El caribú de Charles Wright
Charles Wright (n. 1935) es uno de los nombres más conocidos de la poesía norteamericana actual. En España se han publicado sus libros Zodíaco negro (Pre-textos), Una breve historia de la sombra (DVD) y Potrillo (Vaso Roto), todos ellos traducidos por Jeannette L. Clariond. Además El Tucán de Virginia ha editado otro par de títulos en español. Su poesía parte de una profunda contemplación de la naturaleza cercana a poetas como Gary Snyder y muy influida por los clásicos de la poesía china, pero también está muy presente la tradición occidental, de forma muy variada, desde Kafka a Federico García Lorca. Acaba de llegar a las librerías su nuevo libro, Caribou (Farrar, Straus & Giroux), con diseño de cubierta de mi admirado Quemadura. Caribú nos trae al Wright de siempre, en poemas menos demorados de lo que nos tenía acostumbrado en sus últimos libros, más concisos, y también con un cierto tono de despedida. Dejo como muestra mi traducción de tres de los poemas del libro.
Canción de cunaDije cuanto tenía que decir
tan melodiosamente como me fue dado hacerlo.
Dije cuanto tenía que decir
tan lejos como pude llegar.
He estado en todos los lugares
que quise salvo en Jerusalén,
que no existe, de modo que imagino que es hora de partir,
hora de irse,
hora de encontrarme con aquellos a quienes nunca he visto,
hora de decir buenas noches.
Concédenos el silencio, concédenos la no réplica,
concédenos las sombras y su sigiloso séquito
atravesando el cielo.
Carreteras perdidas
La luz del sol es magia negra,
transustancial, incluso, si
acaricia el objeto preciso en el momento justo.
En algún lugar bajo el cielo revuelto hay una tranquilidad vacante.
Una mariposa fantasma revolotea hacia ella desde la sombra del pino,
una pequeña luz dentro de una luz mayor.
Ceniza volcánica y humo que se desvanece
es cuanto nos quedará de todo esto.
Cada vez tolero mejor mi ociosidad:
reacciono ante cuando veo y, normalmente, nada más.
Observo cómo se apacigua el ocaso.
Observo cómo los cuervos vuelven a sus árboles negros.
Última palabra
Adoro observar a las golondrinas al atardecer,
un remolino en busca de invisibles cosas comestibles.
Fuimos tan afortunados:
una boca repleta, sin tener que mirar qué hay,
y toda la luz del sol a nuestra espalda.
No hay entre mis dedos palabras
que habiten el mundo perdido.
Algo, o así parece ahora, las ha chascado
y las ha dejado sin voz,
en su afasia espesa.
Debe ser el Pajaro Irredimible, salido
del peso de lo insoportable.
Aletea como un chubasquero roto,
primero un lado, luego el otro.
Las palabras son su aliento,
el lenguaje su hábitat.