Image: Semprún derriba el muro

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Teatro

Semprún derriba el muro

"Gurs" se estrena el 30 de abril en Nova Gorica (Eslovenia)

29 abril, 2004 02:00

Jorge Semprún

El 30 de abril se estrena en Nova Gorica (Eslovenia) Gurs, una tragedia europea, el debut de Jorge Semprún como autor teatral. La obra está escrita en tres idiomas (español, francés y alemán), producida por tres teatros europeos y su estreno coincide con el derribo de la valla que separa la ciudad eslovena de Nova Gorica, construida tras las II Guerra Mundial, de la italiana Gorica; un derribo que pretende festejar la integración de Eslovenia, junto con otros nueve países de Europa del Este y del Mediterráneo, en la Unión Europea. Dirigida por el francés Daniel Benoin, participan dos actores y un equipo técnico del Centro Andaluz de Teatro, la institución española que ha participado en el proyecto.

El día 1 de mayo Nova Gorica será escenario de varios acontecimientos políticos y culturales. La valla que separaba a esta ciudad diseñada y edificada después de la II Guerra Mundial de la vieja Gorizia, que pasó a pertenecer a Italia tras la capitulación alemana, será derribada definitivamente como signo de la integración de Eslovenia en la Unión Europea. Este acto, que será festejado por las dos ciudades, coincide también con el estreno la víspera de la obra de Jorge Semprún Gurs, una tragedia europea, con la que se inaugura el Festival Internacional de Teatro de Nova Gorica y al que está previsto que asista Romano Prodi. La producción que se adapta como un guante a un día tan significado : el texto de Semprún está interpretado en tres idiomas (español, francés y alemán), es interpretado por actores de tres países y aborda asuntos que escarban en la memoria europea muy presentes en la obra narrativa del autor: las purgas de los totalitarismos, de "cómo la fidelidad al partido, hasta la más ciega, gana sin esfuerzo a la convicción individual" y el antisemitismo y exterminio de "judíos" que los nazis pusieron en práctica.

Gurs, una tragedia europea surge como un encargo que Semprún recibe del programa "Teatros de Europa: espejo de la población refugiada" desarrollado por la Convención de Teatros Europeos y cuyo objetivo es animar la escritura, puesta en escena e investigación de obras sobre el tema de los desplazados. La citada Convención, creada en 1988, reúne a 36 instituciones teatrales de 20 países; del nuestro figuran asociados el Centro Dramático Nacional, el Teatro Nacional de Cataluña y el Centro Andaluz de Teatro. Es este último organismo, al frente del cual ha estado hasta hace bien poco Emilio Hernández, quien coproduce la obra junto con el Théâtre de Niza (Francia) y el Théâtre des Capucins (Luxemburgo). Daniel Benoin, director en Niza, ha dirigido un elenco de seis actores, dos de ellos españoles (José Manuel Seda e Ignacio Andreu).

Como explica el propio Semprún, "un sentido pedágogico en la línea del teatro brechtiano anima esta obra: el de recomponer y tener presentes aquellos episodios más terribles de la memoria de Europa en un momento en el que el continente se está intentando reconstruir". Porque en opinión del europeísta Semprún, "el proyecto de Europa cobra su sentido si va más allá de lo político y económico, si avanza también en lo cultural". Con este planteamiento, el autor escribe un obra documentada que reflexiona sobre la ideas y episodios políticos de unos personajes que viven en la II Guerra Mundial.

Judíos y brigadistas
Gurs es el nombre de uno de los campos de concentración de la Francia ocupada y es donde Semprún ambienta parte de la obra, aunque en realidad la obra es el ensayo que unos actores hacen del texto titulado Una tragedia europea. No es arbitrario que el autor haya escogido este campo: "Exactamente lo hice porque Gurs me permite hablar de tres tipos de desplazados o perseguidos: los judíos, los brigadistas alemanes y los combatientes republicanos españoles que huyeron a Francia tras la Guerra Civil". Este campo, el más grande del sur de Francia, fue inicialmente construido para acoger a los refugiados españoles (23.000 fueron allí recluídos) y los voluntarios de las Brigadas Internacionales (7.000), para posteriormente ser utilizado como base de deportación de los judíos de Francia (31.360). La convivencia de estos tres colectivos le permite al autor hablar, por ejemplo, de cómo interpretaron los comunistas españoles y alemanes el pacto de no agresión entre Hitler y Stalin ("los comunistas que vienen de España se sienten, si no traicionados, abandonados ... y deben traicionarse a sí mismos para seguir siendo fieles a su propio partido") y, sobre todo, de la autoculpa y la confesión de crímenes durante las purgas estalinistas, tema que tan escalofriantemente relató Artur London en La Confesión, o que Brecht plantea en Galileo. Una de las virtudes de la obra es la mezcla de realidad y ficción; se inspira en personajes reales como ese Ernst Busch, actor cantante de Brecht, brigadista en España y recluido en Gurs en 1941 donde interpretó La Decisión, obrita pedagógica de Brecht casi desconocida en la que se plantea, a través de la escenificación de un juicio a un grupo de camaradas, cómo operan los partidos totalitarios sobre el individuo.

