Teatro

Broadway

Portulanos

22 diciembre, 2005 01:00

Todavía hace unos años quedaban en Madrid multitud de cafés bellísimos y de cervecerías anticuadas, con sus mesas de mármol que tal vez eran lápidas puestas boca abajo, como en la novela de Cela, con los suelos llenos de servilletas de papel o de cabezas de gambas. En el apogeo de ese periodo repugnante llamado el yupismo, la especulación inmobiliaria fulminó casi todos estos locales; porque los yupis querían diseño finlandés y sushi, despreciaban el chocolate con churros, y las gambas sólo se las comían deconstruidas. Al cabo del tiempo muchos locales volvieron a abrir, incluso en sus antiguos asentamientos: pero reconvertidos en franquicia, en cafeterías de cartón piedra todas iguales entre sí, sustituyendo a aquellos antiguos camareros de chaquetilla blanca por zombies juveniles que te sonríen sin razón alguna y te preguntan tu nombre para darte un café tres veces más caro de lo normal porque, al parecer, lo han traído de Etiopía.

Eso, y no otra cosa, es lo que yo le echo en cara a lo que ahora llaman "nuestro Broadway". Hubo en Madrid un magnífico teatro comercial, con gigantes como Rodero o la Rivelles, con los Gutiérrez Caba o Conchita Montes, con Jesús Puente o Fernán Gómez, Neville o Mihura, al que ahora la izquierda somete a juicio político, por cierto. ¡Si hasta Buero estrenaba en los teatros comerciales! Pero la tragedia española no fue la Guerra Civil, sino el hecho de que Franco se murió en la cama mientras aquí todo el mundo se las daba de Jean Moulin. ¿Cuarenta millones contra un viejo y ganó el viejo? La vergöenza fue tan grande que hubo que enterrarlo todo; y en ese proceso se decidió emparedar todo aquel teatro porque coincidía con esa época molesta y recordaba demasiadas cobardías. Así, nos hicimos todos modernos y alternativos en cuarenta y ocho horas y por cojones; y cuando tiempo después hubo que recuperar el teatro comercial porque la teta del estado ya no daba más de sí, se hizo como con los cafés: inventar desde cero una industria de diseño, desconectada completamente de nuestra tradición, mimética de modelos ajenos, comercialmente eficaz, pero carente por completo de identidad propia y, por tanto, de alma.