Tengo una cita por Manuel Hidalgo

El humor de Guy de Maupassant

13 mayo, 2014 13:05

[caption id="attachment_426" width="150"] Guy de Maupassant[/caption]

En 1880, Guy de Maupassant, con apenas 30 años, publicó el relato Bola de sebo y ya dio noticia y medida del extraordinario novelista (Bel Ami, 1885) y, sobre todo, cuentista que iba a llegar a ser.

Ese mismo año apareció en “Le Gaulois”, seriada en diez entregas, la narración que más tarde se convertiría en Los domingos de un burgués en París (Periférica).

Los registros de Maupassant fueron muy variados, pero, dentro de su ingente producción como cuentista, el público lector tal vez haya decantado sus preferencias hacia los relatos de corte galante y erótico –casi siempre en el terreno de una sexualidad entre mórbida y explícita- y, por supuesto, hacia aquellos otros de horror y de crímenes.

En Los domingos de un burgués en París encontramos a un Maupassant ferozmente satírico, con un puntiagudo e inclemente sentido del humor, que arremete, con mimbres costumbristas, contra la sociedad de su época, tanto contra la clase media y semiburguesa –a la que pertenece su protagonista, el lerdo y mediocre funcionario Patissot- como contra las clases populares.

Al tiempo que hace un excelente fresco de los alrededores campestres de París, Maupassant se burla despiadadamente del espíritu higienista de excursionistas, andarines y paseantes, que está en el origen de las liosas y enojosas peripecias de Patissot. Es sólo el principio. Poco a poco, los fustazos de Maupassant se ceban en la vida matrimonial y de familia y en las frustraciones e incomodidades de los lances de pareja, haciendo aflorar una notoria misoginia en el modo de encarar los personajes femeninos.

A tal respecto, y hacia el final, Maupassant se solaza con un incendiario discurso sobre la inferioridad de las mujeres y se regodea con un vitriólico ataque a las feministas, todo ello con las armas de la caricatura. Igualmente, y desde una perspectiva individualista, Maupassant pone en duda el funcionamiento y los instrumentos de la democracia liberal y del sufragio universal, asomando una patita anarcoide.

El libro está cuajado de agudas observaciones, de ágiles brochazos que provocan el regocijo del lector. Tiene Maupassant una gran capacidad para visualizarlo todo con muy pocos trazos, una capacidad obviamente literaria, pero que, en no pocas ocasiones, hace pensar en el cine. Por ejemplo, cuando describe en una estación un bosque de cañas de pescar y, con “un movimiento de cámara vertical” (las comillas son mías, claro), baja a los sombreros de paja de sus poseedores, antes de contar cómo esa infinidad de cañas sale, primero, por las ventanas del tren que traslada a los pescadores y convierte, después, una diligencia en una especie de puercoespín rodante. Son tres breves párrafos seguidos que podrían corresponderse con tres planos sucesivos y mudos de una película. Del mismo modo, el tal Patissot y sus comparsas no están nada lejos de los personajes que más tarde marcarían el tono de las comedias cinematográficas populares francesas.

En el post anterior, sobre Elizabeth von Arnim y Abril encantado, me llamó la atención la identificación entre bondad e infelicidad. Quizás por ello, y leyendo a Maupassant a continuación, me ha saltado a la vista esta frase: “Era un hombre lleno de esa sensatez que linda con la estupidez”.

Es probable que los universos del Bien y del sentido común no sean los que más atraen a los creadores que, como poco y como es lógico, necesitan del conflicto entre opuestos. Sería entretenido hacer un listado de las grandes novelas que han tenido como protagonistas a personajes bondadosos y sensatos. Las hay. ¿Cuántas?, ¿cuáles?

Image: Natalio Grueso

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