Ficción histórica en las Alpujarras
Al sur de Granada, de Fernando Colomo
9 enero, 2003 01:00Verónica Sánchez y Matthew Goode en Al sur de Granada
Por asombroso que pueda parecer, al cine español apenas le ha interesado la presencia en nuestro país de intelectuales y artistas extranjeros. Un tema propicio a la reflexión sobre el ejercicio creativo, a la confrontación de culturas y al mestizaje de la tradiciones españolas con las que provienen de ámbitos foráneos ha encontrado muy pocos huecos para su expresión fílmica entre nosotros. Tan inexplicable desinterés no ha impedido, sin embargo, que las excepciones a la regla resultaran harto significativas.Así, Jaime Camino se ocupaba ya, en 1969, de la presencia de Chopin y George Sand en Mallorca dentro de Jurtzenka (Un invierno en Mallorca), pero será necesario esperar diez años para que el tema vuelva a reaparecer, con mucha mayor complejidad, dentro de una ficcionalización libre (La sabina, 1979), en la que José Luis Borau sintetizaba, de manera ejemplar, ecos y referencias que provenían de los libros de Ian Robertson y Richard Ford, y de figuras como Washington Irving, Julian Huxley, Virginia Wolf o Gerald Brenan, siendo este último, precisamente, quien se convierte ahora en protagonista de Al sur de Granada.
Entre medias queda el inteligente y lúdico juego metaficcional propuesto por Basilio M. Patino en Paraísos, dentro de la serie Andalucía, un siglo de fascinación (1995): un jugoso falso documental que rememora algunas de los proyectos utópicos y libertarios emprendidos en las tierras del sur (p.e. el falansterio de Tempul) bajo la inspiración o con la intervención directa de varios extranjeros. Y es precisamente esta tradición, la de los viajeros románticos (los "curiosos impertinentes" a los que se refiere Ian Robertson), la que Fernando Colomo viene a rescatar ahora con su particular retrato de Brenan.
Tampoco es esta la primera vez, por otra parte, que Colomo se ha sentido atraído por el mestizaje social y cultural: lo hizo ya antes, sin salir del campo de la comedia, en títulos como El efecto mariposa (1995) y El cuarteto de La Habana (1998), y lo ha hecho también, abriendo un nuevo rumbo para su filmografía, en la ficción historicista que supone Los años bárbaros (1997), donde evoca la implicación de intelectuales anglosajones (Barbara Probst Solomon) en un episodio de la resistencia antifranquista.
Las andanzas de Gerald Brenan por las Alpujarras granadinas, el choque cultural y vital entre un intelectual británico obsesionado con sus lecturas y un entorno subdesarrollado, preso del caciquismo, de viejas tradiciones sociales y de ancestrales atavismos morales, suponía, pues, un material lo suficientemente atractivo para componer, a partir de datos biográficos y documentales, una sugerente ficción de raíces históricas. Y éste es el terreno de juego elegido por el filme de Colomo, que adquiere así una cierta autonomía para jugar sus propias cartas en el retrato del personaje.
Retrato que está lejos, por fortuna, de toda complacencia idealizadora, puesto que la película contempla al escritor como un intelectual que se siente atraído por ciertas características de aquella sociedad (una formación primitiva y aislada, víctima de un atraso secular), pero que se muestra incapaz de comprender las determinaciones reales que rigen su idiosincrasia y su estructura profunda. El Brenan de Colomo es un personaje vitalista y utópico, que idealiza el mundo en el que pretende vivir para adecuarlo a las fantasías románticas de un viajero que apenas consigue trascender las apariencias más llamativas y tópicas de aquel contexto.
Se agradece este esfuerzo de análisis y de reflexión crítica sobre una figura tantas veces idealizada. De ahí nace lo más aprovechable y sugerente de la propuesta (la distancia respecto al personaje real, el retrato de un entorno social regido por el caciquismo, la ficción libre sobre las andanzas amorosas de un joven vitalista y una aldeana resabiada), si bien la película se muestra deudora, al mismo tiempo, de algunos episodios casi desdibujados (la visita de Dora Carrington y Lytton Strachey), de ciertas concesiones al costumbrismo caricaturesco (el personaje de Paco y, sobre todo, la interpretación de Guillermo Toledo), de escollos difíciles de salvar (la limitada perfomance de Matthew Goode) y de los ya casi inevitables déficits que lastran, habitualmente, las reconstrucciones de época en el cine español.
La relación entre Brenan y Juliana (que había sido evocada ya, de forma ficcional y libre, a través de la relación entre Hyatt y Carmelita en el pretérito de la historia narrada por José Luis Borau dentro de La sabina) se convierte así en lo más vivo, sensual y físico de una película que se adentra, con recuperada libertad, en la relectura crítica de nuestro pasado y en la reinterpretación personal de una figura histórica de referencia.