Para descubrir a Barbara Trapido
[caption id="attachment_1006" width="250"] Bárbara Trapido[/caption]
Lo sabemos muy bien, perfectamente, pero con frecuencia lo olvidamos: la modernidad tiene antecedentes, lo más moderno no ha nacido hoy. Insisto en que lo sabemos, también insisto en que lo olvidamos. Es más frecuente atribuir la condición de modernos a quienes rompieron mucho tiempo atrás con tradiciones y normas antiguas –“fueron modernos para su época”, se dice-, pero cuesta más reconocer que hubo modernos recientes que siguen siéndolo hoy y, todavía más, que no sólo siguen siendo modernos, sino que son tan modernos o más que los modernos de hoy. Pequeño trabalenguas, en fin.
Cómo será la cosa que ni siquiera Barbara Trapido (Ciudad del Cabo, 1941) era una moderna en 1982, cuando publicó El hermano del famoso Jack –con todo lo que había pasado en la literatura y en el cine en los años 50 y 60, sin ir más lejos-, pero lo que aquí trato de expresar es la sorpresa que produce leer hoy, treinta y tantos años después, un texto como el suyo, que, desprovisto de alusiones puntuales, podría parecer la obra de un joven escritor actual. No hablamos aquí de vanguardia, ni de nada de eso –ni de formas-, sino de tono, de voz, de mirada, de frescura, de desenvoltura. Trato de hablar, quizá impropiamente, de la ventolera de aire puro, benéfico y saludable que corre por las páginas de El hermano del famoso Jack.
Y de la perplejidad que provoca que esta novela y otras de Barbara Trapido sean desconocidas en España, si bien La Esfera de los Libros editó en 2011 –creo que con poca repercusión- Sexo y Stravinsky, publicada por la escritora sudafricana –afincada en Inglaterra, ahora en Oxford- el año anterior. Habrá que encontrarla y leerla. Trapido sólo ha escrito siete novelas.
Con excelente traducción de José Manuel Álvarez Flórez, Libros del Asteroide acaba de sacar El hermano del famoso Jack. No se la pierdan. Es la historia de Katherine, una bella y joven estudiante, tan torpe y remisa como inteligente y propensa a la rebeldía, que entra en contacto con la divertida y dislocada familia de Jacob, su profesor, escritor, un judío energuménico, excesivo y confusamente izquierdista. Desde los primeros días que Katherine pasa en la casa campestre de los Goldman –en compañía de Jacob, Jane, su esposa, y sus cinco hijos, que inmediatamente serán seis-, su vida experimenta un proceso acelerado de transformación y aprendizaje, que la alejará –no sin heridas-, de la pasividad y la mentalidad gazmoñas que su muy conservadora y controladora madre –viuda de un verdulero- le ha venido inoculando. Un inopinado amigo de los Goldman, el arquitecto bisexual John Millet –capaz de tirar los tejos a Jane en las narices de Jacob-, tendrá un papel decisivo en el cambio, prolongado por las relaciones de Katherine con los muy peculiares Roger y Jonathan, los hijos mayores de Jacob y Jane.
Y no hay más que decir aquí de la historia, salvo que Trapido, con hilo de seda y magistral uso de la elipsis, se las compone maravillosamente para seguir a sus personajes -en la alegría y en el dolor, en su evolución y en sus zigzagueos, en escenarios diversos- durante años, aunque pareciera, al principio, que su relato iba a reducirse a semanas o meses en el mismo lugar, la campiña de Sussex.
No es un juicio literario, ciertamente, pero al futuro lector del libro le puede interesar saber que El hermano del famoso Jack es una de esas novelas con las que uno se enamora de la autora, de la protagonista –que narra en primera persona- y, en realidad, de todos los personajes. Los quiere. Y todavía más: le hubiera gustado vivir con ellos en su mundo. De hecho, vive con ellos mientras lee. Es una novela para cualquier clase de público, pero es una de esas novelas que, si la lees con 18 años pasa a ser una de tus favoritas y, si la lees con 58, te entran muchas ganas de volver a los 18.
Trapido sazona su narración con muchas referencias culturales, gozosas y divertidas, irónicas y punzantes. Pero, bueno, eso no es lo fundamental. Lo fundamental es su prodigiosa habilidad para la descripción atmosférica y psicológica y para el diálogo, esa brillantez, típicamente británica, para adornarse a sí misma y otorgar a sus personajes una ingeniosidad pimpante, una capacidad de repentización y de improvisación, de aguda y, tantas veces, ácida propiedad para lo extravagante, pero –y eso es lo importante- sin perder contacto con el suelo.
La madre de Katherine, en circunstancia que mejor no concreto, le pregunta a su hija por lo que ha hecho en los anteriores días de ausencia de casa. Y ella recapitula para sí misma y para el lector: “Había sido desflorada en una habitación de hotel y había cogido moras de la mano de un joven apuesto que tocaba el violín y era capaz de medirse con el Espíritu Santo. Había visto una placenta humana y a un bebé recién nacido. Había aprendido cosas nuevas sobre agujas de ganchillo y pinzas de cobre colocadas en el cérvix y sobre añadir yemas de huevo a la sopa. Había conocido a una mujer mayor a la que emular y admirar en lugar de a mi madre”.
Pero Katherine no le cuenta nada de esto a su madre. Le responde: “Estuve viendo a Ava Gardner en la tele”. Y no miente.
En las líneas anteriores hay un concentrado del estilo de Barbara Trapido y de la novela entera, esa acumulación de hechos de muy distinta naturaleza e importancia que, sin dejar de dar rugosidad al relato, fingen quedar homologados. Ese desenfado en el punto de vista –de la desfloración a la sopa- es parte esencial del aparente modo de encarar la vida de Barbara Trapido, quien, sin embargo, sabe atender las corrientes de profundidad que recorren su historia.