Rima interna por Martín López-Vega

Siete poetas, siete mundos

4 abril, 2016 02:00

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Alba González Sanz[/caption]

Siete poetas son siete mundos, eso es lo que proclaman Carlos Iglesias Díez y Pablo Núñez desde el título mismo de la antología en la que reúnen una muestra de la nueva poesía asturiana (Siete mundos, por si quedaba alguna duda, publicada por Impronta). Si bien las antologías, se publiquen donde se publiquen y sea quien sea su responsable, hace tiempo que perdieron su capacidad sancionadora y propagandística (probablemente nunca volverá a ver un Nueve novísimos, aunque quien sabe) siguen siendo una herramienta promocional bastante útil para poner en circulación -aunque sólo sea entre los aficionados- nuevos nombres.

Siete mundos tiene la particularidad de haber sido reunida por dos poetas muy jóvenes también, que sólo por los pelos no son parte del arco temporal que la selección reúne. Se salta en ello la norma de una forma, creo, muy saludable; cuando el antólogo peina canas, ¿qué puede uno esperar de su visión de la poesía más joven? Toda generación necesita sus propios antólogos, sus propios críticos, sus propias revistas, sus propias editoriales…

Por eso mismo, uno siempre se acerca a tientas a los libros de los poetas más jóvenes, queriendo aprender de ellos y sin atreverse a trazar panoramas, porque lo más fácil es que nos perdamos cosas importantes porque han cambiado los lugares (revistas, editoriales, blogs…) en los que hay que buscarlas. A veces llega uno tarde. Un ejemplo: por unos meses -tiene uno desde aquí que acompañar, de algún modo, la novedad- he llegado tarde al Yo quiero bailar (La Bella Varsovia) de Alberto Acerete (Zaragoza, 1987), y probablemente tarde otros tantos meses en soltarlo, si es que lo hago; todo en él ahora me hace pensar que es de esos libros que una vez que se cogen ya no se sueltan nunca. Extraña la ausencia de su autor (y otros nombres como Berta García Faet) en la antología de poesía última que José Luis Morante, tan generoso y entregado como siempre, ha hecho para Valparaíso. Pero Morante peina más canas que yo (que por peinar, ya no peino ná); a eso me refiero.

Pero hablemos de Siete mundos, que reúne a otros tantos nuevos poetas asturianos. El trabajo de los editores es concienzudo en prólogos y epílogos, lo que hace del libro, además de una muestra de nueva poesía, un elemento de referencia indispensable para quien quiera estudiar la poesía asturiana. Los poetas, ya de una vez: Laura Casielles, Alba González Sanz, Rodrigo Olay, Diego Álvarez Miguel, Sara Torres, Raquel F. Menéndez y Xaime Martínez.

Nacida en 1986, Laura Casielles es autora de tres libros de poemas, el segundo de los cuales, Los idiomas comunes, premiado por partida doble, convirtió su nombre en un lugar común de la nueva poesía española. Sus poemas optan casi siempre por la claridad expresiva, por un tono coloquial que cuenta intentando deshacer las trampas del lenguaje. Abundan en su obra los poemas en movimiento, las estampas de lugares lejanos que ella hace cercanos mediante la cercanía de la experiencia que narran. Dice así su poema “MeknesMediterranía”:

Kilómetros de olivos. Ayer

compramos aceitunas en el mercado:

como peces de oro flotaban

en tinajas de aceite.

Un gesto antiguo,

una pala de madera,

una cesta.

 

De vuelta a casa tras el paseo que resucita las murallas,

las olvidamos en un rincón y luego,

en mitad de la noche,

saciamos el hambre poniéndonos la una al otro

frutos verdes y morados en la boca

como viejos dioses incautos y eternos.

 

Kilómetros de olivos. Horizonte y suelo,

estela y vías: las líneas de mi mano

también sirven de mapa en esta tierra.

 

La siguiente autora incluida es Alba González Sanz (1986), en la imagen, autora también de tres libros de poemas, quien subraya en la poética que, como en el caso de los demás autores, precede a sus poemas, su interés por la familia como asunto novelable en verso. “Una autobiografía es la suma de las mentiras que se pueden contar”, afirma en uno de sus poemas. Su tono es igualmente coloquial, deudor de una poética que parece buscar en lo conversable no una verdad, sino una nueva pregunta que sustituya a las tópicas mediante un uso simultáneo de la inteligencia, la ironía, la ternura y el doble sentido. Rodrigo Olay (1989) es tal vez el más libresco de los poetas aquí seleccionados. Poemas como José demuestran que es mucho más que eso. Diego Álvarez Miguel (1990), por su parte, habla también de cotidianidad y viajes, de la rutina y de lo que hacemos para intentar huir de ella. Menos libresco que Olay, sus referentes más directos son también evidentes. Sara Torres (1991) es autora de La genealogía (2014, Torremozas) con el que ganó el premio Gloria Fuertes. Es la autora en cuya obra más claramente trasluce un proyecto intelectual. En algunos de sus poemas aún se ve más clara la voluntad de romper que la ruptura misma, pero su voz es la más novedosa de la antología, la más llamativa, la que más claramente ha dejado ya de ser un eco. Raquel F. Menéndez (1993) es, en cierto sentido, lo contrario; sus poemas, bien construidos, abundan en imágenes pretendidamente poéticas al modo más tradicional, del tipo “un peine para los caballos funámbulos” o “Morir es una paloma blanca / encerrada en la caja de un piano” que suenan muy bonito, pero que me aspen si entiendo lo que quieren decir (y hay quien cree que la poesía tiene que decir algo, del mismo modo que hay quien cree que le basta con sonar). Finalmente,Xaime Martínez (1993), también cantante de La Bande, es más de la cuerda de Olay: afición por los viejos tópicos y las viejas formas, con un toque a lo Luis Alberto de Cuenca para ponerle un poco de humor a tanta solemnidad marmórea.

¿Qué espera uno de una antología de poetas jóvenes? Como uno no es ojeador de ninguna editorial, lo mismo que en cualquier otro libro: inteligencia, hondura, algo que sorprenda y algo que reconforte, algo que nos recuerde quiénes somos y algo que nos haga preguntarnos quiénes somos. De todo ello hay muestras abundantes en este libro en el que hay aspirantes a poetas, cuyos poemas aún no acaban de distinguirse ni entre sí ni de los de otros poetas mayores, y poetas de verdad, con una voz propia y una verdad distinta. No veo la hora de leer lo que se traigan ahora entre manos Sara Torres, Alba González Sanz o Laura Casielles, por decir sólo tres nombres. ¿Qué espera uno de una antología de poetas jóvenes? Lo que hay en esta: abono para el pensamiento, excusa para la emoción y ecuaciones de crecimiento. ¡Sólo le falta ser de chocolate!

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