Servillo hace de sí mismo
[caption id="attachment_1919" width="560"] Toni Servillo y Petra Valentini en un momento de Elvira[/caption]
En la obra Elvira que ayer se presentó en el Teatro Pavón para cerrar el Festival de Otoño me asaltó la siguiente pregunta a su término: ¿hace Toni Servillo de él mismo en el escenario, es decir, suele ser como se muestra en la obra cuando dirige a su compañía de actores, o su actuación es la de un actor que transmite las palabras del gran Louis Jouvet con total convicción porque también cree y comparte ciegamente su concepción del teatro?
En Elvira se disfruta con Servillo haciendo suyas las palabras de Jouvet. El italiano, con una puesta en escena canónica, que también firma, da un gran concierto interpretativo,con esa pasmosa naturalidad y esa fluidez del que está en escena como si diera un paseo por el parque. Hay otras dos razones para ver esta pieza: el texto descubre al profano las interioridades del oficio del actor durante un ensayo exigente, tiene algo de mirar por el ojo de la cerradura y descubrir la relación de director y actor durante el proceso de creación y, en especial, cuando usan un material tan extremadamente delicado como son los sentimientos y emociones.
La tercera razón es que nos sirve el clarificador pensamiento humanista de Jouvet y su concepción del teatro; en las entrevistas que Servillo ha ofrecido grandes titulares sobre el oficio de actor, y es lógico que sus colegas se identifiquen con él porque sus palabras conceden dignidad al teatro; pero sus ideas tienen un origen en Jouvet (El hombre desencarnado), están impregnadas de su filosofía, de que el arte es algo doloroso y esforzado, muy exigente, casi un milagro, y de que sin ese dolor es imposible la comunicación con el público.
Elvira se edifica como una clase magistral que Jouvet imparte a su alumna Claudia (interpretada por Petra Valentini) en el Conservatorio en el que daba clases. Tiene lugar durante el Paris ocupado por los nazis. La historia es real y la obra, de Biriggite Jacques, está basadaen Molière y la comedia clásica, que reúne las notas que la secretaria de Jouvet tomó mientras este ensayaba una de las escenas finales de Don Juan de Molière, con la que el director llevaba obsesionado toda su vida, más de treinta años. Es la escena en la que Elvira va al encuentro de don Juan para anunciarle que no le guarda rencor, que le perdona y que va a ingresar en un convento.
La repetición y el análisis detallado del texto es la base para la construcción del personaje, que permite dar con el tono, la presencia física, la armonía del texto dicho y, sobre todo, dotarle del sentimiento adecuado, del resorte emocional justo. "La inteligencia dramática no basta sin sentimiento", insiste pacientemente Servillo durante la obra; tampoco la técnica es suficiente sin emoción. Realmente fascinante el análisis dramatúrgico al que asistimos; Servillo-Jouvet da a su alumna un montón de referentes para que alcance el trance de Elvira, y compara la escena con una Anunciación cristiana…y todo ello nos permite calibrar la dificultad del oficio para el que se prepara Claudia, pero también la del oficio del que escribe para la escena.
Esta es una obra que es lógico que guste a los actores, pero en contra de lo que pueda pensarse, también el público generalista puede sentirse muy interesado, ya que no solo descubre el teatro con mayúsculas, sino que Servillo-Jouvet está defendiendo una idea artesanal del arte, de las cosa bien hecha, frente al éxito fácil y glamuroso.
Elvira es una pieza consagrada para actores de sólida trayectoria. Hasta la fecha la ha representado Strehler, y en nuestro país la llevó a escena Josep Maria Flotats (con una maravillosa Mercè Pons) en 2002. Flotats versionó la obra, que tituló París 1940, y en la que a diferencia de esta de Servillo, más en línea con la de Strehler, se presentaba ante el público como el personaje Louis Jouvet.