Música

Parsifal, misión cumplida

14 marzo, 2001 01:00

Desde hace años no escribo nada que implique un juicio a cuanto se ofrece o sucede en el Teatro Real. Es algo que he decidido hacer de forma tan voluntaria como unilateral dada mi condición de patrono del mismo, aunque se trate de una decisión poco frecuente en nuestro mundo musical, muy dado al plato y a las tajadas. Y lo he decidido a pesar que ese cargo no comporta remuneración alguna, como tampoco aprobar programaciones de títulos y menos de artistas y, por tanto, no hay razón objetiva que impidiera juzgar cualquiera de sus espectáculos. Sí hay una subjetiva, la del refrán: "la mujer del Cesar no sólo ha de ser honrada sino parecerlo". Sin embargo permítaseme hoy caer en la excepción que confirma la regla, porque el Parsifal del Real merece un comentario especial.

Parsifal fue una de las obras -junto con El murciélago, la Atlántida y algunas otras- que Lissner barajó para inaugurar el Teatro Real y posteriormente la apuesta de Elena Salgado. Ironías del destino que, al entrar en la reunión en la que se planteó aquella aprobación, la música ambiental que sonaba en el despacho de Carmen Alborch perteneciera a Falla. Como ustedes recordarán, el cambio de gobierno supuso un cambio de título y el teatro se abrió con La vida breve. Fue la forma de hacerlo con una partitura propia, escrita para ser estrenada en el propio teatro y más tarde arrinconada a causa de intereses prolijos de reflejar aquí. Hubiera sido poco justificable inaugurar con una pieza lejana a nuestra cultura, excesivamente larga para el público y autoridades de la ocasión y, además, con orquesta y coros ajenos. Un mal inicio para un centro que había de abordar prioritaririamente la creación de cuerpos propios. Creo, desde mi actividad en la prensa, que el título era adecuado. No así la obra que lo acompañó ni su puesta en escena, pero esto es otro cantar.

Parsifal ha llegado ahora al Real y lo ha hecho con todos los honores, sin escatimar esfuerzos. Los resultados están ahí: espléndidos en el apartado musical, con una dirección magnífica, una memorable prestación de la orquesta y coros del propio teatro y la intervención de un plantel de cantantes de máximo relieve encabezados por Plácido Domingo como nexo de unión entre el ayer y hoy. ¿Qué ha cambiado en este lapso? Algo importante: que esta vez se ha confiado sacar adelante la ópera de Wagner a los propios cuerpos estables del teatro y que, cuatro años después, lo han hecho de forma no ya solvente sino al nivel de cualquier primer teatro del mundo. Esto debe ser motivo de alegría para todos y debe darnos fortaleza para mejorar lo mucho que aún ha de mejorarse en el Teatro Real.