Tengo una cita por Manuel Hidalgo

Houellebecq, Schopenhauer y la felicidad

15 febrero, 2018 14:42

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Arthur Schopenhauer[/caption]

Por más extraño que parezca, dada la derrota oficial de las Humanidades, se edita y se reedita mucho en España a los grandes filósofos. ¿Serán tiradas pequeñas?, ¿irán a parar a manos de la misma gente? No lo sabemos a ciencia cierta, pero ahí están.

Uno de los filósofos más publicados en España es Arthur Schopenhauer (1788-1860), siempre muy influyente en el universo intelectual español, especialmente en la Generación del 98 -Baroja, Unamuno...-, de quien pueden encontrarse sin dificultad y en varias ediciones varios de sus libros capitales como El mundo como voluntad y representación (1819) y Parerga y Paralipómena (1851).

Momento Schopenhauer, pues. Nórdica vuelve a poner en circulación, con traducción de Isabel Hernández González e ilustraciones de Elena Ferrándiz -¡dos mujeres difundiendo el pensamiento de un reputado misógino y misántropo!- El arte de ser feliz, es decir, la Eudomonología schopenhaueriana, cincuenta reglas comentadas para acercarse a la felicidad. Aunque…ya veremos.

Al mismo tiempo, Anagrama publica en sus Nuevos Cuadernos En presencia de Schopenhauer, de Michel Houellebecq, con traducción de Joan Riambau y prefacio de otra mujer, Ágathe Novack-Lechevalier. Recomendando vivamente el primero, me voy a centrar aquí en el segundo, pues Houellebecq acierta a resumir y poner en claro con jugosos comentarios los planteamientos de Schopenhauer sobre la felicidad, echando mano constantemente de otro libro del filósofo alemán crucial al respecto: Aforismos sobre la sabiduría de la vida.

¿Y qué dijo de la felicidad el filósofo más pesimista de la historia? Ésta es la cuestión. Seducido por Schopenhauer a los 26 años, Houellebecq comenta primero su posterior preferencia por el positivismo de Auguste Comte y las discrepancias que tuvo con él Friedrich Nietzsche, quien llegó a decir -recuerda el francés- que Arthur representaba "el peligro de un nuevo budismo en Occidente". ¡Y tanto!

Houellebecq explica muy bien la importancia que Schopenhauer da a la contemplación, rondando la importancia de la meditación en su sentido oriental. La contemplación fundamenta, dice, la estética de Schopenhauer, ya que debemos contemplar el arte liberados de reflexión y de deseo. En cierto modo, el arte ideal o el arte que debemos elegir como bueno para nuestros intereses -estas palabras son mías- es aquel que no movilice nuestros deseos ni nuestras cavilaciones, aquel que nos permita mantenernos en un estado de “contemplación apacible”. A tenor de esto, Schopenhauer rechaza la intelectualización del arte, las explicaciones de los artistas sobre su trabajo e, incluso, la mera enseñanza del arte.

Reflexión y deseo. No sin contradicción, pues es un filósofo, Schopenhauer señala igualmente a la reflexión y al deseo como enemigos de la felicidad, de una felicidad que, por otra parte, es imposible. Saber que la felicidad es imposible ha de ser el resultado de la única reflexión aconsejable. Houellebecq recuerda que para Schopenhauer el único atisbo de felicidad para nosotros consiste en saber que, en todo caso, y será por algo, la existencia que tenemos es mejor que la no-existencia. Sus consejos para la felicidad en El arte de ser feliz no son sino consejos para tener una existencia que, sin ser feliz, sea preferible a la no-existencia. Es lo que hay.

Lo que hay, sí, es que la aspiración a la felicidad –con su ristra de objetivos, propósitos y deseos a satisfacer- es el pasaporte directo a la infelicidad, que tiene dos enemigos principales: el dolor y el aburrimiento. El dolor se deduce de un sentimiento –y realidad- de carencia de algo, que nos lleva a la necesidad de desear tenerlo y anular, por tanto, esa carencia. Mal. Para evitar el dolor hay que evitar el deseo. El aburrimiento, por el contrario, se deduce de la necesidad satisfecha, que inmoviliza el deseo. ¿Entonces? Pues ni lo uno ni lo otro.

Houellebecq dice que la filosofía de Schopenhauer le resulta reconfortante. ¿Cómo es eso posible? Pues porque es muy importante saber que el mundo es un asco, que la vida es absurda y que la felicidad no existe. Sólo a partir de ahí -sin envidias, sin ambiciones, sin falsas expectativas- podemos vivir mejor, tener buenos momentos y evitar los peores. La muerte, además, aunque no la queramos, no es tan mala, ya que, nos pongamos como nos pongamos, significa el final de nuestros dolores. Ah, y nada de tomar ejemplo de la naturaleza o armonizarnos con ella. ¡Chorradas! Houellebecq, con su desparpajo, escribe "chorradas" alguna vez. La vida animal es atroz. ¿Acaso tenemos que aprender algo de esos perros salvajes que, según cuenta Franz Willelhm Junghuhn -este apellido tiene errata en el texto-, devoran vivas a las tortugas gigantes de Java? Sí, algo muy estremecedor: "así se objetiva la voluntad de vivir".

Si en El arte de ser feliz, Schopenhauer cita a Baltasar Gracián, Houellebecq recuerda en su libro la decisiva influencia del jesuita aragonés en el pensamiento del alemán, especialmente de su Oráculo manual y arte de prudencia (1647), que llegó a traducir. Recordemos aquí que Schopenhauer fue un gran admirador del Siglo de Oro español.

Me gusta (y me divierte) mucho una observación que, inspirado por una idea de Chesterton -a quien, sin embargo, suelta un capón-, hace Houellebecq sobre Schopenhauer: "…Halló la energía necesaria para enunciar banalidades y evidencias cuando las consideraba acertadas; puso siempre la verdad por delante de la originalidad; para un individuo de su nivel, a buen seguro no era tarea fácil".

Houellebcq recuerda, en otro momento, que una de las funciones de la filosofía ha sido "prodigar consejos aplicables a la conducta en la vida, ayudar a alcanzar la ‘sabiduría’ en el sentido práctico". Las banalidades se prestan, ciertamente, a interpretaciones poco entusiastas, ¿pero por qué esperamos, a veces, de los filósofos un lenguaje o un contenido alejado de lo evidente, de las evidencias? En El arte de ser feliz, antes de abordar las cincuenta reglas -muchas son- para intentar acceder a la "felicidad posible", que ya hemos dicho que no es esa ilusoria Felicidad con mayúsculas, Schopenhauer resume a saco las condiciones de esa felicidad posible. Son éstas: un espíritu alegre, un cuerpo sano, tranquilidad de ánimo y bienes materiales en una medida muy reducida. Ni más ni menos.

 

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