Ana en el Trópico, de Nilo Cruz y La retirada de Moscú, de W. Nicholson
Tanto Nicholson como Cruz articulan las respectivas tramas en torno a dos textos: La retirada de Moscú, que da nombre a la primera, y Ana Karenina. Sea por contagio de estos textos, sea por la inclinación natural de los autores, ambas obras tienen una carga literaria de difícil solución. Y en la de William Nicholson decididamente insalvable. Ni el talento de Luis Olmos ni los excelentes Gerardo Malla y Kiti Manver (y mucho menos el torturado Toni Cantó) lo redimen. Se salvan ellos, pero el texto no. La falta de confianza que directores y empresarios demuestran hacia los autores españoles lo despilfarran con los foráneos.
El caso de Nilo Cruz, el gran aparato escenográfico de Gustavo Zuria y su tropical Ana es distinto; es evidente la retórica lírica y recargada; más la tensión dramática crece, se desarrolla y estalla brutalmente. La confrontación entre tradición y progreso es otro elemento que enriquece la trama. Por lo demás, el desconocido que llega a una familia y de una manera u otra los seduce a todos no es nuevo; de esta dialéctica se nutre especialmente Ana en el Trópico. Su presentación escenécica le abre a Lolita, moderadamente racial, un crédito razonable. Frente a su desgarro, la fragilidad de una dulcísima Toni Acosta. Mención especial, dentro de un buen elenco, a José Pedro Carrión en plenitud en un malvado inquietante. Y a Joan Crosas, sobrio y mesurado. Y especialísima mención para Teresa María Rojas, una actriz exquisita de registros plurales y muy matizados.