Mortier se crece con Wernicke
El Real recupera su versión de El caballero de la rosa
26 noviembre, 2010 01:00Montaje de Wernicke de El caballero de la rosa de Strauss, a su paso por París.
El coliseo madrileño rinde homenaje al desaparecido director de escena Herbert Wernicke. Su montaje de El caballero de la rosa de R. Strauss, estrenado en el Festival de Salzburgo, sirve de debut en el foso del Real a Jeffrey Tate.
Título siempre bien recibido, Der Rosenkavalier, luminosa ópera de Richard Strauss, recala en el Teatro Real el próximo 3 de diciembre en una producción firmada por el desaparecido Herbert Wernicke, que sustituye al más esquinado e intelectual Cristof Loy, elegido por la anterior dirección y autor de un austero, minimalista y polémico acercamiento a Lulú de Alban Berg. Mortier no quiere saber de él, y propone otra visión, proveniente de Salzburgo.
El reparto que se nos propone en estas representaciones es apañado, excepto en lo que se refiere al bajo Franz Hawlata, que es verdad que se ha hecho hoy un nombre cantando Ochs; pero es en realidad un cantante mediocre, de timbre opaco y mate, de escasos medios, con unos graves muy débiles. El que sea buen caricato no nos consuela. Menos mal que la Mariscala es la eficiente Anne Schwanewilms, soprano lírica segura y que conoce el estilo, que Octavian es la refrescante y animosa Joyce DiDonato, una mezzo muy lírica que ya nos gustó en el Compositor de Ariadna. Sophie necesita una soprano ligera o lírico-ligera, categoría que posee Ofelia Sala, menos aérea y fácil ahora en la zona sobreaguda. Su padre en la ficción es el bajo francés Laurent Naouri.
Del resto del equipo vocal queremos destacar la presencia del granadino José Manuel Zapata como tenor italiano, una breve parte en la que su claro timbre puede fulgurar, y del también tenor Peter Bronder, sólido e histriónico, que sustituye a Philip Langridge, fallecido hace unos meses. La batuta la empuña un músico muy serio y conocedor, algo falto de impulso, el inglés Jeffrey Tate, que debuta en el foso madrileño. Con él las cosas pueden ir al menos ordenadas.
Vuelta al expresionismo
Inteligencia es una palabra aplicable a la partitura de Richard Strauss, tan trabajada sobre el elegante y sinuoso texto de Hugo von Hofmannsthal, que tan bien supo trazar las psicologías y pulsiones de la sensible Mariscala, de su amante, el impulsivo Octavian, de la dulce Sophie, del grosero Ochs y del nuevo rico Faninal. En la obra no hay duda de que el compositor comenzó sus famosos retornos, pasadas ya, en 1911, las turbulencias de las hasta cierto punto expresionistas y de más ariscada escritura Salomé y Elektra. La finura expositiva y evocadora del poeta logró una sensible reconstrucción de la Viena de María Teresa.
La elegida expresión “comedia para música” o “comedia en música” parece indicar una decidida voluntad de revestir a la obra con ropajes ligeros, lo que viene avalado por el carácter del argumento, por el tratamiento literario y musical y por la brillantez y dorada superficie del producto resultante. Las irregularidades en la construcción, la preponderancia de las voces femeninas, la abundancia de episodios secundarios se contrarrestan por la eficacia de la descripción, la elocuencia de la escritura y el vigor del análisis. Esta magistral partitura combina la fuerza de la pintura dramática de la pluma straussiana, hábil como ninguna para incorporar sentimientos y situaciones, el vals vienés y la grácil, larga y espléndida melodía.
Pero esta ópera burguesa, construida desde perspectivas burguesas, es, con independencia de sus bellezas formales, un canto de sirena a una cultura y a una civilización. Porque la Viena retratada, que es la mozartiana del siglo XVIII, es una proyección ideal de la de 1910, que se realiza a través de uno de los rasgos definitorios de la ciudad, de una de sus esenciales señas de identidad: el vals. Hay anacronismo, pero éste es, en todo caso, modelador y creativo.