David Fincher, Betrand Bonello y Harmony Korine animan Venecia y dividen a la crítica
La 80 edición de la Mostra cierra su primer fin de semana con más deserciones y aplausos que nunca. Han sido para ‘El asesino’, ‘La bête’ y ‘AGGRO DR1FT’
3 septiembre, 2023 20:04David Fincher, el responsable de El club de la lucha ha vuelto a colaborar con el guionista del Seven, Andrew Kevin Walker, casi treinta años más tarde de su estreno. Han adaptado parte de la saga de cómics The Killer de Matz y Alexis Nolent, sobre un asesino a sueldo eficaz y metódico, aunque en una crisis existencial profunda. Michael Fassbender, el mercenario, se encarga con su rostro impertérrito y sus ojos de búho de que la premisa se mantenga siempre inquietante.
Explica Fincher en Venecia: “La simpatía era lo último que tenía en mente en relación con este personaje, aunque no necesitaba dar miedo. Ya sabes, la banalidad del mal. Mi esperanza es que alguien vea esta película y se ponga muy nervioso por la persona que está detrás de él en la cola del Brico Depot”.
Fincher ha comparecido hoy ante la prensa a solas (la producción no se exime de la huelga de actores, al estar distribuida el 27 de octubre por Netflix) y ha esquivado las pelotas sobre el tema y ha animado a estudios y sindicatos al diálogo: “Estoy muy triste. Obviamente me siento en medio de ambas partes”.
The Killer sigue la monótona rutina de un asesino en serie que ha llegado a la excelencia por lo metódico de sus golpes, de preparación prácticamente bressoniana, pero que se está empezando a dejar llevar por el cansancio y las distracciones. Ante una crisis inminente, una acción fallida y sus consecuencias lo animarán a emprender una larga venganza que él insiste, una y otra vez, que no es personal.
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La película de Fincher se mueve pesada sobre la coreografía matemática del soldado, que palpita bajo la batuta electrónica de los habituales Trent Reznor y Atticus Ross, y el montaje inclemente de Kirk Baxter, todos detrás de La red social. Y sin embargo, el nerviosismo de quien sabe que no está en plenas facultades se infiltra a través de los deslices irónicos y los golpes de humor absurdo (notables) a los que el filme se vuelca, y con una brillante secuencia con Tilda Swinton como joya de la corona.
Bertrand Bonello arrebata con La bête, un canto atemporal al vértigo
Bertrand Bonello, el cineasta responsable de Nocturama o Zombi Child ha presentado a Competición una auténtica ópera romántica que ensaya los choques impepinables entre deseo y miedo. Para dirimir si algún día podremos amar a pesar del vértigo, Bonello monta un rompecabezas a través de los siglos: pondrá en acción a dos personajes, George McKay y Léa Seydoux (Gabrielle), que se buscan, una y otra vez y a pesar de todas las advertencias que sus respectivos oráculos vuelcan sobre la pareja.
Primero, serán una pareja de amantes en plena era victoriana, que replican los enigmas de El año pasado en Marienbad. Por encima, Gabrielle será una modelo del año 2025 que es acosada por la versión incel de dicho amante, en una línea narrativa que se va ramificando y poniendo en duda. Finalmente, en 2044 conoceremos los intentos de la mujer por apaciguar la maraña emocional a la que su vida ha desembocado, gracias a una I.A.
Bonello estructura toda su película alrededor del acordeón de deseo que entre ambos amantes se va tensando y relajando, mientras desciende en espiral por ciclos de gestos y situaciones repetidas: Gabrielle verá su futuro determinado por la posición de las palomas que la vigilan, acabará bailando sola en diferentes clubes nocturnos retro y sus sueños serán siempre la fuente de conocimiento de “la bestia” que está justo por llegar.
El cineasta saca toda la artillería para replicar sus repeticiones trágicas, dibujando variaciones desde la forma fílmica más pura con una inteligencia digna del pensamiento académico: el uso del pixelado, el montaje por composición simultánea, la narración sobre diapositivas, el montaje como puerta a futuros paralelos. La bête es un viaje a las entrañas angustiadas (y vivas) del cerebro del cine.
AGGRO DR1FT confirma a Harmony Korine como el Papa satánico del cine contemporáneo
Harmony Korine dirigió la primera película viral de A24, Spring Breakers, y ha forjado toda una carrera entre el vídeo de marca (Gucci, Dior) y el corto experimental, con especial interés en las figuras proféticas de los perdedores de playa (The Beach Bum), pero Harmony Korine siempre ha querido ir un paso más allá.
Para ello, ha vuelto a colaborar con el rapero Travis Scott (aquí coprotagonista), el músico AraabMuzik, el director de fotografía Arnaud Potier (Skin) y los especialistas en efectos visuales Joao Rosa y Eric Kohn, para crear AGGRODR1FT, una película que es un retortijón a las bases mismas de la corrección cinematográfica.
Korine y su equipo han aspirado a dar la vuelta al calcetín de la institución y, de hecho, comparecían ayer ante la prensa vistiendo máscaras de demonio a conjunto (el cineasta bromeaba: “Son cómodas… A mí me está dando un masaje en el cuero cabelludo”). Aprovecharon la rueda para explicar su gran proyecto paralelo, DreamBox: “Estamos desarrollando algo que te da la capacidad de simplemente pensar y luego mostrarlo en imágenes, sin más indicaciones. Básicamente, un descriptor de sueños, un ilustrador de sueños. Tenemos una prueba de concepto, hemos estado trabajando en esto por un tiempo y está muy cerca. Bastante impresionante”.
AGGRODR1FT, que compite por el León de Oro, sigue la línea experimental-volada del cineasta y se monta enteramente a partir de imágenes filmadas con una cámara infrarojos. El filme sigue la lucha en las playas de Florida entre un mercenario (interpretado por el catalán Jordi Mollá, aunque su rostro saturado por el azul, el rojo y el amarillo fosforitos nunca lo deja ver) y la víctima a la que persigue, un gigante musculadísimo llegado de los infiernos de la lucha libre mexicana.
Por encima de las superposiciones de imágenes ralentizadas y coloreadas a la muerte, que deshumanizan el cuerpo humano y vuelven los ojos un borrón de color inquietante, ambas partes llevarán a cabo una batalla de gallos pantagruélica y de tonos graves distorsionados hasta el abismo. Aderezan la propuesta una tropa de bebés asesinos, un enorme demonio guardián y una banda de gaviotas que profieren chillidos de águila...
La muchedumbre que abandonó la sala durante el pase de prensa pensaría que la suma puede leerse sólo como un juego o triquiñuela, pero mantenerse rigurosamente alineado con una propuesta tan antipática, feísta y heavy metal se nos antoja como un gesto sacramental tan poderoso como el de las misas cristianas.