Anne Carson se decrea
Que la poeta más innovadora de los últimos decenios sea profesora de griego clásico debería darnos muchas pistas sobre muchas cosas. Anne Carson (Toronto, 1950) apenas da ese dato en la solapa de la mayoría de sus libros: Nació en Canadá y se gana la vida enseñando griego clásico, con algo de ironía.
Todos sus libros son especiales por algo, pero entre los últimos destacaría uno su imponente versión de Antígona, actualizada y revivida, y el hermosísimo Nox, dedicado a su hermano muerto de forma inesperada, que es un libro de poemas, unas memorias, un collage y muchas otras cosas. Lo que distingue a primera vista la poesía de Anne Carson es el modo en que deliberadamente ignora la distinción entre géneros literarios. El libro que ahora nos ocupa, Decreación, recién publicado por Vaso Roto ediciones en traducción de Jeannette L. Clariond, es un ejemplo supremo de eso. ¿Libro de poemas? Claro. Pero también libreto de ópera, ensayo, y hasta lista de tareas... Una suma de formas sutilmente ordenadas que desemboca (sólo en apariencia) en algo así como el guion de un documental que remite a Emily Dickinson. Cualquier libro de Anne Carson es un circo de dieciocho pistas, una universidad para quienes creen que saben mucho de métrica por saber hacer alejandrinos y cuadernas vías en los ratos libres, y para quienes creen que el verso libre es eso, libre, y para quienes creen que mezclar géneros es poner un dibujito al lado de un poema o un trozo de prosa recortada al lado de unos versos desaliñados. Uno lee cada nuevo libro de Anne Carson como un aficionado a la ingeniería debió de contemplar la primera locomotora. Con asombro, queriendo saber para qué sirve cada tuerca.
Pero claro, Anne Carson es mucho más que eso. Decreación parte ese neologismo tal y como lo entendió Simone Weil en su libro La gravedad y la gracia, aunque Carson está mucho más interesada en ese acto de decrear, de “deshacer la criatura que hay en nosotros” para luego contemplar las piezas y decidir si merece la pena rearmarse, aunque sea de otro modo, o armar una cosa distinta. En ese empeño, claro, esta disolución de la forma que hay en la obra de Carson tiene mucho que ver. El título del libro es “Poesía, ensayos, ópera”, pero cree uno que sobra: es mucho más que esas tres cosas.
Carson va a un sitio, aunque al principio no sepa cuál es y lo más característico de su obra sea que se dirige a ese punto desde todas las direcciones posibles. No quiere que se le escape un detalle, un matiz.
El libro comienza con el poema “Cadena de sueños” que ya es una invitación a entenderlo así:
Quién puede dormir cuando ella...
a cientos de millas oigo ese vasto aliento
avivar sus cubiertas agitadas.
Cicatriz tras cicatriz
los eslabones
cascabelean una vez.
Navegamos madre en un océano sin barcos.
Piedad por nosotros, piedad por el océano, navegamos.
Aquí están el amor, dios, todos los abordajes posibles para el acto de deshacerse y rehacerse. “Visitar a mi madre es como empezar con una obra de Beckett”, dice entre arias y coros. Visitar a Anne Carson es empezar con una obra de teatro clásico en la que de pronto van entrando también Beckett, Emily Dickinson, y toda la troupe. Uno disfruta mucho leyendo a muchos poetas y es un poco alérgico a las listas, pero difícilmente habrá nadie ahora mismo escribiendo poemas de la altura, el rigor, la hondura y el riesgo de Anne Carson. Decréense.