Image: José Mercé

Image: José Mercé

Música

José Mercé

“Más que de fusión, esta época de flamenco es de grandiosa confusión”

30 abril, 2010 02:00

El cantaor jerezano José Mercé. Foto: Diego Sinova.

Enredo, estridencia, desasosiego. José Mercé se ha dejado llevar por un torrente de sentimientos para su decimoséptimo álbum, que presenta en directo el próximo martes en la sala Caracol de Madrid y, el 13 de junio, en el Festival Suma Flamenca. Ruido es el título de este "reto apasionante por abarcar todas las formas del cante", donde vuelve sobre los versos de Miguel Hernández. El Cultural habla con Mercé sobre su último trabajo y los nuevos derroteros del flamenco actual. Además, José Manuel Caballero Bonald indaga en las esencias de un artista que se mueve siempre más allá del aplauso.

José Mercé (Jerez de la Frontera, 1955) se lanza al abismo del arte utilizando la misma pasión con la que se sumerge en el océano de la vida, con inteligencia, sí, que es algo innato en el cantaor jerezano, pero también embestido por la angustia de las contradicciones, por lo impredecible de un tiempo oscuro y la ofuscación de una sociedad herida a causa de los desmanes. La avalancha de preguntas sin respuesta provoca la indignación, y la negativa al sometimiento va cambiando su actitud, que fluctúa entre el desengaño y la irritación, según esté el ánimo.

Su visceralidad lo hace inmune al conformismo y la resistencia al vasallaje aumenta su condición de hombre que, por encima de todo, ama la libertad. "Y a mi nieto. Contemplar a un niño es algo alucinante: te descubre un mundo extraordinario. Es una lección continua. Como no se arregle esto, vaya lo que les espera", dice este descendiente de una numerosa y añeja familia gitana del barrio de Santiago, temporeros agrícolas, la mayoría, que tenían y tienen el flamenco como algo genuino, heredado de los antepasados, una forma musical y expresiva con la que se nace, no se aprende; un patrimonio que va pasando de padres a hijos en transmisión directa, cuyo legado permanece con un sonido propio y unas estructuras rítmicas y melódicas particulares. En definitiva, una tradición con rasgos inconfundibles.

Mercé no mira a nadie por encima del hombro y su proverbial risa abierta va paralela a su carácter sincero y solidario. Sabe lo que es llegar a Madrid a los 14 años e instalarse en casa de su tío Manuel Soto Sordera, hermano de su padre y uno de los grandes del cante en la segunda mitad del siglo XX, para empezar una lucha denodada y ganarse a pulso un puesto de primera figura en el intrincado universo flamenco. Ahora estrena disco, Ruido, y su actuación en el festival de la Comunidad de Madrid, Suma Flamenca, con un concierto en la Sala Roja de los Teatros del Canal, el 13 de junio, es de las más esperadas.

Enredo, estridencias...
"Ruido es también el título de una de las bulerías del disco, y me gustó el nombre. Corresponde a una realidad de nuestra época: enredo, desasosiego, estridencia. Todo eso produce alarma y da paso a la zozobra y al temor", afirma José Mercé que, por otro lado, me sugiere que esté atento a Contigo, una canción en la que destaca la labor del guitarrista Diego del Morao, perteneciente a otra de las ilustres casas santiagueras, y me advierte que no deje de oír la soleá Vengo de donde no estuve, "un homenaje, sobrio y carente de artificios, a mi tía María Bala", uno de los nombres de referencia en ese espacio, situado en el corazón histórico de Jerez.

Mercé no olvida a su gente, pero desde su atalaya jamás los observa con melancolía porque piensa que cualquier tiempo pasado nunca fue mejor. Sin embargo, en su horizonte personal, donde la cadencia de la memoria atávica va depositando el hechizo de unos ecos que son los que corren por sus venas, aparecen nombres de frágil presencia diluidos en imágenes que van perdiendo su realidad, veladas por el color sepia de viejas fotografías. Allí, en esa bruma de la evocación lejana, están Paco la Luz, mítico cantaor del XIX, creador de tremendas seguiriyas, y sus hijas La Sordita y La Serrana, o El Sordo la Luz, artífices todos ellos de unas músicas que confluyeron después en Manuel Soto Sordera, maestro del mejor cante jerezano.

