Enrique Morente
Los escritos de Picasso gravitan en mi nuevo disco
17 enero, 2008 01:00Foto: Kai Forsterling
Enrique Morente (Granada, 1942) lleva varios meses encerrado en su estudio de grabación, donde le está dando los últimos retoques al que será su vigésimo trabajo, un disco dedicado a Picasso, pintor por el que siente una especial fascinación. Con la esperanza de que pueda salir al mercado la próxima primavera, el cantaor granadino continúa, no obstante, con una apretada agenda de conciertos que le llevará el 17 de enero al Palau de la Música de Valencia y el 29 del mismo mes al Teatro Albéniz de Madrid. En la Ciudad del Turia, Morente rendirá homenaje a Abdessadak Chekara acompañado por Pepe Habichuela y la Orquesta del Conservatorio de Tetuán, mientras que en Madrid, será el encargado de inaugurar la XVI edición del Festival Flamenco de la capital. De todo ello, ha hablado con El Cultural.
Es una actuación alrededor de la cual se han creado grandes expectativas, ya que si sumamos al numerosísimo grupo de incondicionales el de aficionados estrictos, el de conocedores sensibles y el no menos nutrido batallón de aduladores que interpreta como genialidad cualquier gesto cotidiano del cantaor granadino, o los que por experiencia saben que sus comparecencias públicas pueden deparar sorpresas, el histórico coliseo madrileño, amenazado por la piqueta, puede vivir una de sus noches gloriosas. "En principio, lo que está proyectado es un concierto presidido por la sobriedad y el rigor hacia las reglas del cante. Se centrará en la voz y la guitarra, con alguna apoyatura rítmica", comenta Enrique Morente a El Cultural.
Pero no es la primera vez que Morente introduce en una empingorotada sala con ínfulas académicas, guitarras eléctricas y estridentes baterías rockeras, y en cualquier templo de la modernidad y la vanguardia sentarse a cantar al más desnudo y rancio estilo, aunque, con las consabidas reservas, en esta ocasión podemos esperar una presentación envuelta en el aroma del clasicismo.
"Sabes que al final termino siempre metiendo la pata, pero en última instancia caeré bien y terminaré siendo un buen chico. Claro que ya no me responsabilizo de mí mismo", añade el cantaor granadino.
A Enrique, aun teniendo un diseño más o menos definido para el Festival de Madrid, le sale ese humor socarrón, característico de Granada, para advertir que en cualquier caso y como suele ocurrir cuando se sube a un escenario, cabe la posibilidad de que su intención primera no tenga nada que ver con el resultado final. Su mirada sobre los distintos ámbitos del flamenco, el arte que ama, es producto de amplias reflexiones que reflejan una manera de ser. Y que volverán a impregnar su próximo proyecto, un disco dedicado al pintor por el que siente una especial fascinación, Pablo Picasso.
Para primavera.
"Picasso es un trabajo que comencé a madurar cuando se inauguró su museo de Málaga. Después, asistí a una exposición extraordinaria en el Guggenheim de Nueva York, y allí, las personas expertas en su pintura me animaron a continuar con la idea y llevarla a cabo. Tengo la intención de que, una vez acabado y mezclado el disco, se publique en primavera. Es muy interesante, porque las músicas gravitan alrededor de la estructura literaria de los escritos de Picasso", adelanta Morente a El Cultural.
A estas alturas, y con su larga experiencia, puede realizar un balance de la situación: "A pesar de que los árboles están delante y eso te impide ver el bosque con claridad, yo soy optimista porque las posiciones desesperanzadas no tienen ningún provecho. El periodo dorado de Manuel Torre, Chacón, Tomás Pavón, La Niña de los Peines, Marchena y Caracol ha pasado y no lo vamos a tener más veces. Son épocas que ya no vuelven. Ahora existe una cantera de jóvenes como nunca la ha habido y un momento mágico y maravilloso en el flamenco".
En 1967, con 25 años, ingresó Morente en Zambra, una de las catedrales del flamenco madrileño, lugar de fama universal, donde acudían personajes de todos los continentes, actores, políticos, directores de cine y pintores atraídos por la calidad de los artistas que allí trabajaban y por la mesurada y, sin embargo, impactante y seria puesta en escena. Uno de ellos fue el controvertido diplomático, escritor y director de cine Edgar Neville, observador profundo del flamenco y testigo presencial de sucesos para él reveladores.