El otro gran tema que desliza Semprún y que reserva para la cuarta y última escena es el del antisemitismo. ¿Cree el autor que hoy en Europa hay una escalada antisemita como no se veía desde los años previos a la II Guerra Mundial, y muy especialmente en Francia?

Antisemitismo
"Creo que se exagera un poco", afirma, "pero en cualquier caso el antisemitismo de hoy es muy diferente al de entonces o al que ha predominado en España. Aquel era de origen cristiano, deicida". Ese antisemitismo se refería, viene a decir Semprún, a la supuesta culpabilidad histórica que los profetas de la Biblia achacan a los judíos por haber roto su pacto con Dios y haber desencadenado la destrucción del templo y los males a su pueblo. "Sin embargo, el antisemitismo de hoy es más bien antisionismo y es fruto del conflicto israelo-palestino. Desde luego, es nuevo y sorprendente que sea así, porque además mientras con el primero se identificaba la derecha, con éste último lo hace la izquierda".

Se desarrolla esta última escena entre dos mujeres judías que esperan ser deportadas a Alemania. Una se pregunta sobre el tan debatido asunto de la resistencia de los judíos al exterminio nazi: "¿Por qué hemos sido tan obedientes, tan disciplinados?, cuando Petain decidió censar a los judíos, fuimos a inscribirnos... Somos franceses, esto no nos concierne, Francia nos protege..." mientras la otra contesta: "¡Así es como nos trata Francia!" ). La escena reserva un final abierto en el que desliza dos ideas: el sionismo como único movimiento que animó la lucha del pueblo judío y garantizó su supervivencia (con la creación de Israel), y por otro lado, la necesidad de defender su derecho a vivir y resistir en Europa. Actualísima reflexión para los tiempos que corren.

El pequeño Berlín de Italia
Gorizia es un ejemplo de cómo la historia juega con los mapas, cambiándolos a su antojo, convirtiéndolos en un eterno borrador de territorios conquistables. Esta ciudad fronteriza estuvo bajo el dominio de los Habsburgo desde el siglo XVI hasta el XX, cuando las cruentas batallas entre austriacos e italianos durante la I Guerra Mundial se saldaron con su anexión a Italia en 1919. Después de la II Guerra Mundial, el ejército norteamericano aplicó las directrices del Tratado de París y dividió la ciudad en dos, de tal forma que Gorizia siguió perteneciendo a Italia -con sus palacios estilo Habsburgo y sus cafés de inspiración vienesa- y la otra mitad bautizada como Nova Gorica -con el frío diseño comunista que más tarde impondría Tito- fue ocupada por Eslovenia. Como si de un pequeño Berlín se tratase, la ciudad está recorrida por una valla de 50 centímetros coronada por una verja. El muretto, como lo llaman los vecinos, es ya un vestigio del símbolo intimidatorio de antaño. Apenas puede reconocerse las antiguas torres militares de vigilancia. Durante 60 años los vecinos de Gorizia han necesitado un salvoconducto para pasar a la otra zona. En ese tiempo, las diferencias entre las dos poblaciones -además de la etnia y el idioma- se han acentuado. Gorizia, con 40.000 habitantes, parece anquilosada frente a Nova Gorica que, a pesar de tener 20.000, se muestra más viva que la italiana. De hecho, en estos últimos años entre los bloques soviéticos y jardines han aparecido casinos y clubs de prostitución que han sido frecuentados por los goriziani, mientras los eslovenos han encontrado más de un millar de puestos de trabajo al otro lado del último muro de Europa.