Al sobrino de Manuel, José Soto Soto, José Mercé, en el transcurso de una entrevista que le hice en 1989, le dije que su tío era pesimista acerca del futuro del flamenco. "Pienso que su mentalidad no la va a cambiar nadie", me contestó entonces. "Lógicamente, él ha escuchado muy buen cante y no va a dar su brazo a torcer. Todas las personas mayores, como mi padre, piensan igual y conciben el cante con la única referencia de su época. Desde luego que no hay muchos jóvenes que estén haciendo las músicas con pureza, pero todo evoluciona, el mundo evoluciona y el flamenco tiene que evolucionar, aunque opino que hoy en día se canta, se baila y se toca la guitarra muy bien, lo que pasa es que ellos tienen una forma de pensar , que es un tanto inamovible".

Ellos, le señalaba, valoran mucho ciertos elementos, como el barrio o la familia, que consideran imprescindibles para la formación y conservación de unas músicas. Pero José lo tenía muy claro y, de alguna manera, intuía un futuro que ahora se está consolidando a través de su visión premonitoria: "Sí, pero los gitanos ya estamos repartidos", declaraba a finales de los años ochenta. "No es lo mismo que cuando vivíamos todos juntos en cinco o seis calles y plazas. Entonces había más unidad, más parentesco, más familiaridad. Hoy, cada uno está en su piso de Barcelona, Madrid, Sevilla o en barriadas de las afueras. Existe el hecho irremediable de que esa tradición se va perdiendo, y en eso estoy totalmente de acuerdo con mi tío. Al dejar de existir los barrios, desaparece la escuela natural del flamenco. Ahora todo es más sofisticado, como de laboratorio".

Cante y naturalidad
Los años han volado y ahora llega Ruido, el último disco de José Mercé en el que, siguiendo el diseño de los anteriores -Del amanecer, Aire, Lío, Confí de fuá, Lo que no se da, en un período que va de 1998 a 2006-, se amalgaman diversos lenguajes y variadas tendencias, entre ellas la flamenca, sustentada por su voz poderosa de cantaor antiguo y ese metal umbroso y dramático de efectos sobrecogedores.

-¿Pero tiene un nombre, se trata de un género específico, o es algo inclasificable, mezcla de cante y canción?
-No tiene un nombre. Desde que empezó esto de la fusión... El nombre que le asignaría a esta época del flamenco es el de grandiosa confusión. Metámonos todos y salvémonos los que podamos: críticos, artistas, los que mueven el cotarro, las instituciones... Es el tiempo del todo vale, de a ver quién se lo lleva antes. Existe una frase antigua que a mí me encanta y que dice: en mi hambre mando yo. La dignidad y los valores se están perdiendo, en la política y en la cultura.

-¿Y esas circunstancias influyen en el arte?
-Sin lugar a dudas. Somos nosotros los que creamos las aberraciones. Y el arte no se salva. Hace poco estaba en casa oyendo a La Niña de los Peines, Vallejo, Tomás Pavón, Manuel Torre, y me decía: ¡Dios mío, qué gozo poder cantar así, sin buscar el aplauso, sin hacer un tercio más largo que otro, con una naturalidad increíble! Creo que hoy no se canta con naturalidad. ¿Pero dónde se encuentra la innovación si La Niña de los Peines, con sólo interpretar unas alegrías, ya estaba innovando más que todo lo que se haya podido hacer hasta ahora?

-Ante ese panorama, ¿el flamenco se resiente, es víctima de esa conyuntura?
-Pienso que sí. El flamenco siempre ha estado un poco discriminado. De hecho, el momento en el que se empezaron a vender discos coincide con el diseñó de las primeras promociones de alcance popular, como sucede con el resto de estilos musicales. Está claro que en este país tiene mucha más importancia el pop que el flamenco. Entonces, claro, tenemos que buscarnos las habichuelas. A todos nos gusta vivir bien y es necesario evitar que al llegar a los setenta años nos tengan que hacer un homenaje porque estamos en la indigencia.

