Teatro

Ana en el Trópico, de Nilo Cruz y La retirada de Moscú, de W. Nicholson

29 septiembre, 2005 02:00

Ana en el Trópico, de Nilo Cruz. Actores: Lolita, Joan Crosas, Jose P. Carrión, Teresa María Rojas, Toni Acosta. Alcazar, Madrid. La retirada de Moscú, de W. Nicholson. Director: Luis Olmos. Actores: Kiti Manver, Gerardo Malla.

Coinciden estos días en la cartelera madrileña dos obras con algunas cosas en común: La retirada de Moscú, del inglés Nicholson, y Ana en el Trópico, del cubano-americano galardonado con un Pulitzer Nilo Cruz. Ambas las ha adaptado Nacho Artime y a las dos les sacude, casi por igual, un ventarrón de amores más o menos malditos. La de Nicholson es la ruptura traumática de un matrimonio de 36 años. La de Nilo Cruz es la rebelión de una mujer contra la amenaza de un adulterio clandestino conjurada con un adulterio público y por las bravas. Tratándose de una mujer bravía, el papel le va muy bien a Lolita, la debutante; y a partir de ahora, Lolita la cigarrera. Procedente de Cuba parece un lector (Pablo Durán) de los que entretenían a los trabajadores mientras se aplicaban a las labores del tabaco.

Tanto Nicholson como Cruz articulan las respectivas tramas en torno a dos textos: La retirada de Moscú, que da nombre a la primera, y Ana Karenina. Sea por contagio de estos textos, sea por la inclinación natural de los autores, ambas obras tienen una carga literaria de difícil solución. Y en la de William Nicholson decididamente insalvable. Ni el talento de Luis Olmos ni los excelentes Gerardo Malla y Kiti Manver (y mucho menos el torturado Toni Cantó) lo redimen. Se salvan ellos, pero el texto no. La falta de confianza que directores y empresarios demuestran hacia los autores españoles lo despilfarran con los foráneos.

El caso de Nilo Cruz, el gran aparato escenográfico de Gustavo Zuria y su tropical Ana es distinto; es evidente la retórica lírica y recargada; más la tensión dramática crece, se desarrolla y estalla brutalmente. La confrontación entre tradición y progreso es otro elemento que enriquece la trama. Por lo demás, el desconocido que llega a una familia y de una manera u otra los seduce a todos no es nuevo; de esta dialéctica se nutre especialmente Ana en el Trópico. Su presentación escenécica le abre a Lolita, moderadamente racial, un crédito razonable. Frente a su desgarro, la fragilidad de una dulcísima Toni Acosta. Mención especial, dentro de un buen elenco, a José Pedro Carrión en plenitud en un malvado inquietante. Y a Joan Crosas, sobrio y mesurado. Y especialísima mención para Teresa María Rojas, una actriz exquisita de registros plurales y muy matizados.