Image: El magnicidio como vía política

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Teatro

El magnicidio como vía política

Àlex Rigola estrena en el Lliure de Barcelona Julio César, de Shakespeare

14 noviembre, 2002 01:00

Rigola defiende un teatro de contenidos

Austero, fidedigno y lleno de tensión. El Julio César que propone el director catalán àlex Rigola a partir del 19 de noviembre, en el Lliure de Gràcia, es un viaje a los orígenes de la corrupción política y moral de la mano del mejor conocedor de la naturaleza humana, Shakespeare. La filosofía clásica marca el tono de esta propuesta que tiene la impronta de Rigola.

Ha vestido a Julio César de blanco, aunque él llega ataviado de un negro impoluto: camisa negra, pantalón negro, gafas de montura negra... Austero. Tanto como dice que lo son sus espectáculos. El director àlex Rigola, pese a su juventud -nació en Barcelona en 1969-, ya no es una promesa del teatro catalán: ha pasado a engrosar su nómina de realidades. Consiguió dar el salto con Titus Andrónico, montaje que dirigió dentro del festival Grec"2000 y que, luego, se presentó en el Teatre Lliure de Gràcia en la temporada 2000-2001. Ahora, Rigola regresa al teatro que creó Fabià Puigserver y también a William Shakespeare, aunque esta vez bajo el amparo de Julio Cèsar.

"¿Por qué de nuevo Shakespeare? Porque es el mejor autor, no tan sólo como clásico sino también como contemporáneo", explica, con una sonrisa en los labios, este director que ha compaginado sobre los escenarios la maestría de Shakespeare con la de autores más recientes como Jarry (Ubú, en la Abadía), Alexei Xipenko (Suzuki, que sirvió para inaugurar el nuevo Lliure de Montjuïc), Böchner (Woyzeck, en el Romea) o Tabori (Las variaciones Goldberg, en el Teatre Nacional).

Dice àlex Rigola que sus espectáculos siempre beben de cuestiones socio-políticas -se declara ferviente defensor del teatro de contenidos- y éstas nadan a sus anchas en este Julio César que permite al director reflexionar "sobre el poder y, ante todo, sobre la política", una cuestión que a Rigola se nota que le apasiona. "Hace unos meses fui a un concierto de Albert Pla y la canción más aplaudida fue aquella que dice "un político muerto, un político menos"", ejercita la memoria el director, quien además se pregunta algo que también se cuestiona Shakespeare es este Julio César: "Cómo los políticos esperan tener votantes si traicionan sus ideales".

Ni buenos ni malos
"Julio César es una pieza desgarrada que habla de política y políticos sin retratar ni a buenos ni a malos; el mensaje que destila el texto de Shakespeare es que tenemos que cuidarnos de las fidelidades a cualquier precio porque al matar a Julio César se abre la caja de Pandora de todos los males", explica Rigola, que se ha rodeado de un buen plantel de actores para defender su montaje: David Selvas (Bruto), Julio Manrique (Casio), Pere Arquillué (Antonio) y Ferran Carvajal (Julio César), que además ha colaborado también como asesor de movimiento: "En este espectáculo hemos trabajado más sobre el lenguaje corporal de los actores que, en algunos momentos, prácticamente bailan", aunque subraya que él se desmarca del teatro-danza.

El director utiliza las convenciones de la filosofía más clásica para definir los personajes que creó Shakespeare bajo el influjo del relato de los hechos que realizó Plutarco: a Bruto lo califica de "estoico, alguien que antepone la sociedad y los ideales a los sentimientos, alguien que mata a Julio César, aunque sea su amigo, por el bien de la sociedad". Y como contrapunto Casio, que Rigola dice que es "el epicúreo, alguien que prima la amistad antes que sus ideales". Aunque, pese a que les muevan intenciones contradictorias, ambos coinciden en que sólo hay un camino: matar a César.

Pero Rigola no quiere que esta reflexión sobre el poder le pueda sonar ajena ni lejana a los espectadores. "Hemos reducido el texto con la intención de hacerlo más contundente, más duro. Y lo hemos subido a un escenario desnudo, blanco, que tan sólo acoge unas cuantas sillas y a los actores, que no visten ni con toga romana ni de políticos actuales, sino de personas cercanas".

Un escenario vacío y austero, como contrapunto a la espectacularidad que recorre los escenarios del siglo XXI. "No es como reacción al resto. Sólo voy hacia donde me llevan mis instintos", afirma el director que, no obstante, se declara escéptico de que "una escenografía pomposa consiga que un espectáculo sea más digerible para el espectador; lo que ayuda son las tensiones entre los personajes y en el seno de las escenas". Y ahí llega esa austeridad que Rigola dice pasear por los escenarios. "Quizá exceptuando Suzuki, a lo largo de mi carrera siempre he apostado por la economía tanto en temáticas como en cuestiones escenográficas, de gesto y de palabra para que así luzca más el trabajo de los actores". Y aún concluye àlex Rigola: "Apuesto por la austeridad pero no creo que nunca llegue a la de Peter Brook, aunque he de decir que no me gustó nada el Hamlet que recientemente presentó en Barcelona".