El padre, un viaje eterno hacia el olvido
Una vez más aterriza en España una obra del exitoso dramaturgo francés Florian Zeller, especialista en subir a las tablas los dramas incómodos y soslayados que afectan a nuestra sociedad. Esta vez le toca a temas tan inusuales en los escenarios como la vejez y sus limitaciones o el deterioro degenerativo que producen enfermedades como, en este caso, el Alzheimer. El padre es calificada por su propio autor de farsa trágica. Y ahí radica su grandeza y su dificultad. Trata un tema tan espinoso como la pérdida de la realidad debido a la vejez colocándonos en la perspectiva de una mente confusa o, quizá, confundida por los intereses de los que le rodean.
La obra llega avalada por dos excelsos protagonistas, Héctor Alterio y José Carlos Plaza, actor y director, que una vez más cruzan sus caminos para producir un artefacto escénico de gran altura dramática. "En cuanto la leí me pareció una obra extraordinaria a nivel de carpintería teatral", asegura el director, que ha versionado el texto al español y lo califica de joya. "Zeller es un genio, con treinta y tantos años ya sabe todo, desde Hitchcock, el thriller policiaco, a Shakespeare porque aquí se nota la influencia de El Rey Lear". Por su parte, el interés "permanente" de Alterio nace de una de las claves de la obra: "Lo que se imaginó Zeller, que hizo una cosa extraordinaria, es personificar los pensamientos de Andrés, el protagonista. Cuando Zeller saca del enfermo a personajes inesperados para el espectador, todas esas cosas pueden ser. Coloca ahí la incógnita porque todo puede ser verdad o mentira".
Y es que además de la temática poco habitual la obra cuenta con un punto más de rupturismo, con otra vuelta de tuerca. Está contada siempre desde el punto de vista del propio enfermo. "El planteamiento revolucionario de la obra es que nos pone directamente dentro de la cabeza de este personaje, todo está visto desde sus ojos", asegura Plaza. "Y él vive la vida con realidades cambiantes, cambian los personajes, los espacios, los sonidos..., y, claro, no lo entiende, porque él no se considera enfermo". "Los personajes", puntualiza Alterio, "están en la mente del protagonista y el autor los quita de ahí y los pone en escena, dando inicio a una oferta extraña, que no encuadra en los cánones del teatro habitual", valora el actor argentino.
Recuerdos inconexos e inasibles, rostros a un tiempo familiares y desconocidos, situaciones cotidianas convertidas en desafíos... Esa es la cara visible del alzhéimer, sobre todo para los familiares que ven como una persona querida, pierde poco a poco parte los recuerdos de toda una vida así como los rasgos más básicos de su personalidad. "Esta es una enfermedad que sufren los que están alrededor, no el enfermo. El enfermo está en su mundo, un mundo desconocido para todos del que nadie sabe nada" . El espectador se da así de bruces con una enfermedad común, que afecta a más de 6 millones de personas en España, cuya incomprensión provoca ciertos prejuicios, por lo que Alterio remarca el mérito del autor galo para "lograr desentrañar escénicamente los pensamientos del personaje y jugar con la desorientación del público de manera magistral".
Pero en un montaje de este calibre nada es tan sencillo. El padre no es solo un relato de la enfermedad, sino que esconde mucho más. Porque nunca estamos seguros de que Andrés sufra Alzheimer. "Durante toda la obra planea la idea del alzhéimer, pero a la vez de que no lo sea. Puede ser o no ser, y ahí está el suspense de la obra. La obra establece el juego de si Andrés es un hombre que está perdiendo sus capacidades mentales o de si realmente hay gente a su alrededor que está haciendo que cambie su realidad", asegura Plaza. El espectador se enfrenta pues a situaciones ambiguas, muchas veces contradictorias y a personajes duplicados y cambiantes, y eso le obliga a prestar toda su atención. "Es perturbador porque nunca sabes si a él le está fallando la cabeza o son los demás a su alrededor los que están jugando con él, a veces por propósitos espurios como quedarse con el piso".
Independientemente de la enfermedad, sigue pendiente el tema de la vejez, que la obra tampoco aborda de forma convencional, pues aquí la vejez no supone un drama. "La obra plantea que la vejez es algo inevitable y es un proceso vital. No tiene mucho sentido hablar de drama, porque es algo coherente con nuestra vida. El problema es una sociedad que plantea la vejez como algo negativo", ataca Plaza. "Sí hay aspectos malos, por ejemplo físicamente te encuentras peor, pero a lo mejor mentalmente te encuentras mucho más lúcido y eres capaz de ver una realidad que no es la realidad barata y cotidiana, sino una realidad diferente". Como le ocurre a Andrés, que paralelamente pierde y gana libertad: va perdiendo independencia física pero va ganando libertad mental, entra en campos de la mente estupendos, de la imaginación, del ensueño, del recuerdo… "Es una obra muy sorprendente, porque trata temas que tópicamente son terribles para descubrimos que no lo son tanto".
Porque a pesar de la tónica general, no todo es drama. El espectáculo cuenta con dos claves: la trágica y la humorística, que se fusionan para crear un marco emocional nada convencional. Porque en ese juego de irrealidad que destila la obra abona un juego de enredos, de verdades y mentiras, que envuelve al espectador en un halo del mejor suspense. "Muchas veces se acerca al drama, otras muchas a la comedia y la mayoría de las veces a un inquietante thriller al estilo Hitchcock. Cuando creemos estar en una certeza, un revés inesperado, una imagen nueva, nos desconcierta y nos vuelve a atrapar", afirma el director. Además, sin ridiculizar jamás el carácter principal, Andrés nos hace reír. "A pesar del drama implícito, la obra deja espacios para el humor todo el tiempo. Es muy divertida porque el protagonista es un personaje muy divertido, simpático, burlón… es un vividor muy lleno de vida y muy lúdico, y por momentos lleva a la carcajada".
La obra llega a Madrid, donde estará hasta el 27 de noviembre, tras haber sido "un arrollador éxito de público" en ciudades como Avilés, Zaragoza o Barcelona. "La gente sale emocionada de la función por la calidad de la dramaturgia y por el excelente papel de los actores, especialmente de Héctor Alterio", relata Plaza, orgulloso del trabajo de su compañero y amigo. Aunque es cierto que Alterio está arropado por una magnífica sucesión de secundarios que le dan brillo a la obra como Ana Labordeta, Luis Rallo, Miguel Hermoso, Zaira Montes y María González. Pero Alterio es la estrella indiscutible de un montaje que fue escrito para él desde el primer momento. "Quería con toda mi alma que fuera él, porque es muy difícil pensar en un actor que pueda hacer esta obra. Tiene que tener muchísimo sentido del humor, ser muy inteligente y tener una capacidad de humanidad y de verdad interior al alcance de muy pocos", cualidades que a entender del director, cumple el actor bonaerense de 87 años.