En 1971 Enrique Morente publicó su disco Homenaje flamenco a Miguel Hernández, donde incluía Nanas de la cebolla, para voz y guitarra. Más tarde, en 1978, Manolo Sanlúcar nos ofreció una de sus obras más bellas, ...Y regresarte, en la que también aparecía Nanas de la cebolla, pero en este caso para guitarra, violonchelo, violín y oboe. Ambos emplearon el diseño melódico de la nana tradicional flamenca.

Cante y naturalidad
-En el disco Ruido, ¿cómo concibe Nanas de la cebolla?
-Primeramente, he de decir que se trata de un pequeño homenaje, cuando se cumplen cien años de su nacimiento. Según mi criterio, la profundidad en el toreo está representada por Rafael de Paula y la profundidad en la poesía por Miguel Hernández. A principios de los años setenta era difícil conseguir en España sus libros, así que, cuando viajé a Argentina con la compañía de Gades, tuve la oportunidad de leerlos a fondo y desde entonces soy un enamorado de su poesía. En el disco utilizo la música que compuso Alberto Cortez y que en su día interpretó Serrat, aunque siempre intento llevarla a mi terreno flamenco. Hace un par de días ofrecí un concierto en Orihuela, la tierra de Miguel Hernández, en el que canté Nanas de la cebolla, y el público vibraba.

-¿Y después del Ruido vendrá la gran tormenta de José Mercé?
-Es posible, porque desde hace un año preparo el proyecto de una antología. Es mi gran desafío, el reto apasionante de poder abarcar esa infinidad de estilos, esa variedad inagotable de formas flamencas.

De las recreaciones del flamenco

Hay una vertiente del flamenco que entronca con la gran tradición gitano-andaluza del XIX, traspasa la voluble expansión artística del XX y llega hasta lo que podría llamarse la situación límite actual. No es desde luego la única dirección posible, pero sí la más significativa. Me refiero a la formulación del cante como una creación personal, a esa legítima tendencia a enriquecer el legado clásico con nuevas aportaciones expresivas, una actitud que saltó hace ya siglo y medio del anonimato de unas pocas casas gitanas bajoandaluzas a la incierta aventura de los teatros. En esa línea cabría situar la copiosa apropiación por parte del flamenco de muy diversos aires extraflamencos, adaptándolos a las básicas exigencias musicales propias del cante.

A esa estirpe de creadores flamencos pertenecen, por ejemplo, Manuel Torre, la Niña de los Peines, Antonio Mairena, Enrique Morente, Juan Peña el Lebrijano... Y, por supuesto, José Mercé. Todos ellos entendieron -o continúan entendiendo- que el arte, incluido naturalmente el popular, tiende a avanzar de acuerdo con una permanente renovación artística. Escapar de esa presunta impureza, conduciría sin remedio al estatismo, a la inercia, a la inoperancia. Cada uno de esos intérpretes crearon a su manera formas nuevas del cante sin olvidar en ningún momento sus cánones expresivos esenciales.

La actitud de José Mercé es arquetípica en este sentido. Bebió desde niño en las fuentes primarias del flamenco, y en el eco de su cante apunta "la raíz del grito" de las grandes casas flamencas del jerezanao barrio de Santiago. Pero ese aprendizaje colisionó un día -por así decirlo- con lo que viene tildándose de "fusión", o de alianza del flamenco con modos generalmente ajenos al flamenco. No entiendo mucho de esas mezclas, aunque las doy por legítimas. José Mercé aceptó el riesgo de contaminación, sin soslayar nunca ni el ritmo ni el tono de los nutrientes musicales del cante. Alternó su magnífico, impecable conocimiento gitano-andaluz con ciertas reelaboraciones discutibles. ¿Se trata de una herencia enriquecida, como hicieron siempre los grandes cantaores, o de una desviación circunstancial? No lo sé, pero lo que tengo por seguro es que José Mercé, con independencia de su repertorio temático, nunca dejará de ser uno de los grandes forjadores contemporáneos del flamenco. José Manuel Caballero Bonald