: “me temo que en diez años veremos a Venclova como el último gran poeta tras el cual nos invadieron los bárbaros imitadores de Ashbery”, si bien se preocupó de que quedase clara la distinción que hacía entre el propio Ashbery y sus seguidores. Tomaz Salamun, durante una conversación en Ljubljana, fue mucho más entusiasta, pero es un poeta (tal vez el que más) cercano a Ashbery.

El prejuicio no es exclusivo de poetas norteamericanos ni de las más maduras generaciones en activo. El poeta catalán Ernest Farrés (n. 1967) afirma en un artículo publicado en el número cuatro de la revista Revisiones (2008) que la poesía de Ashbery invita a “no atender al tema, sino al discurso” y que “debemos fijarnos más [...] en la forma, en la estructura, en la construcción, en la gramática (da igual cómo lo definamos) que en el contenido. La mayoría de nuestros esfuerzos por ‘explicar' lo que estamos leyendo, por buscar un significado, por construir un sentido, serán en balde [...]. Ashbery es militantemente oscuro, enmarañado, inquietante, raro”.
Debo reconocer que me inquieta esta visión de John Ashbery como una especie de flautista de Hamelin que cautiva por su música sin ofrecernos nada a cambio. Trataré de explicar brevemente por qué me parece una visión profundamente errada y que además deja en muy mal lugar a sus críticos, embelesados ante una poesía supuestamente sin argumento.

Para empezar a desmontar esta mirada deturpada sobre la poesía de Ashbery, creo que basta con un aforismo de Pero Grullo, este: no hay poesía que no reclame atención a su forma. Habrá pocos libros de poesía con unas formas tan sencillas como las Odas elementales de Pablo Neruda y, sin embargo, formalmente son exquisitas y su propia sencillez tramada basta para asombrarnos. La petición de atención a la forma no es exclusiva de los poetas complejos. Esto, más que un argumento en defensa de Ashbery, derivaría en una acusación de barroquismo hueco difícilmente defendible incluso para los más recalcitrantes gongorinos. Sin embargo, es que en Ashbery hay tema, claro que lo hay.

Desde luego, la revolución de Ashbery es, ante todo, una revolución formal. Si se me permite un símil musical, a menudo me ha parecido que es el primer poeta-orquesta, el primero que consigue que en sus versos suenen voces diversas a un mismo tiempo pero perfectamente armonizadas. Y si es una revolución es porque Ashbery nunca deja de ser un clásico, de ser un poeta perfectamente situado en el árbol genealógico de la poesía universal. No es un hueco experimentador, flor de un día, sino un árbol con un tronco robusto de tradición y cultura. Ashbery, además, añade a ese tronco la cultura pop, pero no es un poeta pop, ni mucho menos.

Para entender de dónde viene Ashbery, recomiendo encarecidamente el artículo que le dedica Harold Bloom, “La caridad de los momentos difíciles”, reproducido en su antología La escuela de Wallace Stevens (Vaso Roto). Emerson, Apollinaire, son algunos de los nombres que cita Bloom, que ve a Ashbery asumiendo “la reducción del éxtasis whitmaniano (Contra-Sublime)”. Es bien cierto que la jerga poética de Ashbery tiene muchos otros orígenes y no todos son “ilustres”: no es casual que titulara un ciclo de conferencias (y el libro que las recoge) Otras tradiciones. Los autores estudiados: John Clare, Thomas Lovell Beddoes, Raymond Roussel, John Wheelwright, Laura Riding, David Schubert. No es cierto en absoluto que la poesía de Ashbery no pueda entenderse; captar la totalidad de las vías de sentido que abre requiere abrir nuestro campo de visión como lectores.

En un post no hay espacio para matizar todo lo que me gustaría, pero sí para recomendar el libro más clarividente que he leído sobre Ashbery. Ashbery's Forms of Attention (The University of Alabama Press), obra del crítico Andrew DuBois, es un punto de partida espléndido para comenzar un entendimiento cabal de la obra de Ashbery. Por ejemplo: claro que Ashbery tiene tema. Un país mundano (traducido al castellano por Daniel Aguirre, en Lumen), es (y es muchísimas cosas más) uno de los libros más agudos, ricos en matices e inteligentes que uno haya leído sobre la globalización y cómo afecta a todos los aspectos de nuestra vida, en cualquier género. Claro que es memorable. Hay muchos versos suyos que yo no olvidaré nunca. Uno, este: “I tried each thing, only some were immortal and free”. Autorretrato en espejo convexo y Tres poemas son La tierra Baldía y los Cuatro cuartetos de la segunda mitad del siglo XX.

Tal vez nos lleve tiempo alcanzar una comprensión global de lo que supone la poesía de John Ashbery, y puede que los poetas hodiernos opten (optemos) por rodearle ante nuestra incapacidad para aprender su lección por completo. Algo así ha ocurrido con Fernando Pessoa: no hay un poeta portugués que haya sido capaz de escribir “después de Pessoa”, o a su altura (tal vez sólo Mário Cesariny, pero de forma irónica) y sin embargo la poesía portuguesa (y la universal) fue capaz de dar poetas enormes después, a pesar de “rodear” a Pessoa. Ashbery es, sobre todo, un maestro de intensidad. Y en eso (que es poesía más vida) conozco muy pocos poetas contemporáneos capaces de igualarle. Con tantos (y tan variados) asuntos y significados.

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Michael Damiano: "Barceló pinta porque con la vida no tiene bastante"

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