"Afortunadamente, la dirección de Zambra fue desde el primer momento inteligentísima, entendida y respetuosa con lo que de bello hay en el flamenco, y en ningún momento se ha dejado llevar por caminos decadentes y de efecto superficial. Todo ello ha contribuido a la seriedad de su espectáculo y allí se reúne el público mejor educado que he visto jamás, no ya en un espectáculo flamenco, sino en cualquier género de espectáculos de España; un público, la mayoría formado por extranjeros y que imponen su educación a los que no la tienen, que va a escuchar el cante y a ver el baile, y no a estar diciendo gracias y haciendo ruido mientras el artista baila o canta, o mientras el guitarrista trenza sus trinos melódicos más sutiles. El público de Zambra no es frío por estar bien educado, sino respetuoso con el artista, como debe ser, y al final de los números aplauden... Vale la pena ir a Zambra por la pureza del espectáculo", termina diciendo, con cierto énfasis, Edgar Neville.
Disciplina férrea.
Éste es el escenario donde Enrique Morente moldeó su identidad artística y humana, la escuela en la que desarrolló el rico y beneficioso aprendizaje, asumiendo la férrea disciplina de un compromiso profesional cara a un público entendido y exigente, y descubriendo en sí mismo, como forma de involucrarse en un proceso de palpitantes y continuas circunstancias esclarecedoras, que el artista tiene que estar por encima de ciertas eventualidades y vencer los pasajeros síntomas de desasosiego, miedos e inseguridad con el fin de tener a su disposición un mínimo espacio para manifestarse.
Por aquel entonces, los cantaores y guitarristas tenían que salir con traje oscuro y camisa de chorrera, ese aditamento de guardarropía, un tanto teatral y pretendidamente elegante. La estética flamenca tiene muchas formas y, todo hay que decirlo, la que se imponía en Zambra era de las más discretas, tratándose de una leve concesión en un moderado marco de solemne dignidad.
Así, con camisa de chorrera, aparece Enrique, aunque sin chaqueta, en una estupenda fotografía de Francisco Ontañón que sirve de portada a su disco de 1969, el segundo de los publicados, Cantes antiguos del flamenco, con la guitarra de uno de los grandes maestros, Niño Ricardo.
Y de maestros estuvo precisamente rodeado el tiempo que permaneció en Zambra: Rafael Romero, Pepe el Culata, Juan Varea o Pericón de Cádiz, entre otros, que fueron marcando su camino, como el inefable y viejo cantaor trianero Pepe el de la Matrona, el guitarrista Manolo de Huelva o esas reuniones casi clandestinas, esas asambleas exclusivas y para unos pocos privilegiados, con Antonio Mairena, en la casa que el guitarrista Juan Antonio Muñoz tenía en el madrileño barrio de Vallecas.
El término camino le interesa a Enrique Morente, lo emplea con frecuencia, un latiguillo recurrente que en ocasiones deja de tener la simple condición filológica para transformarse en un concepto obsesivo. En otras entrevistas que le he hecho, con frecuencia se ha referido al flamenco como una aventura emocionante, como un viaje sin final previsto que transcurre por senderos procelosos, donde el cantaor, es decir, él mismo, siempre está en la cuerda floja, aunque sin red de protección. En definitiva, un oficio, un camino, de riesgo.
"Desde entonces hasta ahora, el flamenco ha perdido muchas cosas que se van quedando en el camino. Andamos, y a veces hay que ir corriendo o a paso ligero, y así se destruyen cosas. Es inevitable. Incluso se malogran bastantes vidas y bastante vida, pero conviene entender que es ley de la naturaleza, y si por un lado el flamenco se va dejando jirones al paso del tiempo, por otro va ganando. Por ejemplo, antes eran cuatro los que bailaban a compás; ahora, son compañías enteras en las que, desde el solista o primera figura hasta el último de la fila, todos bailan fantásticamente bien. Hay que agradecer y valorar estos aspectos desde actitudes positivas y confiadas. Y no hablemos de la guitarra, con una evolución meteórica a raíz de las propuestas de Paco de Lucía, que es el que siempre ha marcado las tendencias", afirma el cantaor de la Ciudad de la Alhambra.
A la hora del análisis y de precisar qué elementos han ido extraviándose en el camino, descarta la nostalgia y los gestos grandilocuentes, gracias a la indestructible y poderosa presencia de un arraigado convencimiento positivista, adobado de unas bien administradas gotas de humor, en este caso, humor a secas, sin localizarlo en ninguna demarcación geográfica: "Se han perdido aspectos diferenciadores, se ha perdido personalidad. Es cierto y es verdad que el flamenco está ahora más estandarizado y todos nos parecemos más unos a otros: nos peinamos con la misma marca de gomina, utilizamos la misma iluminación en el teatro, y los sonidos de las voces son, por igual, excesivamente agudos, cuando todos no podemos tener las voces agudas, porque las tesituras son distintas. Estoy haciendo autocrítica, ¿no?".
Maestro cercano.
Tradicionalmente, en el flamenco existía un código un tanto aleatorio de transferencias basado en el boca a boca, en la proximidad del maestro y en la herencia que éste pudiera dejar a sus discípulos de forma directa y sin intermediarios. Para ello se habían instituido unos procedimientos que facilitaban el acto de cesión de los misterios de un arte que, según estaba establecido, los mayores traspasaban a los más jóvenes.
