Teatro

Hamlet

Director: Eduardo Vasco

3 febrero, 2005 01:00

Intérpretes: Ginés García Millán, Walter Vidarte, Nuria Mencía... La Abadía. Madrid

Todo bien; pero la interpretación ¿qué? A la vista de este montaje de Eduardo Vasco y de otros anteriores cabe preguntarse por el sentido que da a la dirección de actores. Interrogante que no es óbice para reconocer en el director virtudes dramáticas con frecuencia ejemplares. En la determinación de un espacio escénico simple y austero muestra Vasco su absoluta confianza en la fuerza interna de la tragedia de Hamlet. Esta pierde retórica ornamental, pero gana intensidad trágica. A reforzar esta depuración ayuda la versión de Moratín-Pallín, la iluminación de Camacho, una poética del tenebrismo afín a esa desnudez de la escena, y los subrayados musicales aunque, a veces, en el estreno, la viola de gamba de Alba Fresno tapara la palabra. La dirección de Vasco alcanza su cumbre en la representación en el jardín, trampa para Claudio, el rey incestuoso y criminal; y mejor aún con los sepultureros cuya anacrónica canción de Polichinela añade sarcasmo al fúnebre escepticismo. Y tras estas consideraciones viene la pregunta: ¿por qué las indagaciones sobre el espacio dramático no se trasladan a la dirección de actores? Enmarcada en esta concepción escénica, la complejidad sicológica de Hamlet exige una interpretación irreprochable, rica de matices e inflexiones. El príncipe de Dinamarca representa una idea de belleza y bondad que oculta otra idea dominante de violencia. Las dificultades son infinitas y, en este montaje, insuperables; la idea de un Hamlet que aspira a la sabiduría se quiebra cuando el espectro del padre le revela la terrible verdad y le convierte en ejecutor de la venganza. De esta trágica dialéctica entre filosofía y violencia se nutre la simulada y verosímil locura; y debiera también nutrirse la pasión actoral de García Millán que a duras penas cumple con lo que Hamlet recomienda a los cómicos: templanza, mesura, lengua suelta y no aserrar el aire con las manos. Nuria Mencía acaba por dar exagerada razón al Marqués de Bradomín que consideraba a Ofelia una pava, una niña boba. En estas circunstancias, el muy relativo interés acaba desplazándose a los secundarios, aunque lamentablemente haya que excluir de esta tímida cita al otras veces excelente Walter Vidarte.