Tengo una cita por Manuel Hidalgo

Miles Franklin y 'Mi impresionante carrera'

28 agosto, 2014 11:08

[caption id="attachment_524" width="160"] Miles Franklin[/caption]

Al hilo de la muerte de Jaume Vallcorba, puede recordarse, una vez más, una de las virtudes de todo gran editor: la credibilidad, la fiabilidad. Cuando llega a nuestras manos un libro de un autor desconocido, si su editor goza de prestigio y si su línea editorial ha conquistado nuestra confianza, podemos abordarlo con la práctica certeza de que no nos va a decepcionar.

Me fío de Alba (Luis Magrinyá), y nada sabía de la escritora australiana Miles Franklin (1879-1954). Me bastó echar un vistazo a las solapas y hojear algunas páginas interiores para estar seguro de que Mi impresionante carrera (1901) –llevada al cine en 1979 por Gillian Armstrong- me iba a gustar. Y así ha sido. Un gran descubrimiento.

Franklin escribió su libro al final de la adolescencia y lo publicó con 21 años. ¿Novela autobiográfica o autobiografía novelada? Poco importa. Con el irónico título de Mi impresionante carrera, el libro narra las penalidades de una muchacha que, por la mala cabeza de su padre, pierde su condición inicial de granjera acomodada y –salvo en el breve tiempo en que es acogida por su rica abuela y vuelve al paraíso-, lleva una existencia perra, al cargo de sus numerosos hermanos menores, trabajando de sol a sol en tareas agrícolas y ganaderas en una tierra castigada por la sequía y condenada a la miseria. Sybylla –así se llama la chica– desarrolla por su infortunio una pronta rebeldía, que la enfrenta con dolor a su padre y a su madre –amargados y derrotados por las circunstancias–, a la injusticia social, a los hombres que doblegan y relegan a las mujeres y al mismísimo Dios, que parece mentira que exista si permite tanto sufrimiento.

Su familia piensa que, siempre disconforme y hostil, es el mismísimo demonio, y ella parece aceptar el veredicto, sintiéndose tan fea –la conciencia de la fealdad es uno de los temas del libro- como inasequible a aceptar con resignación su destino: trabajar y trabajar como una bestia y someterse en matrimonio al dictado de un hombre. Sybylla, en un pequeño tramo de su infancia dorada, entró en contacto con la literatura, la música y la pintura.

Sabe que existe un mundo dotado de inteligencia y sensibilidad y quiere llegar a formar parte de él, por lo que, a escondidas y molida por las rudas tareas de la jornada, empieza a escribir novelas.

Si abordáramos un resumen de las tristes peripecias de Sybylla, podríamos percibir el libro, en una primera aproximación, como un folletón melodramático de corte, para entendernos, dickensiano. Es un aspecto del relato, sin duda.

Pero la narración –con excelente traducción de Amado Diéguez y Concha Cardeñoso Sáenz de Miera- alcanza su plenitud en otro terreno: de un lado, la descripción de la naturaleza, del paisaje, del devenir de las horas del día, y, de otro, la descripción de los arduos trabajos en el campo.

En esta veta, Mi impresionante carrera redondea su condición de obra maestra, a lo que contribuye la viveza, insolencia y perspicacia psicológica de la narradora –entre inocente y aviesa, también escéptica, contradictoria e irónica- a la hora de abordar las relaciones personales y fijar los caracteres de los personajes.

Y Sybylla –precoz feminista como lo fue su creadora- será cortejada, entre otros, por un apuesto, joven y acomodado propietario, que le gusta, a quien aprecia y con el que coquetea desplegando trampas, trucos y pruebas, pero al que no consigue amar. Éste es un asunto nuclear y, en gran medida, original de Mi impresionante carrera: una historia de amor que es, en realidad, una historia no de desamor, sino de no-amor.

Aquí van unos párrafos que abarcan casi todo:

“Había hecho el pan y la comida, fregado los suelos y blanqueado el hogar, restregado los cacharros de latón y los cubiertos, limpiado ventanas, barrido patios y terminado muchas otras tareas diversas, y a las dos y media de la tarde estaba sucia y cansada y todavía me quedaban muchas cosas que hacer.

Uno de los terneros a los que criaba estaba muy enfermo y fui a cuidarlo antes de bañarme y asearme para terminar las tareas de la casa.

Mi madre tenía mucho que hacer, grandes montones de ropa para zurcir, una de las labores más inútiles de las muchas esclavitudes de su vida. Era un trabajo pesado, y mi padre se mataba al sol y yo me dejaba la piel, y hacía mucho, muchísimo calor; era un día muy largo y castigado por la sequía y los terneros que criaba siempre me hacían ponerme moralista y sarcástica. Así era la vida, la mía y la de mis padres y la de los que nos rodeaban, y, si era buena y honraba a mis padres, tendría en recompensa una vida muy larga. ¡Ja!”

Pues aquí está todo dicho, a la manera de Sybylla y de Miles Franklin. Todo dicho, sobre todo, en ese final: “¡Ja!”

Image: Todas las luchas, en Getxophoto

Todas las luchas, en Getxophoto

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