En los colectivos gitanos no existían -ni existen- problemas, ya que el sistema estaba organizado naturalmente y su lógica funcionalidad no necesitaba de métodos sofisticados. Esos trasvases fluían en las mismas casas y en las familias de manera espontánea. De ahí se explica que una considerable cantidad de niños gitanos de la baja Andalucía, posean un admirable sentido rítmico y unas facultades innatas -y nunca mejor dicho- para el cante y el baile, sobre todo si son festeros.
No ocurría así con los muchachos no gitanos sin ascendencia flamenca, que se veían obligados a recurrir a tretas imposibles para estar cerca de los cantaores mayores, a la caza, en la mayoría de los casos furtiva, de reuniones o fiestas pagadas por el señorito de turno, o, en último caso, a la espera de que el maestro estuviese de buen humor y se dignase impartir su sabiduría.
"Antes no poseíamos magnetofones ni se nos facilitaba el acceso al archivo sonoro que hoy utilizamos, ya en estupendas colecciones, gracias a las personas expertas que se han dedicado a recuperar esos documentos y ponerlos a disposición de cualquier joven. Aprendíamos de otra manera -aclara Morente- e íbamos detrás de Pepe el de la Matrona por la calle de Amparo a ver si te decía el cante de Triana, o había que marcharse a Jerez o a Cádiz con la esperanza de que alguien te explicara los estilos de la zona y estar atentos a una fiesta que pudiera organizarse de pronto y, entonces, captar una soleá y una seguiriya de viva voz, cogerlas al vuelo, memorizarlas, que se quedaran grabadas en tu recuerdo, ya que carecíamos de medios para registrarlas. No teníamos ni tocadiscos".
Oficio de aprendizaje cruel.
La calidez de la cercanía del maestro, el ritual de la reunión, el respeto y el silencio, lo inmediato de la música, los gestos, la transmisión momentánea y exacta, el prodigio de la fugacidad... "En efecto, eso ha variado mucho y es posible que esas carencias se noten, pero todo tiene sus ventajas y sus desventajas. Hay cosas que desaparecen y otras que se logran en el camino. Antes aprendíamos de los maestros, trabajando a su lado, en los tablaos, en los festivales y en las reuniones que a lo mejor se daban después de una actuación. ése era el mp3 que teníamos: esa noche y en ese momento. No había otro. Si dejabas pasar la ocasión, no la recuperabas jamás. No se repetía. El de cantaor es un oficio de aprendizaje cruel, porque, prácticamente, tenías que nacer sabiendo. Una persona que no tuviera conocimientos, estaba destinada a la ignorancia e incapacitada para aprender. Por lo tanto, era un inútil. Ahora hay gente joven con mucha afición , con mucha pasión, y me quedo perplejo observando con la rapidez que pueden comprender y asimilar ciertos cantes e interpretarlos. Yo creo que, afortunadamente, hay madeja para rato", explica Morente.
La creatividad, la inventiva, la indagación de nuevos recursos musicales y el camino en el escudriñamiento perenne de distintos modelos expresivos, han formado parte de la identidad de Enrique Morente. Es su condición inmutable, la que ha definido su trayectoria artística, su particularidad como persona y como cantaor.
Ese personaje a veces complejo y siempre poliédrico, enmarcado en la dimensión inestable de los inconformistas, si se le despoja de pronto de todos los apéndices más o menos superficiales, se quedará solo y desnudo mostrando lo más recóndito: la esencialidad del ser que busca.
Desde el primer momento de su trayectoria profesional, el motor de la renovación, fuertemente arraigado y sostenido por un penetrante conocimiento de los clásicos, ha ido regando toda su obra. Discos como Homenaje a Don Antonio Chacón y Despegando, Morente-Sabicas y Omega, Negra, si tú supieras y Morente-Lorca, se han movido como un péndulo en una enérgica actividad de la alternancia que conjuga la tradición y la vanguardia forjada por él.
Esta actitud, por cierto, ha llevado al despiste a algunos avezados críticos que miran en una sola dirección. Pero todo es más laberíntico y más rico. "Creo que no hay que abandonar ninguna posibilidad ni prescindir de nada. Hay que expresarse según el tiempo que vives. Y eso, aunque algunos nieguen esa realidad, va a ser así, porque se manifiesta y nace de esa manera. Debo dejar claro que, en contra de las apariencias, yo soy un apasionado de los sonidos más antiguos y ancestrales de la música en general y, particularmente, del flamenco", continúa Enrique Morente. Son los sonidos que iluminan a Morente, su punto de referencia, desde los que parte a la conquista de las ínsulas perdidas y a los que regresa con la esperanza de encontrar el corazón del bosque. Para definirlos, no duda en emplear el mismo término que su admirado poeta Federico García Lorca, el sugestivo y romántico "cante jondo".
