
Pierre Boulez. Diseño: Rubén Vique
Tras las huellas de Pierre Boulez, el músico inabarcable, que cumple 100 años
Repasar la trayectoria de este compositor, director de orquesta, pensador, impulsor incansable de ambiciosos proyectos, es descubrir la hondura de la estela que ha dejado.
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Estos días, el visitante a Baden-Baden, la ciudad en la que residió la mayor parte de su vida, descubrirá una invitación en inglés, "Finding Pierre", a un paseo interactivo con seis estaciones; cada una está marcada por una letra, B-O-U-L-E-Z, y facilita el enlace a un vídeo sobre una faceta diferente de su vida y su obra, "Boulez y la literatura", "Boulez y las bellas artes", "Boulez director de orquesta"…, cuyos contenidos han sido elaborados por alumnos de distintas escuelas e institutos. Su versatilidad y la permeabilidad de su trabajo en cada uno de estos campos, por minoritarios que puedan parecer, se reflejan en esta iniciativa sencilla y luminosa.
Nacido el 26 de marzo de 1925 en Montbrison, pequeña localidad del departamento del Loira, y alumno en París de Olivier Messiaen y René Leibowitz, no tardó, al término de sus estudios, en componer sus primeras obras relevantes –las primeras Sonatas para piano, Polyphonie X– y, de la mano de Jean-Louis Barrault, organizar los conciertos del Petit Marigny, que darían pie en 1954 a la creación del Domaine Musical, sociedad de conciertos enfocada principalmente hacia la música preclásica y contemporánea; su primer programa, con obras de Bach, Stravinski, Webern, Nono y Stockhausen con dirección de Hermann Scherchen, fue un manifiesto y una sacudida en la vida musical de París.
Boulez asumió después la dirección de los conciertos; era autodidacta, pero se convirtió en una revelación para todos. Pronto fue invitado a dirigir las exigentes orquestas de dos radios alemanas: la WDR en Colonia y la SWF en el Festival de Donaueschingen, y allí despegó una carrera que solo ha tenido por límite el rigor, la calidad y el deseo de descubrir obras nuevas o poco conocidas y facetas poco exploradas de la música de siempre.
Es difícil resumir sus principales hitos en este campo; entre los primeros, el premio de la Académie du Disque por su grabación en 1963 de La consagración de la primavera con la Orquesta de la Radiotelevisión Francesa y el debut en 1966 en Bayreuth con Parsifal. Allí fue elegido para encabezar la ambiciosa producción de la Tetralogía wagneriana en el centenario de su estreno, con puesta en escena de Patrice Chéreau; aventura discutida entonces y hoy convertida en leyenda.
Compatibilizó en los años setenta la titularidad de la Sinfónica de la BBC y la Filarmónica de Nueva York, y mantuvo vínculos continuos con la Orquesta de Cleveland, la del Concertgebouw de Amsterdam, la Filarmónica de Berlín, Filarmónica de Viena, Sinfónica de Chicago…
Algunas de sus grabaciones fueron controvertidas; otras son referencia imprescindible por su equilibrio
Su fidelidad a las partituras era total, pero evolucionó de interpretaciones analíticas, mucho más cerebrales que emotivas, hasta un equilibrio entre forma y expresividad al final de su carrera que desconcertó a no pocos. "Yo no soy el mismo", respondía. Algunas de sus grabaciones fueron muy controvertidas; otras muchas son referencia imprescindible por su transparencia, claridad y equilibrio; veintiséis premios Grammy a lo largo de casi cuarenta años lo corroboran.
La recopilación de sus obras completas, supervisada por él mismo, que publicó en 2013 Deutsche Gramophon, da cuenta de algo más que de un magnífico corpus de creaciones: en el enfoque de estas versiones podemos notar el cambio que en su manera de ver su música, y la música en general, tuvo su experiencia como intérprete.
Una experiencia que también reorientó su evolución como compositor: su acercamiento a Wagner y poco después a Mahler como director de orquesta había empapado sus propios pentagramas con una mayor continuidad y amplitud en las formas, que se sumaron a las influencias iniciales de Schoenberg, Webern y más tarde Berg, por una parte, y de Stravinski –la energía rítmica– o Debussy –su flexibilidad en el pulso y la armonía– por otra.
Tras llevar el serialismo casi a límites utópicos en el arranque de sus Estructuras para dos pianos (1951), compone Le marteau sans maître, obra maestra con una técnica más abierta, cuajada de una sensualidad tímbrica y armónica que le han granjeado un lugar de privilegio en el repertorio vocal e instrumental del siglo XX.
Nunca abordó la música electroacústica de laboratorio, pero fue, sin embargo, uno de los impulsores de la transformación electrónica del sonido tradicional en el momento mismo del concierto. Répons es su obra más compleja en términos de espacialización y de integración de sonido instrumental y electrónica en tiempo real. Se estrenó en el Festival de Donaueschingen de 1981 y se ha ofrecido en muy diversos lugares del mundo con morfologías adaptadas a los emplazamientos y a la evolución de la propia obra en función del continuo desarrollo de las posibilidades técnicas. Dentro del programa de la capitalidad europea de la cultura, se presentó en Madrid en 1992, en el amplio espacio del Palacio de los Deportes, lleno de un público entusiasmado.
Su pensamiento, hoy recogido en multitud de libros y entrevistas, ha estado también marcado por una continua indagación y versatilidad de miradas sobre la música. A todo ello hay que unir su actividad didáctica, desde los Cursos de Nueva Música de Darmstadt en los años cincuenta hasta el Colegio de Francia entre 1976 y 1995, además de sus compromisos con proyectos como la Academia del Festival de Lucerna o la serie documental de televisión Boulez, XXe siècle, para FR 3 y La Sept.
Nunca abordó la electroacústica, pero fue uno de los impulsores de la transformación electrónica del sonido
Buena parte de los proyectos que impulsó, hoy le sobreviven: el Domaine Musical, dio paso al mucho más amplio y ambicioso IRCAM –encargo directo de Georges Pompidou–, un centro de investigación científica, innovación tecnológica y creación musical abierto a las más variadas estéticas, al que se añadió el Ensemble InterContemporain, hoy pieza clave de la programación de la Philharmonie, en el imponente conglomerado de espacios, museo, mediateca y actividades de la Cité de la Musique, otra de las instituciones impulsadas por Boulez.
Se implicó también en el proyecto de la Ópera de la Bastilla y un sinfín de iniciativas donde dejó su sello personal y un aura de monopolio que provocó no pocas veces el recelo de sus colegas. "Se trata –apuntaba– de dar solidez a las iniciativas. Luego las dejo en manos de gente joven".
Siempre ha jugado un papel importante en cualquier campo en el que se implicara y siempre fue cumplidamente reconocido. Sus aniversarios han sido festejados con regularidad en vida, y este año de manera especial el centenario, con exposiciones, conciertos, conferencias, publicaciones y homenajes en todo el mundo: París por supuesto, con gran despliegue, Nueva York, Londres, Berlín, Viena… y Baden-Baden, la ciudad donde con apenas treinta años decidió vivir, en 2016 falleció y hoy reposan sus restos.
Sus últimas composiciones relevantes –sur Incises, Anthèmes 2– o su inacabada serie de Notations para orquesta nos muestran una vez más el Boulez transformador y reconstructor de sus propias partituras en un continuo desarrollo y crecimiento, metáfora –o reflejo– de toda su actividad, convertida por él en un campo de experiencias siempre abierto a ser repensado y reescrito.