Rima interna por Martín López-Vega

Un año de rimas

9 agosto, 2012 02:00

Hará pronto un año desde que este humilde servidor de ustedes comenzó a emborronar las pantallas de este blog. Hablar de libros y animar un poco el cotarro, de eso se trataba, más o menos. No es rara la discusión que quiere diferenciar entre crítica académica y crítica de periódicos, digamos; una discusión sobrevalorada, porque en España casi toda la crítica es académica, si por académica entendemos aplicar una misma plantilla a cualquier libro, sea bueno o malo, renunciando el crítico a su responsabilidad de elegir los libros de los que habla, y casi hasta a poner reparos. Es muy difícil leer una crítica en un suplemento español (especialmente en las páginas dedicadas a poesía) en que el crítico le ponga peros a un libro. Y más que difícil, es extraño. Yo, que leo todo lo que me cae en las manos, leo todas las semanas muchísimas páginas que me entusiasman, pero rara vez un libro que me cambie la vida (lo contrario sería insoportable, probablemente). Subrayar debilidades (lo que a uno le parecen debilidades, y puede equivocarse, ¡por supuesto!), anotar otras posibles vías, es un ejercicio de lealtad con el autor del libro comentado: cuatro ojos ven más que dos y seis más que cuatro, etc etc. Que a uno le hagan una mala crítica duele, pero uno puede optar entre intentar entender al crítico o escribirle para cagarse en sus muertos y decirle: de qué vas hablando mal de mi libro, si una vez te invité a un congreso y te puse una suite. Eso es España, un país en el que no son raros los críticos que antes de publicar una reseña se la mandan al autor del libro a ver si le parece bien. Hombre, no; la primera lealtad del crítico es consigo mismo, y si le da tan poca importancia a su opinión, ¿cuál le vamos a dar nosotros? Porque su lealtad va después con el lector, que debe fiarse de él, no con el autor.

Y no es cierto que en España nadie se atreva a hacer una crítica negativa, no; pero lo normal al hacerlo es escudarse en el anonimato, un anonimato, digan lo que digan, cobarde, zafio y ruin. De todas las defensas que he leído del anonimato ninguna me ha convencido jamás. Una de las más extendidas es que sin firmar uno puede decir cosas que firmando no se atrevería por miedo a las repercusiones (enfados con colegas, editores, etc) o porque el lector, al leer una crítica sin saber de dónde procede, estará libre de pensar que el autor se mueve por envidias, rencores y otros etcéteras. Con todos los perdones, eso me parece pensar que el lector es tonto, y el lector es capaz de sacar sus propias conclusiones de la información que se le proporciona para compararla con su opinión del asunto a debate. Andarse preguntando si lo que se dice es producto de envidias u otros etcéteras es un pasatiempo de mediocres.

Estoy seguro de que me equivocaré alguna que otra vez, pero también estoy seguro de no hacerlo a menudo, o me dedicaría a otra cosa. También estoy convencido de que los pocos lectores que tenga sabrán a estas alturas de que pie cojeo, y que si, por ejemplo, puse algunos peros al libro de Raúl Quinto Ruido blanco, pese a mi interés por la intención del libro, es bastante probable que merezca la pena leerlo, y que sólo algunas manías mías me llevan a esos reparos sobre el resultado final. Manías que yo creo justificadas, pero que acepto como manías. Soy un lector, no una máquina de leer capaz de adaptarse al gusto de todos. Y me gusta ejercer de lector, disfrutar con lo que me entusiasma, enervarme con lo que me hace pensar que las cosas podrían hacerse mejor de otra manera. Pero todo eso, créanme, es producto del más puro entusiasmo. Cierto que a veces uno se deja llevar por sus emociones lectoras y pierde las formas: mal hecho. A mí me pasó comentando con el último libro de Juan Antonio Bernier, por ejemplo. El libro no carece de hallazgos verbales, y lo que a mí me pasa es que los hallazgos verbales, por sí solos, no me sirven, necesito más cosas en un poema y en el de Bernier no las había o yo no las encontré: sólo vi pirotecnia. Ahí metí yo la pata, porque conozco al autor hace muchísimos años y uno se cree que los amigos deberían parecérsele cada vez en más en vez de cada vez menos, y suele pasar al revés. Bueno, ahí va esta disculpa tardía, y mi recomendación, primero, de que se acerquen a su libro quienes busquen alguna muestra de buena artesanía y, segundo, de que si ya saben cómo soy, se tomen mis entusiasmos (los buenos y los malos) con precaución, porque aunque intento aprender y cambiar aquello que es mejor cambiar, no es fácil, como sin duda todos sabemos por propia experiencia.

A estas alturas, por ejemplo, pensarán que le tiene uno alguna inquina personal a Agustín Fernández Mallo, dada la frecuencia con la que le disparo. Sólo esa inquina, pensará alguno, puede llevarle a uno a seguir leyéndole si tanto le disgusta. Lo cierto es que en mi vida he visto a Fernández Mallo y todos los que le conocen me insisten en que es un buen tipo, lo que no tengo ninguna razón para dudar; de hecho, los embaucadores han sido siempre gente simpática. Yo nunca he dicho que fuera un asesino en serie ni nada parecido, sino que sus libros no me gustan por las razones que he expuesto. Yo si fuera él me lo tomaría como un homenaje, porque no consigo desengancharme, y de cualquier manera, son muchos más los que piensan que ha renovado la literatura, la medicina y la colombofilia españolas que aquellos que piensan como yo. Él sabrá de quién fiarse. Y lo sigo leyendo porque lo que huele a poesía lo leo todo, y si insisten tanto en que un señor renueva yo me lo leo a ver si es verdad, porque me encanta la renovación. Y si uno enfrenta en un comentario su libro, pongamos, con el de Yolanda Castaño, simplemente quiere comparar dos libros, no hacer que ellos se tiren de los pelos (¿pero cómo puede nadie concluir semejante estupidez? ¿Qué país es este en el que tanta gente es incapaz de distinguir a un señor o una señora del libro que han escrito, a veces empezando por el mismo señor?).

Uno cree que todos los lectores entienden que si uno dice h o y está diciendo: "yo creo que..." y no insiste en que opina y no pontifica para no dar el coñazo. Uno da su opinión meditada, que se puede compartir o no. Quien piensa que uno pontifica, probablemente venga ya pontificado de casa.

Al cabo, el éxito de un poeta es algo que sólo se podrá medir cuando esté muerto. Los años me han vuelto muy perezoso y hace mucho ya que no mando mis libros, tardo tanto en contestar a solicitudes para estar en antologías varias en las que acabo por no estar... Lo que me sigue divirtiendo es hablar de libros. Así que, con su permiso, seguiremos viéndonos por aquí unos ratos más, yo confiando en la buena fe y el buen humor de ustedes, y ustedes, espero, indulgentes con las manías de este lector apasionado que conoce a pocos escritores (e intenta conocer cada vez menos) y pasa más tiempo entre libros que entre gintonics con gentes del gremio. Si quieren ser algo en el mundillo editorial español, eso sí, recuérdenlo; no hagan como yo...

(Ps. Y pido perdón si alguien me pregunta algo a través de los comentarios y no le contesto; no los leo más que de pascuas a ramos y siempre pasado tiempo desde que se cuelga la entrada. Aún ando buscando un buen desinfectante para librarlos de las palúdicas ratas anónimas y seudónimas).

Image: Colores del sur

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