La influencia de las modas.
"Si afronto un proyecto o comienzo a trabajar sobre un encargo -comenta el cantaor-, si no está presente el sonido del cante jondo, que es a lo que me dedico y lo que quiero hacer, no me interesa. Tampoco me implico en otras formas de comunicación artística, entre otras razones porque no las domino. Lo que siento es el cante jondo, que se manifiesta en todas mis creaciones". Y el mundo creativo de Enrique Morente es muy extenso y en continua ebullición.
Que el flamenco se aproxime a otros espacios musicales depende "del momento, además de la inquietud y mentalidad de quien lo haga. Como siempre ha ocurrido, hay muchas maneras de enfocarlo. Las condiciones y capacidad son decisivas, aunque es innegable que las modas pueden influir, pero éstas son siempre pasajeras. Por lo tanto, no hay que dejarse llevar por lo que está en boga ni siquiera con la intención de parecer más interesante, ya que un artista crea por necesidad".
Para Enrique Morente, de vuelta de muchas cosas, pero con la ensoñación y el entusiasmo aún intactos, "el flamenco es un arte vivo que evoluciona por su propia naturaleza. Sin embargo, no se trata invariablemente de evolucionar, sino, a lo mejor, de recuperar. No creo que existan dogmas, ni tiene por qué haber un régimen fijo y único para que el artista se exprese. En realidad hay infinidad de caminos".
Cante, baile y guitarra, en Madrid
El Festival Flamenco de Madrid, con el apoyo de Caja Madrid, cumple este año su XVI edición "en una línea tradicional, con las aportaciones actuales y la presencia del cante, el baile y la guitarra a partes iguales", según Alejandro Reyes, director de Cultyart, la empresa organizadora. Las actividades previas, del 22 al 25 de enero, tendrán lugar en La Casa Encendida, donde se celebrarán conferencias de Félix Grande y José María Velázquez-Gaztelu, presentaciones de libros de Alfredo Grimal- dos, Manuel Bohórquez y Norberto Torres, y actuaciones de las bailaoras Mari Paz Lucena y Patricia Guerrero, los cantaores Juan José Amador, Segundo Falcón, Julián Estrada y El Titi, y los guitarristas José Antonio Rodríguez, Manuel Silveria, Pepe Maya y Niño de la Fragua. Los conciertos en el Teatro Albéniz, del 29 de enero al 2 de febrero, los abrirá La voz creadora, de Enrique Morente, al que seguirán Duende y compás, de El Cabrero, Mayte Martín y Calixto Sánchez; Zambra 5.1, de Arcángel, Dorantes y Rosario Toledo; Raíces de un arte, con El Lebrijano, El Capullo y El Torta, y cerrará el espectáculo Mujeres, con Merche Esmeralda, Belén Maya, Rocío Molina y Diana Navarro. "El festival no se hace como reclamo turístico. Se trata de un ciclo de prestigio al que acude un público cosmopolita que llega de numerosos países", en declaraciones de Alejandro Reyes. La bailaora sevillana Merche Esmeralda, profesora del Conservatorio Superior de Música y Danza de Madrid, y Premio Nacional de la Cátedra de Flamencología, recibirá el Galardón Flamenco Calle de Alcalá, que otorga el Festival Flamenco de Madrid. Para Merche Esmeralda, que fue primera bailarina en el Ballet Nacional de España, directora del Ballet de la Región de Murcia y que ha recorrido los más renombrados escenarios del mundo, "la danza es una expresión espiritual y obedece a la manifestación del sentimiento de cada persona". Estrenar esta nueva versión de Mujeres, bajo la dirección de Mario Maya y junto a otras dos grandes y jóvenes bailaoras, Belén Maya y Rocío Molina, "es muy gratificante y todo un honor, ya que se trata de una muestra viva de la danza de tres mujeres muy especiales y diferentes, que pertenecen a distintas generaciones", concluye Esmeralda.
De Lagartija Nick a Picasso
Además de su indiscutible timbre para el flamenco, la voz de Enrique Morente se ha atrevido con el mestizaje de otros géneros musicales, entre ellos, el rock. Considerado su proyecto más arriesgado y atrevido hasta el momento, el cantaor granadino publicó hace 12 años un trabajo en el que unió flamenco y rock. Titulado Omega, el disco suponía un paso decisivo en su carrera al fusionar el flamenco con el rock alternativo de Lagartija Nick, grupo formado por Antonio Arias. En el álbum, Morente utilizaba versos de García Lorca y versionaba canciones de Leonard Cohen, admirador también del autor de Poeta en Nueva York. Ahora, Morente se arriesga con un nuevo mestizaje pero esta vez sustentado en los escritos del pintor malagueño más universal: Picasso.