Image: El Calderón jocoso y festivo

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Teatro

El Calderón jocoso y festivo

La compañía Benamate estrena cuatro entremeses del autor en Ensayo 100

2 enero, 2002 01:00

Beatrice Binotti, Jesús Amate y Natalie Pinot


Es algo que quizá, para tener una idea global de Calderón, tenía que haberse hecho en el pasado centenerario: los entremeses. Pero no se hizo y está bien que se haga ahora y por una compañía con el vigor y el entusiasmo joven de Benamate. A Calderón de la Barca se le desarruga el ceño teológico y trágico en estas obritas que se estrenan, a partir del 3 de enero, en la sala madrileña Ensayo 100.

Bienvenidas a las cuatro piezas que para algunos serán descubrimiento y perplejidad, para otros irreverencia y agravio y para casi todos motivo de júbilo y divertimento. A poco que ponga de su parte Benamate, cuyos componentes proporcionaron duradero regocijo con La catarsis del tomatazo en la Mirador, y velaron sus armas, ya bien bruñidas y afiladas, con las peripecias y los afanes veraniegos de Goldoni en El Canto de la Cabra.

Resplandecerá el genio cómico de Calderón que con frecuencia brilla en sus comedias de enredo y en la comedia burlesca Céfalo y Pocris, en la que se parodia a sí mismo y a todo el que se le ponga por delante. El elemento paródico es clave en burla y sátiras como la citada en la que, contrariamente al Calderón canónico y tradicional, el honor les importa una higa a reyes, nobles y caballeros: son farsantes, grotescos, ridículos y cobardes. Este aspecto paródico está mucho menos acusado en los entremeses. Los entremeses, como género y práctica teatral del siglo de Oro, estilizan la parodia, la ocultan y la llevan por el terreno de la crítica social y la sátira de costumbres.

Las obras elegidas por Benamate llevan el nombre de El Toreador, Guardadme las espaldas, La Franchota y Don Pegote: Cornudos, hidalgos de dudosa estirpe, alcaldes enamoradizos en ingenuos, funcionarios venales. En lo tocante a entremeses, Calderón de la Barca no fue Quiñones de Benavente, el rey del teatro breve del siglo de Oro, "el Lope de Vega del entremés" como llegó a señalarlo creo que Vélez de Guevara. Pero no fue ajeno Calderón a esa corriente de la época, que es inseparable y forma parte del corpus escénico aureo. El público que asistía a los corrales y que en la cazuelas de hombres y de mujeres se aposentaba, por la obligada segregación de sexos, iba a "ver y a escuchar comedia". Y comedia era todo el espectáculo, la función completa; es decir, la comedia propiamente dicha, como columna vertebral del espectáculo y las piezas breves que se ponían al principio, en los entreactos y el final.

Género menor
Entremés fue el nombre genérico de una modalidad que incluía, aunque con matices, la loa, el baile dramático, la jácara, la mojiganga, la folla... ¿Género menor? Sin duda; género chico y menestral, más de ingenio acabado y de sátira propicia para la fiesta y la participación de un público jaranero. Entremesistas lo fueron en el siglo de Oro no sólo autores de medio pelo, sino de verdadero fuste como Cervantes, Quevedo, Tirso, Calderón o Quiñones, que heredaron la tradición popular de los pasos de Lope de Rueda. Si nos atenemos a la docta opinión de Abraham Madroñal, Calderón hubo de compartir con Quiñones de Benavente "el éxito de sus comedias y aprendió mucho de su arte". Aunque de Benavente aprendiera, no hay que olvidar el espíritu festivo de una parte de la obra calderoniana y su dominio de todas las estructuras y la tramoya escenográficas. Sin llegar a la excelencia, Calderón transita con evidente holgura por el ámbito de la jocosidad y la burla. En El Toreador aparece la figura de Juan Rana, gracioso tan celebérrimo en el XVII que sobre él se conocen varios títulos: Juan Rana doctor, La boda de Juan Rana, El retrato de Juan Rana, e incluso El parto de Juan Rana...

En este teatro breve aparecen motivos muy calderonianos como honor, amistad, amor, etcétera pero deformados por la paradio. Estos juegos amables de picardía, seducción y costumbres son un poco la redención festiva de Calderón: una invitación al regocijo en la que nunca aparecerá la brutalidad de la sentencia regia con que se pretendía castigar a una mujer presuntamente infiel: "¡Sájala!".