Kafka pregunta: ¿cuál es tu lugar?
Franz Kafka (1893-1924) publicó El fogonero (Nórdica) en 1913. Luego, el cuento sería el primer capítulo de su inacabada novela América, editada por Max Brod en 1927, desoyendo doblemente el mandato del escritor respecto a la destrucción de sus manuscritos y el designio de que esa novela debería titularse El desaparecido.
Kafka, por entonces, no había publicado aún La metamorfosis (1917). Eran los tiempos de sus complicados amores con Felice Bauer, se había licenciado en Derecho, trabajaba en una compañía de seguros y ya había sido golpeado por la tuberculosis, que lo llevaría a la tumba una década después.
El fogonero cuenta la peripecia de un joven de 17 años, Karl, que ha sido enviado a América por sus padres con cierta hosquedad –ya aparece esbozado el conflictivo tema del padre-, tras haber sido seducido –cabría decir que violado- por la criada de la casa, que ha concebido un hijo en el lance, un lance, por cierto, muy explícito desde el punto de vista erótico. El muchacho ha llegado al puerto de Nueva York en barco, observa la Estatua de la Libertad como una promesa de buenos augurios y, a punto de desembarcar, se percata de que ha olvidado su paraguas. Para ir a recuperarlo deja su maleta en manos dudosas, y pronto se dará cuenta –y algo tiene eso de lo que vulgarmente se conoce como 'kafkiano'- de que el empeño por rescatar su insignificante paraguas en los laberintos del barco puede suponer la pérdida de todas las pertenencias que atesora en su maleta.
Pero pronto vemos que el relato no va por ahí exactamente. En su incursión por las profundidades de la embarcación, Karl encuentra a un desvalido fogonero, que le acoge con cariño y le confía su desventajosa situación –la pérdida de su empleo- por las arbitrariedades de su jefe inmediato. El chico, conmovido por el relato del humilde fogonero y poseedor de un sentido de lo justo, acaba acompañando al empleado a la presencia del mismísimo capitán del barco para protestar con él –y pese a su torpe comportamiento en la reivindicación de su tarea- ante la máxima autoridad de la nave, olvidando lo precario de su posición de inmigrante de tercera clase en trámite inmediato para ser admitido en los Estados Unidos de América.
Advertencia: es difícil glosar el contenido de este cuento sin desvelar buena parte de su argumento. Ustedes verán si siguen leyendo. Lo interesante es que, en presencia del capitán y de otros hostiles funcionarios, Karl se topa imprevistamente –se puede discutir el giro del relato- con un tío suyo, que le aguarda –por aviso de la exaltada criada- y que resulta ser un prominente y, al parecer, influyente senador norteamericano, otrora también emigrante.
El fogonero tiene un núcleo, una larga escena en una habitación, ante los prebostes y funcionarios, que es un prodigio de minimalista observación de los componentes psicológicos y sociales de todos los congregados. Kafka, con minuciosidad y con varios protagonistas, saca petróleo de una situación en apariencia estanca, pero que acaba por explicar el mundo y la vida en función del comportamiento, entre cuatro paredes y ante una anécdota mínima, de esos personajes que, entre otras cosas, dan noticia del reparto de roles en una sociedad estratificada injustamente en clases y castas.
El chico, aunque contrariado por la mala defensa que el fogonero hace de su causa, sigue intentando apoyarlo por su puro sentido de la justicia. Pero le habla el acomodado y providente tío senador: “Te sentiste abandonado y encontraste al fogonero; por eso ahora le estás agradecido. Eso es muy loable, pero no exageres, hazlo por mí, y empieza ya a saber cuál es tu lugar”.
¡Amigo! ¿Cuál es tu lugar? O lo que es lo mismo: ¿Qué bando, qué causa eliges y de qué lado estás según el juego entre tus posibilidades, tus convicciones y tus intereses? ¿Qué hará Karl y con qué efectos?