Stanislavblog por Liz Perales

Luces de silencio

27 abril, 2018 18:15

[caption id="attachment_1922" width="560"] Reparto de Tiempo de silencio[/caption]

56 años después de ser escrita por Luis Martín-Santos (Larache, Marruecos, 1924–Vitoria, 1964), Tiempo de silencio ha saltado del papel al escenario en una apuesta arriesgada, como siempre son las adaptaciones de novelas. La producción que ayer presentó la Abadía es de gran calibre, armónica, estéticamente hermosa. Sus artífices: un director joven descendiente de españoles que vive y trabaja en Alemania, Rafael Sánchez; un adaptador austriaco del que no se sabe mucho por estos pagos, Eberhard Petschinka; un elenco de siete actores sensacionales, y una preciosa escenografía de Ikerne Giménez.

Varios han sido los estudiosos que han puesto en relación dos obras como Tiempo de silencio y Luces de bohemia. No sólo el título guarda una simetría parecida, sino que aunque pertenecen a épocas distintas, las obras comparten el tema de la tragedia de España y el fracaso de unos personajes en un ambiente precario y mugriento; y a partir de una fábula que guarda la similitud de ser el viaje de un personaje central (Max, en Luces…, Pedro en Tiempo…)por los barrios bajos madrileños, con situaciones mezquinas, brutales y dramáticas.

Lo fascinante de este espectáculo es la evocación de Luces de bohemia, o al menos a mí me la produjo. Está el ya citado paralelismo que guarda con la fábula, pero en lo que coinciden también es en el rico lenguaje literario de Martín-Santos y que la versión de Petschinka ha preservado. El primer texto que oímos nada más sentarnos en la butaca, -magníficamente dicho por Amador (Roberto Mori)- y que evidentemente habla de Madrid, ya sitúa al espectador en un alto nivel verbal. Al respecto, Tobias Brandenberger explica en el programa de mano que esta rica verbosidad es precisametne el elemento que concede a la novela un altísimo potencial dramático.

Si la adaptación de Petschinka funciona como un reloj, la puesta en escena es pulcra, desnuda, con transiciones precisas y a buen ritmo. Los actores visten un vestuario neutro, siempre el mismo, porque se desdoblan en varios personajes excepto Sergio Adillo, que es Pedro, el protagonista, y Mori, que hace de Amador. El resto, Lola Casamajor, Julio Cortázar, Lidia Otón, Fernando Soto, Carmen Valverde, habitan los tres ambientes en los que se mueve la obra: la familia chabolista del Muecas (Soto), el prostíbulo, y la pensión de Pedro.

Los actores componen y descomponen las escenas, y cuando no les toca actuar, se sientan a observar a sus compañeros que ocupan la escena en ese momento, luego saltan e intervienen cuando les toca. Y así sucede en un escenario únicamente poblado por ellos y un magnifico telón que cae desde el techo, como si fuera un gran cuadro de Tàpies de texturas arenosas que luego con la iluminación de Carlos Marqueríe mutará milagrosamente hacia una medianería de un barrio pobre, un cielo de nubes rosadas, una puesta de sol, un elemento pictórico... para conducirnos por los ambientes en los que discurre la peripecia de Pedro. También la música ayuda a reconstruir esa época, original de Nilo Gallego, recrea el jazz de los 50.

La obra dura dos horas y es intensa, sugiero que la disfruten un día que no estén fatigados.

 

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