Y tú que lo veas

Werner Spies ¿comisionista?

28 mayo, 2013 02:00

La semana pasada recomendaba en este blog a los artistas que lleven un completo archivo documental y fotográfico de su trabajo, y me refería entre otras cosas al comité de autentificación de obras de Andy Warhol. Ayer se difundió la noticia sobre la resolución de uno de los juicios que más violentamente han agitado las aguas del mercado del arte en los últimos tiempos y que tiene mucho que ver con esta necesidad de que sea el propio artista quien “certifique” sus obras: el que pretendía depurar responsabilidades por la venta de una pintura falsa de Max Ernst. El habilidoso falsificador, Wolfgang Beltracchi, había sido condenado en octubre de 2010 a seis años de prisión por la venta, con la ayuda de su esposa y otros cómplices, de entre 50 y 100 obras; sus especialidades eran las de Max Ernst, Heinrich Campendok, Max Pechstein, Fernand Léger, Kees van Dongen y André Derain. Pero el asunto ha dado lugar a otros procesos relacionados, como este del que les hablo, abierto por el comprador de Tremblement de terre, Louis Reijtenbagh, al que el juez ha dado la razón en sus pretensiones. Reijtenbagh, que es un especulador holandés de mucho cuidado, compró la obra al galerista francés Jacques de La Béraudière, con sede en Ginebra, a través de sociedades interpuestas -tanto por parte del galerista como del coleccionista- en Panamá y las Islas Vírgenes. La obra se subastó después en Sotheby's, en más de un millón de dólares, en 2009; suponemos que la casa de subastas, que no ha hecho comentarios al respecto, deshizo la transacción cuando se supo que la pintura era falsa, por lo que el damnificado habría solicitado una indemnización a quienes se la colocaron a él. Al especulador le está bien empleado el timo; tampoco vamos a compadecernos mucho de los dueños de Sotheby's y, en cuanto a Beltracchi, resulta ser, como otros falsificadores, un simpático delincuente que no ha hecho un gran mal a nadie: quien se compra cuadros a millón el cuarto y mitad sin despeinarse no va a sufrir terriblemente -mas que en su orgullo- si descubre que le han dado gato por liebre. Aquí, hay sin embargo, una víctima por la que sí nos apenamos ¿o no tanto?: el respetado historiador del arte Werner Spies, ex-director del Centre Georges Pompidou, experto en cubismo y surrealismo, y máxima autoridad en Picasso y en Ernst, de quien fue además amigo.

Ernst-Beltracchi, Tremblement de terre

Ernst-Beltracchi, Tremblement de terre

Spies recibía, supuestamente, entre un 7 y un 8% de las ventas de los cuadros que habría autentificado a través de una cuenta a nombre de “Imperia” en un banco de Andorra en el que Beltracchi también operaba. Eran ingresos de cinco cifras y se calcula que pudo recibir sólo de los Beltracchi unos 500.000 dólares, además de las probables comisiones recibidas de los marchantes que intermediaban. Y hay otra actuación dudosa de Spies, que no solo certificó que otro falso Ernst, La forêt, era auténtico, sino que intervino en varias ocasiones en las posteriores ventas y reventas. Para empezar, facilitó a los Beltracchi el contacto con el marchante Marc Blondeau, que vendió la obra a una sociedad -atención, en esta historia, a la cantidad de sociedades a través de las cuales se trapichea con las obras de arte- por 1,8 millones de euros; a continuación Beltracchi ingresó 136.565 euros en la cuenta de Imperia. En 2005, la obra aparece en la Galería Cazeau-Béraudière -de la que es socio el marchante que ha sido condenado junto a Spies-, que la presta al Museo Max Ernst en Brühl... donde es presentado por Spies, que es director de la fundación que gestiona el museo y miembro de su patronato. Se incrementa así su valoración y el coleccionista Daniel Filipacchi la compra -a través de sociedades- por unos 7 millones de dólares. Y... unas semanas después el Museo Max Ernst recibe una donación de la Galería Cazeau-Béraudière: un autorretrato del artista. Aunque él ha reconocido que cobró comisiones, el secreto bancario ha impedido comprobar si la cuenta de Imperia pertenece a Werner Spies. Pero estos tejemanejes en el museo no apuntan a nada bueno.

Moraleja: absténganse los historiadores y personal vinculado a museos de certificar obras para su venta. Cuando hay dinero de por medio, la vista se nubla.

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