Teatro

El año de Cervantes, Valle y Mihura

Lo mejor del año. Análisis

29 diciembre, 2005 01:00

No ha sido un año glorioso para el teatro español, marcado por el cuarto centenario del QuIjote. Sin embargo, el sello lo pusieron ingleses y ucranianos en el Festival de Otoño de Madrid. Fuera del Festival, el Julio César de Fiennes fue también un hito. Cuento de invierno fue una lección de teatro interpretado solo por hombres en la más pura tradición del teatro isabelino. Espectáculos así reconcilian al público con la escena. Eimuntas Nekrosius trajo al María Guerrero su colosal trilogía shakespeariana: Macbeth, Hamlet y Otelo. Teatro ceremonial, imprescindible en un festival, eminentemente plásticos y sensorial. Teatro de arte, sin suscitar grandes entusiasmos populares, Nekrosius dejó constancia de un teatro con resonancias de Mayerhold o Vajtangov.

Hay que hacer un esfuerzo sobrehumano para, después de tanta celebración, no acabar detestando a Cervantes. Por fortuna, in extremis, el magnífico Viaje del Parnaso de la Compañía Nacional de Teatro Clásico pudiera servir de desagravio. Con una elaborada y ágil versión de Ignacio García May y dirección de Eduardo Vasco, esta función es un regalo para los ojos y la inteligencia. Larga vida a este alarde de versos, títeres e imaginación. Permanece en el recuerdo Quijote de Imprebis, estrenado antes del año triunfal y despedido con todos los honores y una función única hace unos días en el Reina Victoria de Madrid. La estrella ha sido el joglaresco En un lugar de Manhattan. Tanto ha brillado que, según parece y se rumorea, ya le están poniendo la proa a su previsto estreno en Barcelona. Y no es que esta sarcástica visión de un Don Quijote fontanero contrapuesta a una versión lésbica de una directora de vanguardia sea nacionalista o antinacionalista; es que Boadella se ha convertido en la bestia negra del nacionalismo catalán. Menos proyección, pese a sus méritos, ha tenido Quijotes encontrados de Martín Bermúdez. Y alentadora la incursión de Ainhoa Amestoy por las mujeres del Quijote con Sanchica. Antonio álamo se sumó a la turba quijotil con Don Quijote en la niebla; con otras dos obras, Chirigóticas en el Festival Madrid-Sur, y el corrosivo Yo, satán, Àlamo ha sido uno de los autores más prolíficos del año. Otros: Mayorga con Hamelín, Sanchis Sinisterra con Misiles Melódicos y Flechas del ángel del olvido y Murillo con Yo soy aquel negrito y Armengol.

En el centenario del nacimiento de Miguel Mihura las celebraciones no han sido, precisamente, fastuosas: gresca entre el Teatro Español y los herederos por cosa de derechos y desafectos. De Maribel y la extraña familia se ha hecho un lujoso musical que ha permitido descubrir una futura estrella, Amparo Saizar; y algo parecido ocurrió con Cipriano Lodosa en Tres sombreros de copa. Y hablando de musicales no decrece su presencia en las carteleras. Hay están Victor y Victoria, Hoy no me puedo levantar y la permanencia de Cabaret.

Por otra parte, el Centro Dramático Nacional tuvo el gesto de recuperar una obra, la más conocida, Flor de Otoño, de Rodríguez Mendez. Lo cual no desagravia el olvido en el que se tiene al teatro español en general y a la generación realista en particular. Sobre todo a Alfonso Sastre. Sin embargo, Valle Inclán ha estado muy presente, y estará en la cartelera. Mejor suerte en el Español, Romance de lobos, que en el María Guerrero, Cara de plata. A Valle seguimos sin hallarle el punto; aunque el espectáculo de la sala Tribueñe El embrujado y La rosa de papel fuera una revelación. Otra revelación, ésta en torno a Chejov, La Gaviota de Juan Pastor en la Guindalera: memorable. Las alternativas proporcionan, a veces, este tipo de satisfacciones.

En este sentido hay que destacar Dany y Roberta, en la Cuarta Pared, con una vigorosa dirección de Mariano de Paco que le ha valido el premio de la Asociación de Directores de Escena al mejor director joven. Maite Jiménez, con la sensual y tórrida Roberta, ha conseguido varios galardones de interpretación. Réplika, aunque quizá sea impropio calificarla de alternativa, concluye el año con tres espectáculos notables: Alguien voló sobre el nido del cuco, Esperando a Godot y Alicia. Y el consagrado Ernesto Caballero, que se mueve muy bien en estos espacios, presentó en la sala Itaca Sentido del deber, una espléndida expropiación a Calderón de El médico de su honra; y en la Triángulo dirigió Presas, de Ignacio del Moral. Hay que añadir su dirección de El señor Ibrahim y las flores del Corán, con un Margallo excelente en la sala Princesa. Para esta sala estaba pensado el duro alegato de posguerra de Laila Ripoll Los niños perdidos que, por el aplazamiento del espectáculo de Lavelli (Decadencia), saltó al escenario principal del María Guerrero.


LO MEJOR DEL AñO: TEATRO
Clásicos y de mediano formato: Cuento de invierno
Entrevista: Edward Hall
Análisis: El año de Cervantes, Valle y Mihura