Stanislavblog por Liz Perales

La strada, poética de la melancolía

23 noviembre, 2018 17:08

[caption id="attachment_2082" width="560"] Verónica Echegui[/caption]

Expectación ante la adaptación teatral de un obra maestra como La strada, la preciosa y triste película de Fellini protagonizada por un personaje tan especial, puro y fuera de la realidad como la Gelsomina de Giuletta Massina. La versión estrenada el pasado jueves en el Teatro de La Abadia logró emocionarme, me atrapó la atmósfera oscura y espiritual en la que tiene lugar esta fábula y el ritmo lento, lírico y hechizante con el que está contada. Pero la versión de Gerard Vázquez no termina de gustarme porque reduce el recorrido dramático de los personajes.

Sobre Verónica Echegui y Alfonso Lara recae la difícil tarea de medirse con Massina y Anthony Quinn, respectivamente. Echegui no lo tiene fácil, la Gelsomina de Massina es un ser tan especial, además de que la italiana ha pasado ya a la historia del arte clown precisamente por este papel. Echegui transmite esa candidez e inocencia del personaje, que es como un pajarito de fácil conformar, una chica pobre y boba, de risa fácil, que no conoce el mundo, que no sabe que es la maldad, y que acepta feliz y contenta esa vida de esclavitud y miseria del circo ambulante que Zampanó le da.

El problema de su personaje, y a diferencia del de la película, es que se le resta al público la posibilidad de ver su evolución y, por tanto, su complejidad. Desde el inicio vemos a Echegui atricherada en la tristeza, y no sabemos por qué. En la película, está claro que ella busca su felicidad, pero aquí se nos hurtan sus expectativas, -quiere ser como su hermana Rosa, tener un trabajo, ser artista, casarse incluso con Zampanó y amarlo-; solo se nos ofrecen sus decepciones. Es empeño difícil que la versión teatral integre la numerosa cantidad de información que nos ofrece la película, son lenguajes distintos. Pero las motivaciones deben quedarle claras al espectador.

Por su parte, Alfonso Lara encarna al artista circense que rompe cadenas con su pecho y en la estela de Quinn se muestra zafio, violento, con una idea utilitaria de las personas, frío sentimentalmente. Dramáticamente tiene mucha fuerza y su evolución es menos compleja que la de Gelsomina, quiero decir que no ofrece dudas al espectador sobre sus acciones.

Gelsomina y Zampanó son personajes antagónicos, y hay un tercero, el Loco, que interpreta Alberto Iglesias, y que es el que provoca que Gelsomina tome conciencia del miserable trato que le dispensa Zampanó y quiera huir. También será el que introduzca el elemento trágico. Aquí Vázquez también hace cambios, pues se nos presenta como un “ser benéfico”, mientras que en la película tiene su punto de crueldad: humilla a Zampanó y también trata mal a Gelsemina.

Mario Gas, director del montaje, ha visto a los tres personajes como tres clowns que nos reciben en el patio de butacas y nos hacen saber que esta fábula se relaciona con el mundo del circo, un mundo de fantasía, luces de colores, personajes lunares, retos imposibles… que se confronta con la vida trashumante, impredecible, dura en la que viven sus artistas y que nos será contada cuando estos payasos se deshagan de sus máscaras. Sin embargo, como se sabe, la obra trasciende lo circense para hablar de otras cosas: de seres excepcionales, del amor incondicional, del valor que damos en nuestras vidas a lo espiritual.

Como ya digo, el ritmo y la atmósfera están muy conseguidas, un halo poético sobrevuela la función. Gas se ha rodeado de su equipo habitual -Felipe Ramos iluminador, Berrondo escenógrafo, Belart figurinista y Alvaro Luna en videoescena- y ha contado con su hijo Orestes Gas para recrear la memorable melodía de Nino Rota. Su montaje se ayuda de una película en blanco y negro que permite seguir el desarrollo de la obra y que desde un punto de vista estético le da el tono neorrealista de la película.

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